¿Sabes qué es peor que tener inseguridades? Fingir que no las tienes.
Durante años me creí que la solución para saber lo que quería hacer era leer más, hacer más, correr más. Como quien intenta tapar una gotera pintando el techo una y otra vez. Se ve bonito un rato, pero tarde o temprano, el agua encuentra la manera de salir.
Todo cambió hace unos 4 años, el día que una persona me hizo la pregunta que me rompió por dentro: "¿Cómo quieres vivir?". Me quedé en blanco. No sabía qué responder. No tenía ni idea de cómo quería vivir en ningún aspecto de mi vida. Ni en pareja, ni en mi trabajo, ni en mis relaciones.
Hasta ese momento, pensaba que simplemente "seguir" era suficiente. Que mientras no me ocurriera algo grave, estaba bien. Como muchos, vivía apagando fuegos, no construyendo la vida que quería. Porque ni sabía lo que quería.
Para que te hagas una idea, era como esa persona que sigue en un trabajo que odia por miedo a quedarse sin dinero, pero cada mañana se levanta con una bola en el estómago. O quien sigue en una relación fría por miedo a estar solo, aunque cada cena juntos sea un silencio incómodo o una discusión.
Así era mi vida. Desde fuera parecía que todo iba bien. Desde dentro, no.
No por los demás, sino por mí.
Hasta que paré. Y no fue una decisión heroica ni de película. Fue porque ya no podía más. Ya estaba cansado de vivir una vida que no sabía si me gustaba o estaba siguiendo por inercia.
Me di cuenta de que llevaba toda mi vida huyendo de mí mismo. No me atrevía a darme cuenta de que era una persona con decenas de inseguridades: siempre intentando caer bien a todo el mundo aunque no me sintiera a gusto, me sentía pequeño cuando hablaba con mi familia, tenía mucho miedo a que mi pareja me dejara, etc.
Entonces, empecé a pasar tiempo conmigo. Tiempo de calidad, como el que tienes con un buen amigo: sin juzgar, sin prisas, solo escuchando. Y descubrí que no era tan terrible lo que había dentro. Solo necesitaba atención.
¿La consecuencia? Centrándome en solucionar las causas que provocaban mis inseguridades, fui descubriendo qué se me daba bien y cómo quería vivir en todos mis ámbitos.
¿Y la consecuencia a medio plazo? Entraron a mi vida personas y situaciones que de verdad conectaban conmigo, compartían mi propósito y notaba como de verdad inspiraba a mis seres queridos a que vivieran un poquito mejor.
Por supuesto, ha habido personas que me han criticado por priorizarme, por decir que no a ciertos planes, por atreverme a ser yo y no una imagen falsa para tratar de caer bien a todo el mundo.
Pero preferí este camino a seguir el camino que me marcaban otros. Las consecuencias las veo muy claras ahora mismo: si alguien está bien, quiere lo mejor para los demás, sin condiciones. Y eso implica aceptar que la otra persona haga lo que ella quiere, no lo que yo quiero que haga; por supuesto, con el límite de no coartar la libertad de otras personas.
Al recorrer este camino, mis resultados empezaron a cambiar. No porque hiciera más. Sino porque, por primera vez, lo que hacía venía desde otro lugar más profundo.
También cambió mi forma de cuidar a los demás. Dejé de echar la culpa a mi pareja sobre cómo me sentía en ciertas situaciones. Dejé de querer que todo fuera tal y como yo me había inventado que debería ser.
Y curiosamente así, puedo dar lo mejor de mí a mi pareja y mis seres queridos. Me sale solo el hecho de tener detalles con ellos, escucharles de verdad, compartirles mi experiencia. No de imponerles todo el rato cómo yo creo que debería actuar, sin dejarles ser ellos.
Una planta la tienes que regar recurrentemente. Si no lo haces, o solo cuando ves que se va a morir, las consecuencias ya sabes cuáles son. Lo mismo pasa con las personas. Aunque voy un paso más allá, veo a personas como zombies, sin agua, tratando de regar sus relaciones. Exprimiendo su última gota de sudor para que les llegue algo de agua.
A mí lo que me funcionó es estar bien yo, estar recargado de agua, y a raíz de ahí pude cuidar de verdad a los demás. Pero si tú no tienes ese agua (estás bien), por más que te esfuerces solo les darás unas pequeñas gotas a los demás.
Y ni tú, ni ellos, se merecen que les des unas gotitas. Sabiendo que tienes la capacidad de regarles de verdad.
¿Ahora soy perfecto y no tengo inseguridades? Por supuesto que no, sigo teniendo algunas. Pero he generado la habilidad de prestarme tanta atención, que si sale a la luz alguna, la descubro rápido, y pongo el foco en trabajar las causas que me provoca esa inseguridad.
Me di cuenta que hacer muchas cosas y estar ocupado todo el rato está muy bien. Si lo que quieres es perder el tiempo.
A mí lo que me ha ayudado de verdad a generar el impacto que está generando Café con Nacho, o mis redes sociales, o ADEA, es parar y decidir cómo quiero vivir.
No lo descubrí en un día, ni en una semana, ni en un mes. Pero me planteé que tenía dos opciones:
1. Seguir como estaba viviendo, sin tener muy claro lo que quería hacer y esperando que algún día por arte de magia me viniera una idea clara a mi cabeza de cómo quería vivir (aún no conozco a nadie que le haya pasado esto).
2. Coger la responsabilidad, parar y dedicar tiempo a decidir cómo quería vivir, mirando de frente todas mis inseguridades.
Imagínate darte cuenta con 80 años que si hubieras sabido antes cómo querías vivir, hubieras dedicado 20 o 30 años más a algo o alguien que de verdad conectaba contigo. Pero por miedos e inseguridades, has tardado años en tomar esa decisión que sabías que debías.
Dedícate un tiempo y piensa en cómo estás viviendo. ¿Qué tipo de relación quieres crear con tu pareja? ¿Y con tus hijos? No la que estás viviendo ahora, la ideal que te gustaría.
Céntrate en las causas, y construye esas relaciones.