Año 0 de la era Trump. Cuando el liderazgo se traduce en estupideces soltadas en Twitter, y el mundo puede ser peor aún de lo que nos lo dejaron. Trump representa el flequillo loco americano, el yanqui desbocado, el reverso o la primacía del sueño americano sobre el buenismo canguelón de Europa, como bien dejó claro el miércoles en espídica rueda de prensa. Aquí en España los soñadores del ladrillo como Trump se conformaron con un equipo de fútbol, la alcaldía de un pueblo malagueño y los hijos -muchos, por imperativo religioso- comiendo de la sopa boba del palco. Pero Trump no, el mundo es su cortijo y por encima del Muro de Berlín, entre Washington y Moscú, va la entente del cipotudismo geopolítico; ese teléfono rojo con dos machotes (Trump y Putin) que se reconocen, se zancadillean, aunque se comprenden y retroalimentan y se auxilian en esa ideología que da el no creer en nada. En nada noble.

Con Trump asistimos a la globalización del Pocero y a la salida solemne de Obama como diciendo "pueblo, ahí tenéis la democracia"; aunque Barack, lo que se dice poder, pudo poco o nada según leemos en su canas y su cuerpo lloroso y ya medio albino.

Comentaba el martes el maestro Manuel Alcántara, cuyo 89 cumpleaños venimos celebrando en esta semana, que él no había votado a Trump, pero que lo iba a sufrir como el primero. Y al calor de la estupidez bocachancla de Donald van surgiendo los intelectuales de Hollywood,que aunque no son intelectuales sensu stricto, citan a Chomsky y adoptan perros y niños indios desde las doradas colinas de California. Detrás de un esperpento como Donald Trump, siempre va una ristra de ociosos contrarios y oportunistas: Meryl Streep o Robert de Niro, con el mismo lunar y el mismo rictus en el imposible oficio de reinventarse después de Taxi driver. Y detrás de un progrehollywood, hay cinco fundaciones medio benéficas. Quizá porque los intelectuales, de Ana Belén a Meryl Streep, de Robert de Niro a Willy Toledo, siempre han estado ahí. Entre los camerinos y la cooperación internacional. Salvando el mundo y salvándose a sí mismos.

A Trump le pueden chantajear con todo, pero estos emprendedores vienen hechos a sí mismos, y las filtraciones y los espionajes se llevan mejor con una Melania consorte que consiente.

Los progres ladran, pero Trump cabalga y tuitea lo que le sale de la Torre.

De modo que este apocalipsis no es la primera vez que lo ha visto el mundo.

Ni la última.