No producen miel. No producen nada. Si por ellos fuera, los campos no se habrían roturado ni el grano almacenado; por lo tanto, no habría aparecido la escritura. Enemigos del orden, la ucronía les habría privado de su oficio: la propaganda y la culpa colectiva. Desaparecerían de la historia los transportes, los hitos, los caminos, el tren de mercancías, los registros. En realidad, la historia faltaría.

Alérgicos al trazo rectilíneo, gozan en la contemplación de un mundo sin el Hombre; vacilantes hileras de hormiguitas, todos esos rodeos de conciencia grupal, que no es conciencia. Sus sueños son bandadas de estorninos unánimes, sin un solo individuo; son nubes a contemplar y pájaros regalando paraidolias. Así quieren el mundo. Se les supone lectores de Marx, seguidores, epígonos; es una hipótesis que no se compadece con renunciar al dominio de la naturaleza. Oíd:

Gozáis deificando la carencia en medio de abundancias como no ha conocido en Europa un solo rey absoluto, tratando como andaban con viruelas y úlceras. Hozáis en la premura del lodo, y os complace. Torceos, retorceos, revolcaos; comeos, excretaos, rebozaos. Exponed vuestra lacra cuanto os plazca, pero de espaldas a la urbe. Que no quiero verla, que no quiero verla.

Vuestra lacra es la nuestra, va de suyo. Es la lacra de todos: el animal que somos. Mamíferos curiosos que según los últimos avances de la ciencia están más cerca que lejos de determinar las decisiones de sus sombras humanas, de impregnar su cultura (antropológica). Qué fastidioso, qué oscuro, qué ordinario. Pero yo he visto en sueños de morfina cuán inútil resulta prolongar discusión y sufrimiento. Nos lleva al hospital el animal que somos. Nos saca de él, con suerte, la inteligencia en marcha y, claro, el empirismo, Y el ingenio, y los libros —saber acumulado—, y el método científico, y los que nos preceden, y la navaja de Ockham, y el escalpelo, el láser. Animales.

Creéis tener derecho a detenernos, a paralizarnos con el truco de la culpa. Llaman relativismo a la trampa moral y cognitiva que nos habéis tendido. La paradoja del antropocentrismo. Y luego la realidad como relato, y el mundo inexistente. ¿Decís alzaros en el nombre del Hombre? Farsantes de la especie, valedores de un dolor interminable. Torcéis la libertad, traficantes de remordimientos, impostores que toman las tribunas, el aula y el plató vertiendo manufacturadas demagogias. Vuestra única manufactura, zánganos de la nada amplificada, dueños del eco. Acaparáis las cajas de resonancia desde donde os erguís, ufanos, sobre la desesperación.