Hace unos días llegó a mis manos un artículo basado en el libro de Kim Scott, profesora de universidad y asesora de recursos humanos en proyectos como Dropbox, Kurbo, Qualtrics, Shyp, Twitter y muchas otras empresas tecnológicas. El artículo centraba su escritura en el concepto de la Franqueza Radical.

Imagina un gráfico con cuatro casillas. En el eje horizontal medimos cuánto retamos a las personas y en el vertical, cuánto nos preocupamos por ellas. Ahí aparecen varios conceptos que nos acercan a la visión del cuidado de las personas y la construcción de equipos.

Me quedo con dos de ellos: el primero, el concepto de “Franqueza Radical”, cuando el team líder demuestra cariño sincero por su equipo y, al mismo tiempo, no se calla cuando hay que decir las cosas claras. Es decir, combinar el cuidado genuino con la crítica honesta. El segundo versa en la “Empatía Ruinosa”. Es decir, hay buena onda, pero se evitan las conversaciones difíciles; malos entendidos que terminan en frustraciones guardadas.

¿Cuál es el problema si nos quedamos en la empatía ruinosa? Se crea un ambiente agradable… hasta que aparecen los errores repetidos y el equipo empieza a preguntarse “¿por qué nadie me advirtió antes?”. Y si abusamos de la agresión despectiva, el clima se vuelve tenso y la gente termina desconectada, esperando el siguiente regaño.

Por eso, practicar la franqueza radical es tan valiosa: pone en equilibrio dos realidades que parecían opuestas. Cuando alguien te dice algo que debes mejorar, lo hace porque le importas; y cuando te demuestra cariño, no lo hace a costa de bajar el listón. Es como dar un abrazo mientras te señalan el camino para llegar más lejos.

En un mundo donde los cambios van a velocidad de vértigo, los equipos, las empresas y las pymes, que practican la franqueza radical son más ágiles y creativos. ¿Por qué? Porque detectan errores antes de que se agraven y se sienten motivados a probar ideas nuevas, sabiendo que el entorno es seguro. Además, la comunicación fluye: la gente no tiene miedo de hablar, ni de equivocarse.

Las organizaciones y empresas que aplican franqueza deben de pasar el desierto de ponerlo en marcha. Primero deben configurar las áreas de trabajo, pensar en que todos confiarán, dedicar tiempo a conocer a las personas y mostrar un interés real. Si esto se lleva a cabo aparece un segundo componente que es practicar la escucha real. Nada de eufemismos, “Cuando haces X, pasa Y y nos afecta así”. Corto, conciso y respetuoso. Y una vez que eso ha pasado hay que ser personas honestas, es decir, hay que pedir feedback sobre tu propio estilo. Y esto cuesta mucho, debemos estar abiertos a que te digan desde el punto de vista del otro qué sensaciones han percibido.

Es toda una odisea, pero como dijo Homero en sus principales poesías épicas griegas: “Llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga.”

Al final, la “franqueza radical” no es un truco de moda, sino una invitación a ser más honestos sin dejar de ser humanos. A ser firmes en las exigencias y al mismo tiempo compasivos con quienes trabajan a nuestro lado. No se trata de darle al equipo solo palmaditas en la espalda ni de lanzar críticas sin fondo: se trata de combinar ambos gestos para construir confianza, crecimiento y encontrar resultados.