Europa renuncia a sus raíces

Por Pedro Peral

Los sangrientos atentados yihadistas que se recrudecieron a partir del pasado día trece en París ponen de manifiesto, una vez más, que estamos ante una guerra no convencional y que el enemigo lo tenemos entre nosotros.

Occidente está en franca desventaja frente al mundo islamista. Los terroristas golpean cuándo, cómo y dónde quieren. En esta guerra tenemos que utilizar todos los recursos de Estado de Derecho, pero antes y más los servicios de inteligencia que las armas convencionales, según los expertos.

Estamos ante una guerra global, de la barbarie contra la civilización, en un escenario que refleja una creciente islamización frente a un cristianismo decadente. Mientras los europeos autóctonos se hacen cada vez más viejos y su religión se va debilitando, las colonias musulmanas afincadas en sus ciudades son cada vez más prolíferas y su observancia religiosa más patente.

Si llevamos a cabo un análisis, aunque sea breve, y concretado a nuestros tiempos, constatamos que el siglo XX comenzó con ciertas predicciones esperanzadoras sobre una humanidad encaminada a su madurez; sin embargo, en menos de medio siglo tuvimos dos guerras mundiales, tres sistemas totalitarios, un Auschwitz y un Gulag.
En 1983, Alexander Solzhnitzyn atribuía a “los fallos de la conciencia humana, privada de su dimensión divina” los horrores del siglo que se iniciaron con la I GM “a la que se remontan la mayor parte de nuestras desgracias…” En agosto de 1914, el Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, E. Grey comentaba “Las luces empiezan a extinguirse en toda Europa…” y el entonces soldado Wisnton Churchill advertía por carta a su mujer “todo está abocado a un colapso catastrófico… una oleada de auténtica locura e insensatez ha barrido la mente de la Cristiandad”. En 1944, el teólogo De Lubac denunciaba en su libro “El drama del humanismo ateo” el rechazo del Dios de la Biblia en nombre de una liberación puramente humana…….

En noviembre de 1982, desde Santiago de Compostela, Juan Pablo II lanzó un grito lleno de amor “….. vieja Europa, Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”.

El angustioso llamamiento del Papa que había vencido al comunismo en 1989 no fue oído. Por el contrario, en 2005, el Parlamento Europeo aprobaba la Constitución, cuya redacción levantó una exasperada controversia: ¿debería constar en el preámbulo una referencia al cristianismo, al citar las fuentes de la específica civilización europea?
La Constitución contiene unas setenta mil palabras y, sin embargo, la única palabra que no tuvo cabida fue cristianismo. Con calzador se forzó una mera alusión a la “herencia, cultural, religiosa y humanista”.

Se omitía que las ideas primigenias de la formación de una Europa Unida nacen de una visión cristiana de la misma, aportadas por Robert Schuman, beatificado por la Iglesia Católica; Alcide de Gasperi, en proceso de beatificación, junto a las ideas de Konrad Adenauer, padre del milagro económico alemán de la postguerra, y del banquero francés Jean Monnet.

El gobierno polaco, compuesto mayoritariamente por ex comunistas, protestó vigorosamente por la omisión junto a los gobiernos de Checoslovaquia, Lituania, Malta y Portugal. Lo mismo hizo el gobierno español, postura que cambió al acceder a la Moncloa R. Zapatero en marzo de 2004.

En tributo a la actualidad, citemos a Ángela Merkel quien recientemente en Berna dijo que volver a la Biblia “nos puede llevar a ocuparnos otra vez de nuestras propias raíces y llegar a conocerlas mejor,” preparando al continente para hacer frente a las diferencias con los musulmanes.

¿Por qué la cultura superior europea, además de su “cristofobia”, está tan enamorada del presente y se muestra tan despectiva con respecto a la tradición religiosa?

Si entendemos por historia, con George Weigel, un impulso de largo alcance propiciado por la cultura, aquello que los hombres y mujeres respetan y aman; por lo que las sociedades piensan que son fieles, nobles y buenas; por la expresión que se da a esas convicciones en el lenguaje, en la literatura y en el arte; por lo que tanto los individuos como las sociedades están dispuestos a poner en juego y arriesgar sus vidas, hemos de concluir que Europa ha dado la espalda a su historia.