Vayan a ver Dunkerque, es una película ambiciosa y adulta. Es también una película analógica tanto en la forma como en el fondo. Lo primero porque ha sido pensada para un formato de 70 mm, incompatible con televisiones, móviles y demás sucedáneos de pantalla de cine. Lo segundo porque Nolan manipula al espectador como nadie lo había vuelto a hacer desde Hitchcock o Kubrick. Y sin efectos digitales añadidos. 

Menciono sólo dos de los engaños de la película. El primero: Dunkerque no es cine bélico sino cine de suspense. De hecho, la película tiene más puntos en común con clásicos del género como Speed o Infiltrados que con Salvar al soldado Ryan o Black Hawk derribado. El segundo: tras su atmósfera oscura y claustrofóbica (los educados en la ESO la definirían como "intensita" a falta de mayor vocabulario) se esconde una película positiva sobre el instinto de supervivencia y el triunfo de la voluntad. 

Dunkerque, en fin, es cine reaccionario e ideológico. No al estilo de Ken Loach, cuya única motivación para hacer películas parece ser la de atizarle al espectador en el entrecejo con el parado, la madre soltera o el adolescente problemático de turno. Ideológico en el sentido en el que lo era el cine de John Ford, que transmitía su mensaje a través de los actos de sus protagonistas y no de sus miserias y lamentos. Nolan, como también Villeneuve, es en este sentido un director profundamente moderno. Que es lo mismo que decir antipostmoderno.  

Dunkerque tiene una virtud más y es que en ella no aparecen mujeres ni negros. Y esto no lo digo porque me haya vuelto loco de repente sino porque es el principal reproche que Brian Truitt, crítico de cine del diario USA Today, le hace a Dunkerque. «El hecho de que en la película sólo aparezcan unas pocas mujeres y que no incluya papeles protagonistas para actores de color puede que moleste a muchos. A pesar de ello, los logros de Nolan son innegables». Nolan habrá respirado de alivio al saber que su apego al rigor histórico no le ha impedido hacer una gran película.  

Entiendo que la obsesión de Truitt con la entrepierna y el color de la piel del prójimo es compartida por muchos de sus lectores. Este tipo de monomanías suelen ser producto de escuelas de pensamiento (por llamarlas de alguna manera) más amplias. En cualquier caso, el consejo para Truitt es obvio. Puede que los personajes LGBT de la Marvel, la Alicia negra del calendario Pirelli de 2018 o las cuotas sexuales y raciales impuestas a los directores de la Disney estén haciendo de este un mundo mejor y reventando las cuentas de resultados de las empresas implicadas. No tengo datos al respecto y no tengo por qué dudar de ello, aunque ya sería triste que tanta penitencia por no se sabe qué pecado original no tuviera la recompensa de un incremento en las ventas.

De lo que sí estoy seguro es de que si el objetivo es convertir los cines en ametralladoras de sermones capaces de salvar más almas que el propio Vaticano sería bastante más efectivo para ello crear una mitología propia que apropiarse de la de tus antiguos opresores. Por no hablar de lo cínico que resulta inventar agravios inexistentes como el del apropiacionismo cultural para acabar pidiéndole a Idris Elba que interprete a un dios nórdico. Sí, lo sé: el apropiacionismo cultural sólo se da desde el grupo social privilegiado hacia el discriminado. Pero ¿dónde radica exactamente el privilegio de un nórdico harapiento y mal espulgado del siglo XII con respecto a un multimillonario londinense del siglo XXI? 

Y no será porque no haya personajes históricos interesantes que interpretar más allá de la cultura blanca occidental. Véase Mao Zedong, que asesinó a sesenta millones de seres humanos. O el turco Ismail Enver Pasha, que hizo lo propio con dos millones de armenios. O Mengistu Haile Mariam, que finiquitó a un millón y medio de oponentes políticos. O Jean Kambanda, sobre cuyas espaldas descansan ochocientos mil cadáveres de tutsis. O Idi Aman, Mobutu Sese Seko, Charles Taylor, Ho Chi Mihn, Jomeini, Hissene Habre, Michel Micombero o Hassan Alturabi. Estoy seguro de que todos tuvieron enfrente a algunos héroes anónimos con el valor necesario para plantarles cara. A mí me gustaría conocer su historia. 

Pero vaya, que si algún representante de alguna minoría discriminada desea el papel de Adolf Hitler, bienvenido sea. No veo por qué este hombre debería ser siempre interpretado por blancos. ¿John Boyega se presenta voluntario, quizá?