El Museo Nacional del Prado es de sus militantes. La operación El Bosco, que arrancó con la gran exposición clausurada este fin de semana, se cierra con el órdago geopolítico que otorga una sala en exclusiva al pintor favorito de Felipe II. La dirección ha cedido a la demanda de la militancia y ha elevado al pintor más popular del museo a una categoría especial, la de aquellos artistas que no comparten sus paredes con nadie más, y en la que se encuentra un selecto grupo compuesto por Velázquez, Goya, Tiziano, Rubens, Ribera y El Greco. El G7 de la pintura.
Que la sala más visitada no tuviera un diseño específico para las miles de personas que pasan por El jardín de las delicias a diario era un problema que debía resolverse, como avanzó a este periódico Miguel Falomir, Director adjunto de conservación e investigación, durante la inauguración de la exposición temporal más visitada del museo. El Bosco necesitaba un alojamiento más limpio y accesible y sus acompañantes demandaban independencia para ganar un poco de protagonismo.
Ahora, antes de entrar en la gran sala turquesa de El Bosco hay que pasar por las delicias de otros dos baluartes de la pinacoteca: Joachim Patinir y Peter Brueghel el viejo. La estancia tiene cinco obras del primero, incluido El paso de la laguna Estigia. Y presidiendo, El vino de la fiesta de san Martín, la increíble sarga que hasta parece haber crecido. Estos dos pintores son los grandes beneficiados del movimiento de pintores, pinturas y dinastías sin precedentes en la colección flamenca, que afecta a seis salas en total.
La sala 56 A es la nueva ubicación de El Bosco, paralela a la anterior, que se ha quedado Antonio Moro, con una pared impactante con una galería de ocho retratos, pintados entre 1550 y 1560, que suponen una lección ejemplar de lo que es el retrato psicológico. Qué bien destaca el bufón del conde de Benavente y el gran duque de Alba, con su cabeza enorme, sus piernas cortas y esa mano deforme que sostiene una baraja. Un ser clase baja emparejado a la altura de un emperador (Maximiliano II).
Fuera de las paredes
El museo ha tomado la experiencia de las islas de la exposición temporal de El Bosco y la ha llevado a la exposición permanente: tres de ellas soportan los tres trípticos, El jardín de las Delicias, El carro de heno y La adoración de los magos. Ya se podrán rodear y ver las traseras. El resto de la sala contiene la Mesa de los pecados capitales, y sólo tres cuadros en pared: Las tentaciones de san Antonio Abad, un Paisaje infernal (anónimo), Las tentaciones de san Antonio Abad (taller) y La extracción de la piedra de la locura, que en su pequeñez se ha quedado con toda la pared gemela que antes se cubría con el gran Jardín de las delicias.
La nueva habitación de El Bosco es un remanso de paz en medio de la densidad de obra por pared, que cuelga en los espacios precedentes. El nuevo diseño debería garantizar una relación más “íntima” con los espectadores que acuden en masa a ver El jardín. De hecho, es la obra a la que más tiempo le dedican, según el museo.
“El Bosco es uno de los mayores activos del museo y sus salas son las más concurridas”, cuenta Falomir. “Pasan más tiempo aquí que mirando a Velázquez o Goya”. Lo paradójico es que hay más espacio, pero para más aglomeraciones. “El Prado reconoce con esta inauguración su estrellato”, añadió el Director adjunto de conservación e investigación.
La nueva ordenación no ha metido nada en almacenes, asegura Falomir a este periódico. Y ha sacado del ostracismo un tríptico gigante de Pierre Pourbus el Viejo. El contexto de Amberes, como gran capital artística de la segunda mitad del siglo XVI queda aclarado. “Hemos logrado incluir más obra de la que había con más densidad en el resto de las salas”. De hecho, en la antigua estancia de El Bosco ahora cuelgan 22 pinturas, mientras que en la nueva residencia del genio flamenco hay sólo 8 obras. Después de garantizar con Patrimonio Nacional que ni El Jardín de las delicias ni La mesa de los pecados capitales se moverán del Prado, El Bosco ya es de la familia.