Opinión

Maltrato o fracaso

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El caso de Campo de Criptana, el de Manuel y su familia, nos ha vuelto a llenar de esa sensación de impotencia ante situaciones prácticamente imposibles de prevenir. “No me lo puedo creer, era una familia normal”. Un clásico en las declaraciones de los vecinos más cercanos cuando no hay antecedentes que vaticinasen semejante desenlace.
Muchos usuarios de las redes sociales ya le han puesto al caso la etiqueta de violencia de género y de paso se critica el artículo de este periódico por elucubrar sobre las posibles causas del suceso sin ser contrastadas con las investigaciones policiales que, obviamente, aún están en sus inicios.

Yo sin embargo creo que hay algo bueno en este artículo. Se habla de Manuel y sus circunstancias. Se incide en su situación económica y en un cierto celo a la hora de hacer cumplir las normas de la piscina donde trabajaba. Un revés y una obsesión.
Siempre me ha llamado la atención que se abogue por re-insertar a los delincuentes comunes, y no tan comunes, que se pueda llegar a dejar en libertad a pederastas por “buen comportamiento” y que incluso se tenga clemencia con terroristas para que puedan ir a ver a su papá.

Y sin embargo en los casos de violencia machista (me chirría lo de género), nunca oigo hablar del maltratador. Sus antecedentes, ¿quién era, de dónde venía, a qué se dedicaba? ¿Había sido maltratado a su vez? Y a la hora de prevenir sólo se habla de soluciones coercitivas, que como se ha demostrado dan poco o ningún resultado, pero no re-educativas. O sea, terapias.

Hablando de educación, principalmente durante la dictadura, se formaba a las mujeres en las labores del hogar y se les enseñaba a ser buenas esposas. Se les limitaba. A los hombres en cambio se les daban todas las oportunidades para poder triunfar. De hecho se les exigía triunfar. Obtener buenos empleos y formar y mantener una familia, era lo más básico. Hacer dinero, ya era el summum. Esas exigencias siguen hoy en día en vigor en la mente de varias generaciones, junto con otras exigencias de nuevo cuño. A lo mejor no es el caso de Manuel pero da igual, ejemplos sobran. Para muchos hombres no poder alcanzar las exigencias citadas equivale a fracaso. Pedir ayuda, compartir el problema, no entra en sus planes porque equivale a reconocer el fracaso. Verse en la indigencia, con familia incluida, es insoportable.

Estoy convencido que hay muchas personas que son estables mientras todo está perfectamente organizado a su alrededor, pero que son incapaces de asumir un revés importante, lo que a su vez les puede llevar a reaccionar de una manera drástica. Actitudes obsesivas, -tics e irascibilidad dice el artículo- pueden indicar la presencia de una espoleta que puede saltar con el mínimo golpe.

Por eso hay que prevenir, educar a las nuevas generaciones pero también reeducar a las viejas. Enseñar a ser sanamente ambicioso pero también a gestionar el fracaso. Enseñar a pedir ayuda y dotar a la sociedad de los mecanismos para proporcionarla. Sería un buen momento para recuperar, otro artículo que tuvieron a bien publicarme en esta sección: Autodesahuciarse de la vida y que el suicidio no sea tema tabú.

Porque, con todo el respeto del mundo y con la incertidumbre del caso en concreto, lo de Manuel puede ser violencia machista o puede ser otro caso de fracaso personal con resultado de suicidio. Ante quiebras financieras hay quien se quita del medio dejando a la familia arreglada (por un seguro de vida) o a su suerte, según casos. Hay quien se la lleva consigo.