Imagínate vivir en un edificio que fuera casi como una mini ciudad, donde tienes todo lo necesario para tu día a día. Algo así es lo que ofrece a las personas mayores el modelo conocido como 'co-housing senior' o 'co-living para mayores', ya que está orientado para crear una comunidad y combatir la soledad no deseada, uno de los grandes males que afectan a nuestra sociedad.
Con este tipo de viviendas ya no es necesario ingresar en una residencia para envejecer con dignidad, seguridad y compañía. Y, no es un ideal de ciudades como Madrid o Barcelona, sino que en Zaragoza lleva existiendo desde hace casi 50 años.
Así lo explica a este diario Beatriz González, miembro de la Junta de Gobierno del Colegio de Administradores de Fincas de Aragón, quien señala que este tipo de edificios son "como una residencia de estudiantes, pero para mayores". En estas viviendas, según González, las personas mantienen su independencia, ya que tienen "su apartamento propio, pero comparten servicios, salones, gimnasio, comedor, y sobre todo, vida".
Vivir acompañado
El edificio más representativo de esta tendencia en Zaragoza es Sagasta 5, un inmueble emblemático donde viven personas mayores solas, pero no en soledad. Las viviendas están pensadas para personas mayores "de unos 65 años" que aún son autónomas, pero que desean vivir en un entorno seguro, adaptado y socialmente activo.
El régimen habitual es el alquiler, lo que evita la convivencia entre propietarios con distintos intereses y garantiza una comunidad "más cohesionada". En Sagasta 5, por ejemplo, el alquiler ronda los 850 euros mensuales, "incluyendo unos 250 de gastos de comunidad donde entra un portero 24 horas que les puede atender en caso de emergencia".
"No es barato, pero resulta más asequible que muchas residencias privadas, especialmente considerando que la autonomía se conserva y que los servicios se pagan por uso, no por obligación", asegura González.
“Vivir solos en su casa ya no es viable para muchas personas mayores: por falta de accesibilidad, por aislamiento, o porque sus vecinos ya no son los mismos", continua, y añade que es, precisamente este tipo de edificios los que les aportan tanto una vivienda como "salas comunes para jugar a las cartas, fisioterapia, lavandería, limpieza, e incluso médico comunitario".
La clave de estas infraestructuras, para la experta, es que conviven, "pero sin perder su privacidad".
Servicios a la cara
Lejos del modelo asistencial de las residencias tradicionales, estos edificios funcionan como una estructura flexible de servicios, que los inquilinos pueden contratar según sus necesidades. Entre ellos: fisioterapia en sala propia del edificio, servicio de comedor con cocina casera y opción de envío a domicilio (13 euros por comida), lavandería o clases adaptadas de yoga o gimnasia.
“Lo bueno es que todo se negocia colectivamente: si un fisioterapeuta sabe que tiene 30 clientes en el edificio, puede ofrecer mejores precios. Y al compartir espacios, el coste por persona baja sin sacrificar calidad”, apunta González.
Actualmente, en Zaragoza existen al menos dos edificios con esta filosofía, aunque no todos siguen el modelo “puro” de co-living senior. Algunos, como Sagasta 5, mezclan alquileres y viviendas en propiedad.
Ocio dentro de casa
También, según apunta González, “se están planteando promociones en la periferia o en municipios cercanos como Pinseque". Y, es que, da igual que sea en el propio centro de la ciudad o en un municipio cercano porque, al final, "si los mayores tienen todo dentro del edificio ya no necesitan salir para hacer vida", comenta.
Uno de los aspectos más importantes, recalca, es que los edificios se orienten exclusivamente a personas mayores, ya sea mediante régimen de alquiler o estatutos internos. "Cuando se mezclan generaciones, no siempre funciona. Los intereses de la gente joven no son los mismos que los de una persona jubilada", plantea.
Para González, este modelo no es solo una solución funcional, sino también emocional y socialmente transformadora. “Es mucho más humano que dejar a nuestros mayores en sus pisos de toda la vida, muchas veces sin ascensor, sin vecinos conocidos y sin red de apoyo. Aquí socializan sin querer, porque comparten todo. Y eso les da vida", expone.
