Image: Las variaciones Hartley

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Ensayo

Las variaciones Hartley

Sergi Sánchez

6 mayo, 2004 02:00

Sergi Sánchez. Foto: Mercedes Rodríguez

Festival de Cine de Gijón. 171 páginas, 8 euros

Hal Hartley descree de la etiqueta de "cineasta independiente". "Estoy en esto por el dinero", dice. Y añade que, mientras pueda, ganará ese dinero haciendo lo que le gusta. En eso, Hartley (nacido en 1959) se parece poco a ciertos colegas suyos europeos, empeñados en sustraerse a la sanción del mercado pero prontos a tender la mano para recibir la subvención de turno. Y no es que Hartley desconozca esas mieles: el prestigio ganado con sus producciones "independientes" le ha abierto el camino a los encargos de renombradas instituciones culturales europeas, tales como la Fundación Cartier, y a las retrospectivas de los festivales de cine (el único contexto en el que sus películas suelen verse en España).

A esta curiosa mezcla responde lo dicho sobre Hartley en el libro que nos ocupa: sus ocurrencias, su humor, sus procedimientos de trabajo, etc. pertenecen al mundo descreído, irreverente y un tanto nihilista de la producción independiente; pero sus motivaciones profundas, sus fuentes de inspiración y sus aspiraciones se insertan en esa otra esfera que, con pedantería europea, llamaríamos "alta cultura", y a la que corresponden sus lecturas, su preocupación humanista y las dosis de reflexión teórica que acompañan su trabajo. En sus películas podemos encontrar monjas que escriben historias pornográficas, delincuentes, monstruos, pervertidos y locos: el habitual repertorio humano (o casi) del arte irreverente de inspiración urbana del que se alimenta cierto público europeo y norteamericano desde los años 60. Pero Hartley logra que este mundillo plantee las cuestiones esenciales que todo arte genuino aspira a presentar: el amor, la soledad, los ajustes de cuentas con el pasado...

Este libro atina a identificar los ingredientes de este arriesgado cóctel, y analizarlos con rigor, conocimiento de causa y cierto humor distante, que es el que se requiere para juzgar esta clase de cine sin perder de vista los grandes referentes del arte cinematográfico. En Hartley confluyen la comedia matemática de Preston Sturges y el cine arrebatado de Godard. Descubrir estas fuentes no asegura nuestro asentimiento ante un cine aún demasiado arraigado en ciertos tics característicos de un tiempo que descree del arte, pero sí proporciona las claves para disfrutarlo con inteligencia. Lo que, tratándose de cine reciente, no es poco.