Hace más de tres décadas, Zaragoza dio un paso ambicioso con la construcción de uno de los edificios culturales más emblemáticos de su historia reciente. En 1994, abría sus puertas, tras cuatro años de obras, un espacio que, desde entonces, ha logrado lo que pocos esperaban: consolidarse como un referente europeo en música clásica y espectáculos de primer nivel. Pero su nacimiento no fue sencillo.
"Lo primero que debe entenderse del Auditorio es que, en realidad, no se trata de un solo edificio, sino de un complejo arquitectónico compuesto por dos construcciones distintas, obra de dos arquitectos diferentes", explica a este diario Jesús Martínez, doctor en Historia del Arte.
El volumen principal, el que se reconoce por sus altas columnas y su estructura de ladrillo, fue diseñado por José Manuel Pérez Latorre, autor del que muchos consideran el elemento más interesante y potente del conjunto.
Pegado a este se encuentra otro pabellón, conocido como la sala multiusos, obra del arquitecto Basilio Tobías, con una función más versátil y orientada a otros tipos de eventos.
En total, Martínez señala que el complejo ocupa unos 25.000 metros cuadrados y se alza sobre los terrenos que antiguamente ocupaban la Feria de Muestras de Zaragoza, en la zona de la Romareda. La decisión de levantar allí el auditorio marcó también un momento de transformación urbana: junto con él, se proyectó una galería comercial que completaba el desarrollo de la zona.
Uno de los edificios más polémicos
Si hoy el Auditorio se percibe como un emblema cultural, no siempre fue así. En los años finales del siglo XX, el proyecto fue uno de los más polémicos de la Zaragoza contemporánea. No faltaron campañas en su contra, encabezadas por la oposición política, que lo calificaba de innecesario, caro e irrealizable. De hecho, la polémica paralizó dos años su construcción.
Los detractores argumentaban, por un lado, que "el coste era desproporcionado". La construcción supuso alrededor de 40 millones de euros actuales, financiados íntegramente por el Ayuntamiento de Zaragoza, sin aportación ni del Gobierno de Aragón ni del sector privado. "En pesetas, suponía una cifra astronómica para la época", puntualiza el historiador.
Por otro lado, muchos consideraban inviable la existencia de un auditorio de música clásica en una ciudad que no era Madrid ni Barcelona. La pregunta general era: "¿Quién va a venir a tocar aquí?". Pero la respuesta vino con el tiempo, y de forma rotunda.
Un diseño que suena como una guitarra
Pérez Latorre no se conformó con hacer un edificio bonito. Su apuesta fue clara: un auditorio de calidad acústica excepcional, para lo cual se inspiró en un modelo de referencia mundial: la Sala de la Filarmónica de Berlín. La estructura angular de la sala, la colocación del escenario prácticamente en el centro y una cuidada distribución del público tenían un objetivo único: maximizar la sonoridad.
El arquitecto llevó el diseño un paso más allá. Mientras que el auditorio berlinés empleaba materiales como el hormigón, el de Zaragoza se construyó íntegramente en madera, tanto por motivos estéticos como acústicos. Latorre quería que el espectador tuviese la sensación de estar dentro de una guitarra, y quienes han asistido a un concierto en la Sala Mozart coinciden: esa sensación envolvente, rica y vibrante del sonido es real. No es una metáfora vacía.
La Sala Mozart es el corazón del auditorio. Tiene una capacidad exacta de 1.992 plazas y está pensada para grandes conciertos de música sinfónica.
Pero el edificio cuenta con otras salas especializadas: Luis Galve, más íntima y orientada a la música de cámara; Mariano García, de menor tamaño y orientada para otro tipo de actos no musicales; y la sala Hipóstila, un gran espacio que envuelve la Sala Mozart donde se celebran eventos y exposiciones.
El pabellón multiusos complementa todo esto, acogiendo eventos de música contemporánea, rock, pop o espectáculos escénicos. En total, el conjunto puede albergar hasta 10.000 personas.
Más de 12 millones de espectadores
Pese a las críticas iniciales, el Auditorio de Zaragoza se convirtió, contra todo pronóstico, en un éxito rotundo. Martínez destaca que, en sus tres décadas de existencia, ha acogido más de 12 millones de espectadores, con una media de 200 actividades al año. Hoy es difícil imaginar la vida cultural de la ciudad sin este edificio, que ha sido escenario de actuaciones memorables.
Por sus salas han pasado las principales orquestas sinfónicas del mundo, como la Filarmónica de Viena, la de San Petersburgo, la de Nueva York o la de Berlín. También han actuado allí los nombres más importantes de la dirección orquestal, como Zubin Mehta, quien llegó a decir que si pudiera llevar un instrumento a cada concierto, elegiría la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza, a la que considera "un instrumento perfecto".
También han brillado allí voces legendarias como Plácido Domingo, Alfredo Kraus o Montserrat Caballé, y pianistas de talla mundial como Lang Lang o Bruce Liu. Además de su programación clásica, el auditorio también ha acogido propuestas más modernas: desde grabaciones de programas como Ilustres Ignorantes hasta actuaciones de pop, jazz o rock, siempre con una acústica privilegiada como marco.
En los últimos años, el edificio ha sufrido algún cambio simbólico. Se rebautizó con otro nombre, generando nuevamente algo de controversia entre quienes consideraban que el nuevo nombre no estaba suficientemente relacionado con el mundo de la cultura: Auditorio de Zaragoza Princesa Leonor.
Una última anécdota lo resume todo: cuando Michael Jackson actuó en La Romareda, eligió el Auditorio de Zaragoza como camerino personal.