Rajoy quiere gobernar cuatro años más, con lo que sumando presidencias y este año en funciones nos da para nueve años; toda una vida con Rajoy. Toda una vida, como cantaba Machín. Toda una vida en plasma y en B. Con un par. Y lo dice. Y no se le cae la cara de vergüenza. Y no le pesan ni las mañanitas judiciales en San Fernando de Henares con sus titulares y su cronista plenipotenciario -Ferreras-; ni la coña internacional en la que ha transformado España. Ni siquiera el haber convertido el partido en una timba de tahures que le bailan el agua para que las aguas, ay, se estén quietecitas. Para que no huela la ciénaga más de lo aconsejado.

A Rajoy no le pesa nada. Está más vivo que nunca. Un pacto con el diablo y el tinte capilar. Y su país, el nuestro, convertido hoy en el "mal menor”. Y no queda otra, amigo. Qué pensar de tantos años de plomo en las Vascongadas, de tanta buena gente comprometida con el centroderecha que vino a dejarse la vida y las canas por una forma de entender el mundo. Después de este largo sueño del desgobierno, volvimos a lo mismo. A un lo mismo que es esa España a la que Rajoy ya no se presenta ni como salvador; porque Rajoy acepta el encargo del rey por esa lógica aplastante -y rajoyniana- según el cual los tiempos y las cosas de la política acaban por beneficiarle. La hipotensión como forma de Estado.

Después piensa uno en estos meses del desgobierno, que nos han dejado el alma calva y una crisis de fe en eso de la soberanía popular. Entre que Rajoy dejaba pasar el tiempo, que le es propicio, España ha visto implosionar a aquella oposición que más se pareció al constitucionalismo; España vio el egoísmo de aquellos acampados que se atribuyeron la voluntad popular y el cambio con una flauta andina y dos rastas. España ha visto demasiado, pero puede que el problema resida en nosotros mismos. España casi devoró a Rivera, mirlo blanco, que tiene un pensamiento preclaro y necesario de nación. Quizá porque en este país de todos los Otegis gusta mucho el griterío, pero a la hora de la verdad somos “cabreros” (Gil de Biedma) con teórico derecho a voto.

“No tengo perfilao mi Gobierno. Es más, no he pensado en ese asunto”. Queden estas palabras de Rajoy grabadas en el aire de la Moncloa, en las crónicas más cachondas y en las más tristes. Que sepan nuestros nietos que aquí lo que triunfa siempre es el “mal menor”. Y que está en nuestra genética que sigan saliendo rajoys entre hoy y la eternidad.