La gente se cansa de ver siempre las mismas caras, y esta máxima se cumple de forma particularmente inexorable en el terreno de los ídolos deportivos. La gente que ama el fútbol, por ejemplo, querría para su deporte un ritmo de rotación de ídolos similar al que tiene el tenis. Si además resulta que el mito no es ajeno a la polémica, y tiende a caer mal entre aquellos a quienes no cae extraordinariamente bien, el deseo de verlo de una vez por todas fuera del panorama de élite futbolístico se convierte en acuciante. Pero este por qué sigue aquí.

Malas noticias para quienes se relamían ante la perspectiva de un Cristiano Ronaldo senecto y achacoso, incapaz ya para la práctica del que llamaban deporte rey antes de que el rey fuese Cristiano. En Múnich, el más difícil y por tanto el mejor escenario posible, el portugués ofreció su mejor versión de líder solidario: marcó dos goles, propició la decisiva (y justa) expulsión de Javi Martínez y no paró un segundo de bregar como un meritorio. Dirigió el cotarro y lo condujo a donde le convenía a su equipo para que éste firmara una victoria incontestable, si bien corta a la luz de los méritos contraídos. Una victoria para mandar por correo a Simeone con un manual de autoayuda: cómo decir lo de “queda un gusto amargo” sin con ello hacer el ridículo.

Es indecente que, entre los dos mejores jugadores del planeta, el que tiene fama de prima donna sea el único que se pega con los contrarios en los córners en contra de su equipo, el único que corre detrás de un delantero rival cuando una final agoniza, el único que se viene a la banda incómoda para ayudar a sortear una situación de superioridad numérica del rival. La transición de Cristiano a la posición de nueve auguraba un astro todavía más obsesionado con el gol, una estrella mutada en chupagoles, un puesto de castañera en el punto de penalti. Una vez más, Cristiano decepciona las expectativas de sus odiadores para refulgir con brillo renovado.

Cristiano Ronaldo tras marcar uno de sus dos goles frente al Bayern.

Cristiano Ronaldo tras marcar uno de sus dos goles frente al Bayern. FILIP SINGER EFE

Decía Martin Luther King que todo hombre debe decidir si quiere caminar “en la luz del altruismo creativo o en la oscuridad del más destructivo egoísmo”. Martin Luther King no conoció a Cristiano, que durante lustros ha convertido en creativo el egoísmo y ha suscitado sospechas acerca de este presunto altruismo, tan meapilas, que acogota el fútbol desde que los inventores de los valors se autoproclamaron ejemplo para los niños.

Las cosas, a la larga, quedan como deben quedar, y mientras el planeta atestigua cómo esos adalides éticos se retuercen en el suelo fingiendo lesiones, con tanto realismo que a veces se lesionan fingiéndolas, el egoísta por antonomasia, el arrogante por excelencia, se convierte en paradigma del compromiso sin por ello privarse de destapar el tarro de los goles cuando los goles devienen imprescindibles, en las grandes ocasiones.

Porque hay muchas palabras para definir -honrando la verdad y enojando a sus detractores- a este descomunal icono del deporte, pero compromiso no es la menor de todas ellas. Hay formas y formas de mostrar el compromiso. Una de ellas es explotar al máximo tu individualidad, en el entendido de que ésta revertirá en beneficio del colectivo en virtud de la mano invisible de Adam Smith. Otra es diluirse en la corriente de los peces comunes y vulgares, el destino que Henry Miller preconizaba para el artista.

Cristiano ha transitado de Smith a Miller de una forma pasmosa en el espíritu de Zidane. Ha aceptado ir a la grada sin rechistar, consciente de que este sacrificio le alejaría de récords goleadores y fatuos pichichis, en beneficio de su perdurabilidad en la temporada. Ahora recoge los frutos. Es un pez más en la corriente. Diluido en el flujo común, espera el momento propicio para aflorar a la superficie y hacerse reconocible. Inesperadamente, parece disfrutar este nuevo papel.

Mis condolencias para sus enterradores. Cristiano está acabado, Trump lee poesía y Haneke ultima el guión de una comedia divertidísima. Vamos a contar mentiras (con o sin tralará) porque la verdad es demasiado insoportable en ocasiones. Hay muertos que ustedes matan y que no solo gozan de extraordinaria salud, sino que por el camino se convierten en ejemplos.