Los alcaldes de Barcelona, Madrid, Valencia, Zaragoza y A Coruña critican la negativa de Rajoy a reunirse con ellos para acelerar el proceso de acogida de refugiados. El presidente les ha remitido a Empleo. Tendría bastante gracia, la larga cambiada y afarolada de este galáctico andariego a lo Forrest Gump. Lo de remitir a Empleo a todo edil patrio que pretenda resolver el sudoku de su Refugees Welcome preventivo y particular. Si no fuese porque, tal salida de tono, provoca arcadas.

Se sigue practicando, al sur de las fronteras, ese antiguo deporte de riesgo denominado salto de vallas (con posible rotura de ligamentos, o algo peor, tras el forcejeo). Disciplina nada olímpica, pero sí extrema, en la que participan efectivos de la Guardia Civil, miembros de las Fuerzas Auxiliares marroquíes e inmigrantes que aprovechan la dejadez del reino alauí para colarse en Ceuta: 857 saltadores en menos de dos días, lo que ha desbordado, una vez más, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes. ¿Con estos qué hacemos, señor presidente? ¿Remitirlos, también, a Empleo?

El Gobierno de Mariano Rajoy se niega a levantar la voz contra el país de Mohamed VI, a pesar de ser el primero en sufrir las consecuencias del enfado del monarca con la UE por la reciente sentencia en la que se reconoce al Sáhara occidental como territorio independiente. ¡Se siente mucho, Mohamed VI y Abdul Ilah Kieran! ¡Diríjanse ahora, juntitos, a la cola de Empleo!

Aquí, los únicos que no pierden su orgullo, son los inmigrantes. Que se lo juegan todo en cada salto. Ninguno pretende dar ni encontrar soluciones, sino mostrar esa angustiosa impotencia que, llegado un mal día, a todos nos puede atenazar. Probablemente, les baste con eso.

Ahora, éste es su momento. Hacen del tramo final de su viaje algo por lo que merece la pena vivir. Aunque resulte que la luna, en el otro lado, no sea más que otra raja de sandía con la que cortarse las venas. Hay que aferrarse a las alambradas, para que se sepa que uno no es un simple turista más, que no está perdido ni es una presa fácil; hay que moverse rápido, con fiereza, mirando al frente, o de soslayo, aunque con la precaución de que nuestra mirada no choque con la de quien no debe. Nada está garantizado en lo alto de esa valla que queda a las afueras de un género literario del que todos participamos sin querer: el hiperrealismo sucio.