Después de todo, todo ha sido nada me quedó por decir hace un par de semanas cuando escribí de nuestro presidente virtual y de la nada. Olvidé que Pepe Hierro, y algunos me lo recordaron, lo había dicho antes y mejor que nadie cuando desde Nueva York nos dibujaba el todo y la nada, especialmente lo segundo: “Después de nada, o después de todo supe que todo no era más que nada”… No me dirán que no les suena a Mariano Rajoy Brey, el escapista, -“No queda nada de lo que fue nada”-  que estos días continua haciendo la estatua, fumándose un puro, viendo la clasificación general del Tour en mi querido Marca, evadiéndose, camuflándose de Algeciras a Estambul, de Estonia a Lituania. Porque de Cataluña, mejor ni hablamos.

Dolido por el olvido, insisto, releí Vida para confirmar lo que ya intuía: la vigencia de Hierro y la inexistencia de un presidente de gobierno etéreo, vaporoso, sutil, vago… -Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”-; un presidente que es un espejismo perpetuo, un espantapájaros que ha salido corriendo una vez más, que ha escapado, que ha vuelto a huir como lo hizo cuando Bárcenas, cuando le empezó a aflorar la  financiación fraudulenta del PP, cuando la operación Lezo; ahora ha vuelto a evadirse mentalmente de la realidad, como dice la RAE al definir el escapismo. “Después de tanto todo para nada”.

El otro día un político decepcionado me decía que estaba harto de tanta falsedad, de tanto pactar y de tanto negociar. Todo es factible de negociar, todo es posible pactarlo. Todo, especialmente los principios, se quejaba. “Es un asco, porque entre tanto pacto nos olvidamos de los principios, de las líneas importantes, de las que nunca habría que rebasar. Y las rebasamos, la verdad, y no parece importarnos abjurar de los principios, nos la trae al pairo. Pactar es bueno, muy bueno, pero si no te dejas en el camino el nombre y el apellido y nosotros hay veces que no solo nos dejamos lo uno y lo otro sino que hasta nos olvidamos de nuestra puta madre”.

Y me ponía un ejemplo. Esto es, me decía, como el ladrón que te pilla por la calle, te pone la navaja en el cuello y te reclama la pasta:

-¡Dame mil euros o te rajo!

Y entonces tu regateas.

-¡Te doy trescientos!

-¡Qué dices! ¡Seiscientos! ¡Ni uno menos!–, insiste el chorizo.

-¡Cuatrocientos!

-¡Quinientos y no se hable más! –sentencia el que tiene la faca por el mango.

Y tu aceptas, aceptas que te robe. Y al acabar el día te miras al espejo y te preguntas cómo es posible que acabes pactando con el que te birla lo que es tuyo. Así es hoy en día la política, me dice.

Rajoy, o su espíritu, o su avatar, es el que se deja; el que acaba pactando con el ladrón, con el que porta la faca, con tal de no hacer nada. Con tal de no hacer nada y si por él fuera, hasta pagaría la mitad de las urnas del 1-O y hasta aceptaría que Cataluña fuera independiente los lunes, miércoles y viernes si a cambio continuara siendo española los martes, jueves y fines de semana por aquello de que el Barça siguiera jugando la Liga. Follones de verdad, los justos.

Todo lo anterior es un exceso, lo sé. Una boutade sin pretensiones y posiblemente sin ingenio. Pero cuando se es víctima de la nada, nada te extraña, nada te parece completamente ajeno, nada te acaba pareciendo todo. Qué mas da que la nada fuera nada si más nada será… Palabra de Pepe Hierro, que sigue entre nosotros y que no sabemos si sufrió en exceso la nada que ahora nos carcome. Y cada día más.