Realismo mágico, surrealismo y humor negro en Cataluña

Por Javier Martín Fandos

En 1974, casi 20 años después de la publicación de Pedro Páramo, un estudiante le preguntó a Juan Rulfo por qué había abandonado la escritura. Es famosa la respuesta del escritor, alegando que se le había muerto el tío Celerino, “que se lo platicaba todo”.

Sin ser del todo exclusivo ni excluyente, el realismo mágico como corriente literaria es más propio de tierras americanas que de la Dolça Catalunya. No imagino a Josep Pla paseando por el Ampurdán y tomando nota en su Quadern gris de la levitación de una tía abuela.

Parece estar documentado que el tío Celerino, el que le contaba las historias al escritor mexicano, existió de verdad. Que su temprano fallecimiento determinara lo escueto de la obra de su sobrino entra ya en el terreno de la especulación, aunque no cabe duda de que Rulfo supo sacar un extraordinario partido tanto de las pláticas de su tío como de su propio fallecimiento, que ha pasado a la historia de la literatura como paradigma del realismo mágico: lo surreal elevado a la categoría de lo cotidiano.

La Cataluña de principios del siglo XXI está alcanzando cotas de surrealismo mágico propias de otras épocas o de otras latitudes, y lo está haciendo desde la más absoluta de las impunidades, tanto estética como políticamente.

El cadáver político en que se ha convertido en poco tiempo Artur Mas y el despojo ideológico en el que han terminado las prometedoras Candidaturas de Unidad Popular han dejado una herencia envenenada a los artífices de esta nueva era, calificada de forma grandilocuente como el final del post-autonomismo y el principio del pre-independentismo.

En esa tierra de nadie, a medio camino entre la ceguera del nacionalismo y la estupidez de la desconexión, en esa tierra media pródiga en golpes de efecto, grandes demostraciones de fuerza y flagrantes tergiversaciones de la voluntad popular, pueden escucharse los ecos de las voces de tíos celerinos múltiples, desde el Molt Corruptible Jordi Pujol, pasando por el olímpico Pasqual Maragall, hasta llegar al intrépido Artur Mas, que vierten su mefítica voz sobre los ávidos oídos de un inesperado Carles Puigdemont, de profético apellido, que llevará a lo más alto de la montaña (esa que nunca fue hacia Mahoma) las aspiraciones de un pueblo engañado por su menos de la mitad más provinciana.

Escuchar y ver a Puigdemont hablar con calculado desprecio de un Rajoy en funciones provoca ira y animadversión de forma inmediata. Leer las despreciables pedradas en forma de tuits que Puigdemont lleva años lanzando a todo aquel que ose no declararse nacionalista, en una Cataluña en la que más de la mitad de los ciudadanos no desean la independencia, provoca hasta 155 razones para impedir el salto al vacío al que unos cuantos pretenden llevar a todo un país.

Para cerrar el círculo y sea o no casualidad, Marcela Topor, la nueva primera dama de Cataluña, comparte apellido con Roland Topor, pintor, escritor y cineasta francés de origen polaco, heredero del más acendrado surrealismo, cofundador del grupo Pánico, príncipe del humor negro y autor entre otras obras de un libro de recetas titulado La cocina caníbal. A continuación, la primera receta del libro:

INOCENTE EN APUROS

Coja a un inocente, desnúdelo, pisotéelo, dele patadas, mátelo, córtelo en trozos de un mismo grosor y métalo en la olla con un gran trozo de mantequilla, sal, pimienta, especias, chalotas y perejil picado. Déjelo freír un tiempo, añada un vaso de vino blanco y un poco de caldo. Cuando el inocente empiece a hervir, retírelo del fuego y sírvalo sobre un mantel bien planchado. Cómalo discretamente mientras habla de otra persona.