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Natalia mira el cuadro con un brillo especial. No es un cuadro cualquiera sino que representa el renacer, de volver a vivir. Una mariposa que sale de su capullo. Así, lo observa como si se mirara en un espejo ya que ella comparte ese sentimiento de rehacerse a una misma y reconocerse, sin miedo, cuando mira su reflejo.

Hasta llegar a ello ha sufrido mucho, como ella misma lo cuenta. Las lágrimas siguen ahí, pero también significan un símbolo de recuperación, una sanación que la ha llevado hoy aquí a querer compartir su historia como un proceso de terapia y un mensaje para el resto de mujeres.

Natalia no es una cifra, como muchas veces terminamos refiriéndonos a aquellas que sufren violencia de género. Esta mujer es su historia, la cual está marcada por 42 años de maltrato por su marido. Una violencia que comenzó silenciosa, con menosprecios, y que la bola terminó haciéndose más grande con agresiones físicas y amenazas.

"La primera vez que me pegó fue 15 días después de dar a luz a mi primer hijo", relata. Antes de ello, habían venido años "duros" porque su agresor, además de ser violento, bebía. Cuenta que esa primera bofetada la recibió tras pedirle ayuda para cuidar al recién nacido; la mera excusa era que "estaba un poquito descentrada".

"Lo normalicé cuando él me dijo que me había venido bien. En ese momento pensaba que sí y eso se quedó ahí en una parte de mi cabeza que no olvidé nunca", cuenta agarrada de la mano de su psicóloga, Beatriz García, que le acompaña en la conversación entre las paredes seguras de la Casa de la Mujer.

La segunda agresión física fue en este caso embarazada tras pedirle que le acompañara a dar un paseo: "Me dijo que el problema era yo y me dio un guantazo que me partió la ceja".

"Intentaba tapar todo y hacer ver a la gente que era casi perfecto"

La violencia no quedó ahí, a esto le siguieron insultos de "loca", "no te quiere nadie" o "toda tu vida vas a ser pobre", órdenes de encerrarse en la habitación con los niños porque "le molestábamos": "Te das cuenta de que nunca vas a ser suficiente", lamenta.

La aisló de todos, la anuló y no pudo contar con el apoyo de su familia. Tal es así que dejó "completamente sola" pasando una enfermedad tan dura como es el cáncer. Natalia sufrió en silencio los dolores de su enfermedad y las sesiones de radioterapia, ya que él nunca quería acompañarla, hasta el punto de olvidarse de su primera sesión de radio: "Yo le pedía perdón por estar enferma", transmite con pesar.

Los tentáculos de control que ejercía su agresor eran firmes, ordenó una serie de patrones que tenían que seguir, como que Natalia solo podía andar a su lado o detrás suyo. "Nunca he puesto música en el coche, no se podía hablar en él. Si mis hijos empezaban a hablar, él de repente aceleraba y se ponía a 150 kilómetros por hora con el coche. No hacía falta que nos dijera nada, sabíamos que teníamos que callarnos", relata.

Esto pasaba entre las cuatro paredes de su casa porque Natalia reconoce que "nunca había contado nada a nadie": "Intentaba tapar todo y hacer ver a la gente que era casi perfecto", confiesa.

"En La Casa de la Mujer es donde me he dado cuenta que yo era víctima de violencia"

Sin embargo, un día cambió todo tras amenazarle con un cuchillo delante de gente y decirle "no se mata con las armas, se puede matar con la mente". Una frase que en su momento le hizo ver que tenía que salir de allí o hacer algo, a pesar de, como dice, estar "anulada" y "metida en un pozo" del que no sabía cómo salir.

Camino a una nueva vida

Finalmente, fue él quien se fue de casa, lo que supuso un "alivio", no solo para ella, sino también para sus hijos, pese a que no se le fue el miedo porque no sabía lo que venía después.

Aunque reconoce que se fue, su agresor "sigue ahí", incluso después de divorciarse, con llamadas telefónicas: "Ellos no nos van a dejar en paz nunca". Además del divorcio, un año y medio después de que abandonara la casa que compartían, Natalia decidió denunciarlo. Fue un trámite "duro" en el que lloró todas las noches. Sin embargo, la noche previa admite que esa noche no lloró.

Todo es más llevadero con la ayuda de la Casa de la Mujer: "Cuando me hacen algo, vengo aquí, y aunque no tenga hora, me escuchan, me abrazan y me dicen: "Natalia, nosotras estamos aquí, lo vamos a conseguir"".

De esta forma, el camino de recuperación está siendo "más fácil" gracias a cruzar las puertas de la Casa de la Mujer: "Aquí ha sido todo fácil, aunque ha sido muy duro, porque aquí es donde me he dado cuenta que yo era víctima de violencia", admite. Así, este sitio se ha convertido en su refugio particular donde sabe "que nadie me va a juzgar". Aunque admite que las sesiones de terapia son "duras", las reconoce como la única manera de sanar.

"Me están enseñando a quererme, a que yo valgo mucho", cuenta con una sonrisa. Así, admite que durante mucho tiempo no supo mirarse en el espejo sin llamarse "tonta" o "imbécil".

El acompañamiento psicológico le ha abierto a recuperar su vida y lo más importante, a recuperar a su hermana con la que perdió toda la relación durante su matrimonio. Para ello, fue importante para ella externalizar lo que había ocurrido. Ni sus hijos ni sus familiares mostraron sorpresa, sino alivio de que Natalia volviera a la vida: "Todos me han apoyado y me han creído, al final yo cuento la verdad".

Un eje fundamental han sido sus hijos, los que ven a su madre, una mujer que sonríe, disfruta y los acompaña a cada paso. Admite que se sienten "orgullosos" de que haya dado el paso de contar su historia.

"Cuando vas saliendo vas encontrando una vida tan distinta que no sabías que existía"

Así, ahora disfruta de estar en casa y que su espacio le dé tranquilidad. "Cuando abro la puerta y sé que solamente va a estar mi hijo o que no hay nadie ahí, siento un gran alivio y mucha paz", transmite.

Tras todo este camino recorrido, solo tiene palabras de agradecimiento a aquellas que le están ayudando. Pero el mensaje más importante lo tiene para las demás mujeres.

"Que pidan ayuda, que se puede salir, que se sale. Cuando vas saliendo vas encontrando una vida tan distinta que no sabías que existía. Que salgan con miedo, por supuesto, pero con menos miedo que cuando se vive con una persona que es violenta. Ahora nadie te va a condicionar tu vida. Va a ser duro, pero mucho más fácil que de donde estábamos", reflexiona.

Al otro lado, como en el caso de la Casa de la Mujer, gestionada por el Ayuntamiento de Zaragoza, les esperan recursos de atención ya que apoyan tanto a mujeres como a sus hijos con trabajadoras sociales, psicólogas, educadoras y abogadas. Elena Cortés, responsable de la atención de violencia de género, recalca: "Intentamos acompañar y apoyar, sabiendo que ese proceso que es largo y difícil, con ayuda se supera mejor". A lo que concluye: "Hay luz al final del recorrido".

Número para la atención a víctimas de violencia de género.