Opinión

Carlos Franco, la filosofía de lo onírico y lo atávico

La visita al gran cuadro.

La visita al gran cuadro.

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El lector habitual de esta web, sabe que recurro con frecuencia al diccionario, al de papel, al que se abre con cuidado y con el dedo índice se busca la palabra en cuestión. Y en la exposición que nos ocupa: Carlos Franco, Canta el sauce, que la galería Miguel Marcos presenta entre los meses de mayo y junio, la complejidad simbólica de las obras exhibidas, hace imprescindible el uso del registro de palabras por excelencia, ya que una vez contemplada la muestra, las palabras “atávico” y “onírico”, que forman parte del subtítulo del artículo, representan buena parte de la crítica, y a su vez de la búsqueda constante y de la innovación permanente de este pintor.

Si por atávico nos re-dirigimos al “Atavismo”, que se define como “Comportamiento que hace pervivir ideas o formas de vida propias de antepasados”; y por onírico se entiende como “perteneciente o relativo a los sueños”, los últimos trabajos realizados por Carlos Franco conducen al visitante a realizar un viaje introspectivo, a través de una temática aparentemente heterogénea, pero con la condición humana como sutil hilo conductor de distintas situaciones, unas reales y otras metafóricas, donde el pasado se hace latente pero no explícito y el ideal, ese mundo soñado pero nunca vivido, se presenta como la búsqueda incansable de Carlos Franco.

El pintor no se anda con remilgos. Sus raíces en la Nueva Figuración Madrileña, una confluencia a la que perteneció y que con su obra sigue reivindicado, le permiten dar a conocer unos trabajos donde la mitología y el simbolismo, algo que le sigue atrapando a pesar de los años transcurridos, y de los cambios sociales surgidos, y que en el fondo continua siendo la base de su obra, ilustran ritos y encarnan la filosofía, la ciencia y la mística, para ofrecer unas piezas de planteamiento atrevido y contemporaneidad absoluta, dentro de un marco de debate de pensamiento e ideas.

Una paleta plagada de luz brillantez y espontaneidad, a través de un dominio del dibujo, tangible en todas sus creaciones, pero perfectamente concluyente en estos trabajos, configura una temática que reivindica, entre otros temas lo femenino, y su capacidad de generación y regeneración, dentro de un contexto de aislamiento no exento de incomprensión.

La figuración, en algunas piezas, aparece poco definida pero perfectamente explícita, aun no siendo realista. La pincelada es vehemente, ágil dentro de una composición compleja de ver, rozando la abstracción pero manteniendo el equilibrio.

En referencia al ser humano, sea hombre o mujer, aunque en este apartado son las féminas las que dominan el contexto, como ya se ha mencionado, presenta una figura muy determinada y acusada, voluptuosa y llena de sensualidad, en su representación más intrínseca de la fertilidad, domina el centro de una obra alegre, vital y optimista, no exenta de invectiva, en contraposición con lo citado anteriormente.

En lo referente a sus paisajes, estos son abigarrados y densos, sin rendir culto a la nitidez ni a lo bucólico, donde la figura humana aparece representada entre manchas de color homogéneo, sin motivo para el sentimiento que cambian la percepción del mundo y afectan a la totalidad del cuadro.

Una exposición en la que se aprecia una tarea ardua y laboriosa, meditada, en la que la crítica im­placable y la exigencia pictórica siguen alcanzando altos niveles, sin obviar la poca confianza del artista en entender la realidad en sí misma, y que le sigue llevando a un pensamiento tormentoso.

Una muestra que invita a pensar en una esencia crítica de la obra, que de forma inconsciente emite una sensación de inquietud, y que, como todo creador, no está exento de la falta de poder de seducción necesaria, para la disparidad de sensibilidades que contemplen sus trabajos.