Zaragoza
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“Mis hijas me necesitaban. Yo no podía rendirme por ellas, lo son todo para mi”. Así empieza a contar su historia Rosa Arroyo, mujer, madre, viuda y novia de 56 años. Aunque este no es el principio, para conocerla a ella y a su familia hay que remontarse varios años atrás.

Rosa se convirtió en madre por primera vez a los 25 años con el nacimiento de Mireia, y a los 33 tuvo a Alexia. “Los primeros años fueron duros”, confiesa. Ambas hijas enfrentaron problemas de salud tras nacer, pero fue Alexia quien, a los 26 días de vida, la puso a prueba como madre. “Le daban por muerta, tuvo taquicardias ventriculares y estuvo ingresada en neonatos. Fue horrible, pero salió adelante”, cuenta la mujer.

Durante aquellos días, Rosa se convirtió en una madre con la mente en dos mundos: el hospital donde amamantaba y acompañaba a la pequeña, y su hogar, donde su otra hija la esperaba con apenas siete años. "Estaba en casa con mi marido, pero claro fue difícil de llevar", explica.

Rosa con sus hijas en el musical de 'Mama Mia!'. E.E Zaragoza

A los 37 años, llegó el siguiente bache. Mientras Rosa estába siendo operada de hernia, su vida dio un vuelco irreversible. “Mi marido falleció de forma súbita. Justo en la habitación donde yo me estaba recuperando”, recuerda. La noticia, dada por sus hermanos en la sala de despertar, "rompió todo en pedazos". Rosa se quedó sola con sus dos hijas: "Mireia, de once años, y Alexia, de apenas cuatro", concreta.

"Solo pensaba en mis hijas"

“En ese momento solo pensaba en mis hijas. En cómo iba a sacarlas adelante y en que a mí no me podía pasar nada”, rememora. Rosa, recién operada, regresó a casa decidida a mantenerse firme. Sus padres se instalaron con ella durante los primeros meses para ayudar, pero ella lo tenía claro: “Yo tenía que estar en mi casa, donde mis hijas tenían sus cosas. Teníamos que aprender a vivir, a seguir adelante”.

El duelo fue crudo, especialmente por las noches. “Aunque estábamos las tres, eran horribles. Me venían todos los miedos”, explica. Volver a las rutinas diarias también fue otro de los grandes retos. “El colegio, la casa, el papeleo… me costó muchísimo”, asegura. No obstante, Rosa nunca estuvo del todo sola. Su familia fue "un apoyo constante".

Pero ser madre sola también significaba ser el todo para sus hijas. “Yo era madre, padre, amiga, todo. Ellas me lo pedían todo, y muchas veces decía que sí por no decir que no, porque yo también me sentía sola”, se sincera. Con el tiempo entendió que "darles todo no siempre era lo mejor". Aprendió, creció y siguió adelante.

"Estoy súper orgullosa de ellas"

Los años pasaron, y la semilla sembrada con esfuerzo dio sus frutos. “Mireia ya se ha independizado y Alexia ha terminado sus estudios. Estoy súper orgullosa de ellas”, dice Rosa con una sonrisa. “Tienen su carácter, pero son maravillosas. Ser madre ha sido lo más grande de mi vida”, insiste.

Rosa y sus hijas en la graduación de Alexia, la pequeña. E.E Zaragoza

Cuando conoció a su actual pareja, José, Rosa se sintió nerviosa por cómo lo tomarían sus hijas. Pero el vínculo se construyó desde el respeto y la confianza. “No es su padre, y nunca ha pretendido serlo, pero las quiere y ellas a él. Tienen con él una relación preciosa”, asegura.

A día de hoy, Rosa dice que sigue siendo esa madre protectora que está en cada paso de sus hijas. “Jamás les daría la espalda. Saben que siempre voy a estar ahí”, afirma. Sus prioridades han cambiado, su mundo también. Pero algo permanece intacto: su amor por Mireia y Alexia. “Yo no me considero la mejor madre, pero he hecho todo lo que he podido por ellas. Y eso, con todo lo vivido, ya es mucho”, concluye.