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El independentismo vence en la imagen, pero no en la razón

Como sigamos unos meses más con el tema del independentismo en Cataluña acabamos los 47 millones de españoles siendo independentistas y no sé si vamos a caber con apreturas en aquellas tierras. Es tal su persuasión, su capacidad para vender su discurso que ya esto también es posible. Pero la razón no les acompaña.

2 octubre, 2017 14:30

La jornada de ayer ha sido un nuevo éxito de imagen del independentismo catalán. Perros, niños, cándidos ancianitos yendo a votar con el pan caliente y los bollitos de buena mañana. Ancianitas con taca-taca frente a hombres fornidos y rudos venidos de otros puntos de la geografía española con la intención de romper esa armoniosa y festiva jornada democrática.

Las televisiones afectas entrevistan y saludan a los ancianitos a los que felicitan y desean una buena mañana y una feliz independencia per secula seculorum. Y además aquellos hombres bárbaros parapetados con aparatosos trajes y porras vienen a molestar en tan pacífica mañana de domingo de libertades y ¿xurros¿.

No digan ustedes que no me compran el relato. Es tierno, conmovedor, emocionante. La fiesta de la democracia catalana frente a la opresión externa. Realmente, dan ganas de hacerse independentista cuanto antes. Supongo que años con esta maestría en el discurso han forjado miles de mentes con un sello poderoso, casi imborrable.

Este idílico mundo de la Cataluña que quiere ser república independiente es fácilmente asumible por el corresponsal extranjero que ve una foto fija pero desconoce la trastienda, las leyes, la realidad que oculta tan virginal estampa.

Supongo que después de incautar urnas y más de 11 millones de papeletas por parte del Estado español a las órdenes de los jueces, los independentistas sabían que la consulta no era muy legal. Después de que los más altos tribunales se hubieran opuesto al referéndum y que el mismo tropiece con una Constitución que ¿como la de la mayor parte de los países avanzados- atribuye a todos los ciudadanos la soberanía del país, las masas independentistas fueron a votar. Una Constitución que es cambiable pero que hoy por hoy habla de la unidad de España.

Matices muy gruesos que van quitando encanto a esa jornada de fiesta democrática patrocinada por la Generalitat independentista. No se trata de saltarse un semáforo, sino de desobedecer e infringir la Ley de leyes de un país. Algo que ni siquiera es un pequeño inconveniente para los convocantes.

La forma en que se produjo la votación es de todos conocida. El don de la ubicuidad reservado a la Providencia se repite en Cataluña en las numerosas personas que votan varias veces con urnas en la calle, sin registrar nombres, sin censos, sin sobres¿ Pero al igual que la patada a la Constitución que creó a partir de 1978 esa autonomía ahora desleal, estas pequeñas minucias no tienen ninguna importancia.

No son reprobables para corresponsales extranjeros ni para los independentistas y algunos atontaos del resto de España estos pequeños detalles que jamás podrán quitar encanto y emoción a esas ancianitas con taca- taca que esperan firmes el momento de introducir su festivo voto en la urna. Para echarse a llorar ¿de emoción?