La empresa familiar representa uno de los pilares más sólidos de nuestro tejido empresarial. Por su peso en la economía, su vocación de permanencia y su arraigo en el territorio, las empresas familiares han sabido resistir crisis, adaptarse al cambio y sostener empleo en los entornos más complejos. Sin embargo, esta fortaleza no puede ser excusa para evitar una pregunta fundamental: ¿estamos ayudando lo suficiente a nuestras empresas familiares a crecer, a innovar y a competir en la era digital?

Este interrogante me acompaña desde hace años como directivo de una empresa familiar y cobró más fuerza si cabe en mi proceso de investigación doctoral, en el marco de mi tesis sobre la Gestión del Capital Socioemocional en la Empresa Familiar en la Universidad de Zaragoza. Esta línea de estudio me permitió comprender con mayor profundidad cómo los elementos emocionales y relacionales que caracterizan a las empresas familiares no son sólo una fuente de diferenciación, sino un verdadero motor de sostenibilidad, compromiso y visión a largo plazo. Pero también he podido constatar que, cuando no se gestionan de forma consciente, estos activos pueden convertirse en frenos para el crecimiento y la innovación.

Porque si algo es evidente hoy es que la tecnología no es una opción, sino una condición necesaria para seguir siendo competitivos. Y aquí es donde muchas empresas familiares encuentran su principal dilema: cómo incorporar herramientas tecnológicas sin poner en riesgo su cultura, su forma de hacer las cosas, su esencia. O cómo invertir en transformación digital sin desdibujar la historia que las hace únicas.

La empresa familiar tiene una forma distinta de mirar el mundo. No se rige por el corto plazo ni por la lógica exclusivamente financiera. Sus decisiones están marcadas por la vocación de permanencia, la continuidad generacional, el cuidado de sus personas y el impacto en su entorno. Esta mirada puede ser una ventaja competitiva si se acompaña de una mentalidad abierta a la innovación y de una estrategia clara para incorporar la tecnología de forma inteligente.

El capital socioemocional —ese conjunto de vínculos emocionales, valores compartidos y sentido de propósito que emana de la identidad familiar— está detrás de muchas de las decisiones clave que toma una empresa familiar. Este capital se manifiesta en la lealtad de sus empleados, en el compromiso con la comunidad, en la visión de legado y en la forma en que se relaciona con clientes y proveedores. Es, sin duda, un activo estratégico.

Sin embargo, también puede generar resistencias. La búsqueda de seguridad, la aversión al riesgo o la defensa de tradiciones pueden dificultar la apertura a la innovación o la incorporación de nuevas tecnologías. A menudo, los propios líderes familiares se enfrentan a una tensión entre proteger el legado y transformarlo. Y es aquí donde la clave está en dejar de ver la tecnología como una amenaza para la identidad, y empezar a concebirla como una aliada para proyectarla al futuro.

Invertir en tecnología puede ser la vía para preservar los valores familiares en un entorno cambiante. Automatizar procesos, digitalizar operaciones o incorporar herramientas de análisis no son acciones incompatibles con una cultura cercana, orientada a las personas y con raíces en lo local. Lo importante es que las decisiones tecnológicas se integren en una estrategia coherente con los objetivos familiares.

En mi experiencia como investigador y profesional, he visto cómo muchas empresas familiares florecen cuando comprenden que la innovación no tiene por qué deshumanizar la empresa, sino que puede reforzar su propósito. Por ejemplo, utilizar herramientas de inteligencia artificial para mejorar la atención al cliente puede traducirse en una relación más personalizada y empática. O implementar plataformas colaborativas puede reforzar la cohesión entre generaciones dentro de la empresa.

Una de las tecnologías que más me apasiona, por su potencial transformador y su accesibilidad, es la inteligencia artificial. Y aquí quiero lanzar un mensaje muy claro: la inteligencia artificial no es sólo para grandes corporaciones. Está a disposición de todas las empresas, incluidas las familiares, para resolver problemas concretos, automatizar tareas repetitivas, anticipar comportamientos de clientes o generar nuevos modelos de negocio.

El gran valor de la IA es que no requiere inversiones millonarias ni una infraestructura tecnológica compleja. Existen soluciones al alcance de una pyme familiar para optimizar procesos, mejorar decisiones comerciales, reducir costes o incrementar su competitividad en mercados globales. Y lo más importante: hacerlo sin renunciar a sus valores, sino aprovechándolos como guía para una implementación consciente y alineada con su cultura.

Pero para que todo esto sea posible, necesitamos construir un entorno que acompañe. Las empresas familiares no deben recorrer este camino en solitario. Es fundamental que existan políticas públicas, programas de acompañamiento, redes de colaboración y asesoramiento especializado que entiendan sus particularidades. Porque no estamos hablando sólo de digitalizar, sino de transformar con propósito, de innovar y de crecer sin perder el alma.

En este sentido, los clústeres, las asociaciones empresariales, los centros de innovación, las empresas y las universidades tenemos una gran responsabilidad: ayudar a las empresas familiares a conectar su capital socioemocional con las oportunidades de la transformación digital, y a hacerlo desde un enfoque estratégico y humanista.

La inteligencia artificial y otras tecnologías emergentes no deben verse como una amenaza, sino como una herramienta para reforzar lo que las hace únicas: su humanidad, su compromiso y su visión de futuro. Porque innovar también es cuidar el legado, y transformar también es proteger lo que somos.

Félix Gil, presidente del clúster de empresas de tecnología de Aragón, Tecnara, y CEO de Integra Tecnología