Opinión

¿Y tú madre qué?

Ilustración de la novela El Sótano de Sineo, de Manuel Asur.

Ilustración de la novela El Sótano de Sineo, de Manuel Asur.

  1. Opinión

Por Manuel Asur

Con frecuencia, lo que parece evidente, no lo es. Creemos que lo sabemos porque lo hacemos, pero no siempre se sabe lo que se hace. Por ejemplo, cuando insultamos o cuando nos insultan. No me refiero al insulto cariñoso porque sólo es deseo de jugar, sino al efectivo, al insulto arrancado a un recio lenguaje de larga tradición y destinado a herir, a ridiculizar o desmoralizar al contrincante. Un diálogo que aparece en la novela El Sótano de Sineo, de cuyo autor no quiero acordarme, ilustra lo que quiero decir. Lo reproduzco a continuación.

‒ Ayer, al bajar del autobús, me sorprendió que un adolescente te insultara y tú, impasible, como si no fuera contigo, lo miraste fijamente y sin mediar palabra proseguiste tu camino.

‒ ¿Te refieres al adolescente que casi me atropella con su bicicleta y me llamó viejo?

‒ Sí, pedaleaba por la acera y exclamó: ¡Apártate viejo, no estorbes!

‒ Viejo, sí soy. Tengo 75 años.

‒ ¿Y por qué no te ofendiste?

‒ No. ¿Para qué? Sería inútil. ¿Tú qué le dirías?

‒ Yo le gritaría: ¡Eh, mamón! ¿Y tu madre qué? Así, tal vez, hubiera enfrentamiento.
Considero que es mejor que callarse.

‒ ¡Claro, tú eres tan joven! Y, efectivamente, callar, inhibirse, puede conducir al estrés. Sin embargo, yo estoy acostumbrado a cierta imperturbabilidad. El insulto del adolescente no es agravio para romper un equilibrio algo estoico.

‒ ¡Pero fue un insulto completamente injusto!

‒ En general, todos los insultos son injustos, violan la razón.

‒ Pues por eso. Si tenemos razón, ¿por qué callar?

‒ Porque la razón que tenemos, no la necesita quien insulta. Se trata de una situación que explica el propio insulto.

‒ No te entiendo. Quisiera que me hablases de tu filosofía al respecto, de tu filosofía
algo estoica, mientras caminamos a la sombra de estos álamos que adornan el Duero con su “curva de ballesta”.

‒ De acuerdo. Hablemos del insulto. La palabra insulto viene del latín insilio-ire, que significa saltar, precipitarse, abalanzarse. Y nunca mejor dicho, pues el adolescente se abalanzó sobre mí, aunque yo, afortunadamente, logré esquivarlo. Al insultar, saltamos sobre los demás. Saltamos de lo que nosotros somos, a lo que no son los demás, pero deseamos que sean, es decir, tan estúpidos como nosotros.

‒ A ver si te comprendo, Helio. Quieres decir que proyectamos sobre el insultado,
sobre el asaltado, lo que nosotros mismos somos y no queremos ser. Sin embargo, el adolescente no es viejo. Y si no lo es, al llamarte despectivamente viejo ¿cómo puede proyectar vejez, algo que no tiene, ni es?

‒ Parece evidente, Sineo, pero no lo es.

‒ Explícate, Helio.

‒ Si hubiera correspondencia natural entre lo que el adolescente me dice y lo que él es, no viejo, entonces no habría insulto, salto. Es absurdo que un viejo insulte a otro viejo llamándole viejo.

‒ Claro. Es evidente.

‒ Entonces, no cabe duda de que el salto o insulto ha de poseer una naturaleza distinta a la vejez de 75, 90 años, etc.

‒ Dime qué otra puede ser.

‒ La naturaleza moral. El salto es moral. Un salto cuyo nombre genuino se llama mala educación. El adolescente que me insultó era un jovenzuelo senil. Un primitivo. Proyectó sobre mí un hábito cavernícola, impropio de una persona civilizada, es decir, enseñada a caminar por la ciudad, no por la selva.

Creo que Helio ha dejado claro la filosofía del insulto. La habilidad para impregnar en los demás lo que no son, pero deseamos que sean , porque, en su dimensión moral, cabe, por efecto de boomerang, que lo atribuído a otros lo seamos nosotros mismos. Recordemos algunos insultos muy recientes: "Trump dice cosas a nivel de Hitler" (John Legeng). El himno nacional de España es una "cutre pachanga fachosa" (Pablo Iglesias). Magníficos autorretratos.

A nadie se le exige ser tan estoico como Helio, pero a nosotros nos sucede lo mismo que al tirano de Siracusa. Mandó azotar a su hijo porque tocaba demasiado bien la flauta y el oficio de flautista no es el adecuado para un príncipe. Cuando no somos adecuados, también nos insultan: charnegos, maketos, fascistas. Por consiguiente, ¿habrá en el mundo algo tan maravilloso, apasionante y airoso como ser español porque es lo mismo que tocar bien la flauta? Contemplad los tiranos, los magos del insulto, con sus pupilas de cuero y su lenguaje victimario para remover muertos... miradlos, pero no los insultéis, a lo sumo decid como Sineo, ¿y tu madre qué?