Estaría dispuesto a comprar el razonamiento chatarrero de que Rajoy es una fábrica de hacer independentistas si quienes así lo creen asumieran que Puigdemont es la principal industria de españolismo, porque siendo cierto que el número de separatistas catalanes se ha multiplicado desde que el gallego llegó a la Moncloa, también lo es que no se veía tanta bandera nacional en las calles desde la época del Nodo. O sea, que siguiendo la lógica nacionalista, el presidente de la Generalitat sería hoy un estorbo -y no pequeño- para su propia causa.   

Pero ya digo, aun dando por buena esa quincalla argumental, nunca podría decirse que Rajoy y Puigdemont están empatados: si el primero es la factoría de separatistas por excelencia, lo será por errores políticos, faltas y disparates cometidos dentro de las reglas de nuestro Estado de derecho, mientras que el segundo es capaz de pintar Barcelona de rojo y gualda -muy a su pesar- a costa de sumar una ilegalidad tras otra. 

Si traigo a colación la milonga de la fábrica de independentistas que tanto ha calado en la izquierda es para alertar del nuevo sofisma que han puesto en circulación los nacionalistas con el inestimable auxilio de Pablo Iglesias: el de la generosidad extrema de Puigdemont perdonando la vida a la Democracia española al no declarar ya la independencia, y todo por dar una oportunidad al diálogo.

La realidad es que ni Puigdemont ni sus secuaces han tenido jamás la voluntad de negociar nada. Su única meta -tal y como consta en el documento encontrado en el domicilio del número dos de Junqueras- es llegar al "Estado propio", sin importar un higo que para ello sea preciso agitar el "conflicto democrático" (revuelta callejera en román paladino).

Pero Puigdemont se ha encontrado con el inconveniente de que ni su referéndum lúdico festivo ni los tropecientos heridos achacados a la actuación policial del 1-O y presentados como un crimen de lesa humanidad han ablandado a Europa, que no contempla la trampa de la mediación. Es normal: basta con que hayan visto en la misma Barcelona quiénes se hacían selfies con Otegi y con quiénes se abrazaba Vargas Llosa para hacerse una idea.

El coitus interruptus del molt honorable no tiene nada que ver con su supuesto talante pactista; viene forzado única y exclusivamente por la falta de reconocimiento internacional. De haber visto la mínima posibilidad, el martes habría salido al balcón. Pero necesita ganar tiempo a la espera de un momento más propicio. Volverá. Tomen nota los pardillos del "diálogo".