Con la de apuntes valiosos que dejó, y solo se le cita para relacionar política y ridículo. No repetiré la frase. Lo que el añorado president quería decir es que jamás, bajo ningún concepto, hay que hacer el ridículo. Punto. Si montó su imperativo sobre la política fue porque a ella se dedicó primero, creyó dedicarse después y acabó dedicándose de nuevo por pura cabezonería. De ser cierto que el español teme el ridículo, los catalanes somos los más españoles, salvo quizá los vascos. Sé que hemos retrocedido mucho desde que Artur Mas se definiera como “muy astuto” en TV3. Como fuere, Tarradellas estaba en alerta permanente. Diríase que mantenía el lobo a raya agitando una antorcha. De ahí tantas cartas y tanta fe solitaria; de ahí su victoria final sobre el destino. O sobre sí mismo, que es la gran victoria. 

Ja sóc aquí” es la fórmula implícita de un gran mago que remata su número reapareciendo en el escenario de la historia tras una peripecia imposible, incluido el ahogamiento de la tortura china del agua, de Houdini. Antes del “ya estoy aquí” había pronunciado otras tres palabras nada casuales que germinarían, dando nombre muchos años después al partido político que rompió la espiral del silencio en el Matrix nacionalista: “Ciutadans de Catalunya!”. Lo significativo es que no dijera “Catalans!”. Fue, en primer lugar, porque no quería parecerse a Companys, de quien había sido Conseller en Cap en épocas oscuras. Y sobre todo, porque apelaba a individuos recientemente libres, no a árboles de carne.

Interiorizó en el exilio francés, durante años y años que habrán pesado como losas, una dignidad institucional en la que nadie creía, empezando por la oposición al franquismo. Luego despreció sin disimulo a Pujol y advirtió contra los peligros de sus políticas de enfrentamiento; le vio de lejos las trampas y la deslealtad y le acusó de instaurar una dictadura blanca. Hasta ese punto había aguzado su instinto y su valentía luchando contra el ninguneo, ahuyentando el ridículo y manteniéndose erguido, alto e imponente como era. Que conservara la militancia en ERC parece ahora, en pleno golpe, una broma pesada, pero cuando llegó a España parecía una broma ligera. Creo que cuando Terra Lliure atentó contra Federico Jiménez Losantos, solo dos políticos encuadrados en el llamado catalanismo estuvieron a la altura. Uno fue él, que comprendió en toda su dimensión la gravedad de lo ocurrido. Me alegra haber acudido a recibirle a la Plaza de San Jaime hace cuarenta años.