Digamos, sin ánimo de ofender, que Donald Trump es el Jesús Gil de este neoliberalismo despiadado en el que nos hemos visto, por decreto, envueltos para regalo. Un Tío Gilito con manchurrón de mostaza en la corbata. El Pájaro Loco del árbol ginecológico que rebrotó en pleno sueño americano. Añadamos que en su ascensión al poder estriba el principio del the end. Es una catástrofe anunciada. ¿Quién nos iba a decir que la Tercera Guerra Mundial se decidiría en el pasillo central del Carrefour?

Algo normal en este planeta donde los inviernos son cada vez más fríos. Los musicales son cada vez más parecidos a la perra vida. Las comidas de empresa son cada vez más caras. Los palitos de merluza congelados son cada vez peores. La información que venden liofilizada es cada vez más falsa. Las plegarias que se lanzan al cielo son cada vez más afiladas. Donde casi todo el mundo tiene ya un iPad, que es el último juguete que nos ha regalado a plazos la democracia. Y hay pobres que se ven obligados a recoger el socarrat de las iglesias donde se han celebrado las bodas.

Este nuevo viejo Trump permanece aferrado a la luz de los flashes. Emite comunicados con una voz engolada que acentúa la autoridad de lo leído. En todo momento parece decir ahora mando yo. Es un aprendiz de dios que aparece rígido, ríspido y dice chistes que él sólo ríe. Enfatiza su carisma de millonario salvapantallas que pulsará los botones rojos, lo cual explica muchas cosas que hoy suceden y que sufrimos sin comprender. Y se las da de compisoviets.

El sol se ha detenido con expectante silencio sobre el flequillo de Trump y no encontramos el modo de reiniciarlo. Vayas donde vayas, encuentras a gente con una suerte de enfado, de ira mal contenida, como si les hubieran engañado… ¿Cómo puede existir un multimillonario que piensa que se le debe tanto? ¿Quién le debe? Quizá tenga algo que ver con la publicidad, que lo promete todo. Puede que exista una generación, la de nuestros abuelos, alimentada a base de spots y que supone que tiene derecho a todo. Zapatos, ropa… y felicidad. Cochazos y placer eterno durante el resto de nuestras vidas. Lavadoras y dicha imperecedera. Asumido este trumpazo feroz, ya nada volverá a ser igual. Ya no habrá derechas ni izquierdas; ya no habrá clases sociales; ya no habrá ricos ni pobres. Tan sólo habrá deudas. Zombis. Matrioskas. Y trampas.