Digamos que se llama Pablo, aunque ese no es su nombre. Pablo es un chico joven que pertenece a la categoría de lo que llamamos "enfermos crónicos".

La vida de Pablo, aquejado de fibrosis quística, es un ir y venir de hospitales, ingresos y altas, medicamentos sin cuartel y protocolos varios. En la hoja de servicios de Pablo hay incluso un trasplante de pulmón con fecha de caducidad.

Ahora Pablo está esperando a que vuelvan a pasar los Reyes Magos con otro pulmón, porque el que le pusieron ya no funciona. Como en estos días el cuerpo de Pablo es un imán para las infecciones y los microbios, está recluido en un hospital por si las moscas.

Lleva con bastante deportividad una situación que a cualquiera nos parecería desesperante. No suele quejarse. Ni siquiera le he escuchado lamentar su mala suerte, la que le está haciendo pasar la juventud entre un ingreso y otro.

Pablo no tiene más que buenas palabras para los profesionales que le atienden y el sistema que intenta hacer de él un chico sano. Pablo sólo se enfada cuando tiene que pagar para encender el televisor de su habitación, porque ver la tele es el único entretenimiento cuando te sube la fiebre y estás demasiado débil hasta para que te den conversación.

Tal vez si Pablo no fuese huérfano de padre y su madre no se ganase la vida fregando escaleras a él no le molestaría tanto que le cobrasen por la tele, pero las cosas son como son, y cada vez que cambia de canal, recuerda que está pegando otro pellizco al modesto pecunio de su breve familia.

Hoy Pablo está un poco peor y se ha puesto filosófico, y de pronto mira su televisor de pago y pregunta, como quien no quiere la cosa, que por qué él tiene que pasar por caja para ver una película y los internos de cualquier cárcel tienen tele gratis. Si hay alguna razón que justifique que los enfermos crónicos estén un poco peor tratados que los presos comunes. Si es justo que en un hospital público el monitor en las habitaciones sea un pequeño negocio para alguien. Si de verdad está bien ser tan tacaño a la hora de facilitar un poco de entretenimiento a un chico enfermo.

Y yo, que trabajo con las palabras, me quedo sin ellas y cambio de tema para no tener que explicar a Pablo algo que de pronto tampoco entiendo. A lo mejor ha llegado el momento de que la pregunta que se hace Pablo se la haga alguien más. Alguien que pueda tomar decisiones y mandar que retiren el miserable cuentamonedas de la tele de la habitación que Pablo y de todos los Pablos que esperan un milagro entre las paredes de un hospital.