El relevo del director de los mossos por un talibán antiespañol constituye un salto cualitativo en el procés. Es normal que el nuevo conseller de Interior no vea en el mando que estaba dispuesto a detener Puigdemont a la persona adecuada para garantizar la seguridad del 1-O. Pero resulta delirante que el mensaje sugerido con esta sustitución sea el de un escenario de enfrentamiento, llegado el caso, por la vía de la fuerza. La hipótesis es delirante pero acorde con las expectativas auspiciadas desde la Generalitat y coherente con las aspiraciones clásicas de todo totalitarismo de contar con un brazo armado.

Es lógico que los mossos se inquieten ante la tesitura de verse más pronto que tarde obligados a elegir entre la defensa de la Constitución y el Estatuto y la obediencia debida a sus superiores jerárquicos. Pero no lo es tanto que Rajoy, Soraya y Zoido prefieran fingir normalidad, cuando asistimos a un desafío constante de palabra y de obra, en vez de tranquilizar a policías y ciudadanos de manera incontestable.

El Gobierno se aferra a que la compra de urnas se ha postergado y a las grietas abiertas en el PDeCAT para dar por sentado que el referéndum es un cadáver exquisito al que velan plañideras mal avenidas, pero fundamenta sus predicciones en un acto de fe insostenible ante la acometividad creciente de la yihad independentista.

Lo único que sabemos hasta ahora es que el Govern ha sido cribado de tibios; que los ayatolás del procés prefieren la ruina personal y colectiva al ridículo; que habrá choque institucional como ya lo hay político; y que lejos de aprovechar las fisuras abiertas en el PDeCAT para acabar con Puigdemont y sus fanáticos, Rajoy se complace ante la posibilidad de que el Saturno secesionista acabe devorando a sus hijos mientras él pasa revista a las tropas o lee el Marca.

La renuncia de la política no es una opción ni cuando funciona. Que el 1-O acabe siendo una patochada similar a la del 9-N, no solucionará el problema de una desafección agravada a partir de otoño con el rencor de los humillados. Ante la dejación e irresponsabilidad del PP, y dado que Cs poco tiene que hacer en este campo, el PSOE tiene la oportunidad y la obligación de entenderse con el nacionalismo moderado para ayudarle a restituir la normalidad en Cataluña y en España.