A medida que avanzamos en la siniestra fecha tope que la humanidad se da para detener algo tan existencial -y que tantos siguen sin entender- como una emergencia climática, más nos vamos dando cuenta tanto de la verdadera magnitud del problema, como de lo difícil de su solución. 

La magnitud del problema es evidente: las olas de calor en sitios como India, Pakistán y el sudeste asiático son cada día más frecuentes, más fuertes y más duraderas. En la actual, que aún persiste, llevamos ya más de noventa personas muertas, que a nadie parecen importarles, pero en cualquier momento, nos encontraremos con un desastre de proporciones nunca vistas que se llevará por delante la vida de cientos o miles de personas, porque la vida humana es imposible a determinadas temperaturas en sitios en los que hacerse con un aparato de aire acondicionado es simplemente imposible. 

La frecuencia de los desastres climáticos se incrementa, los huracanes agotan el abecedario y las muertes prematuras por mala calidad del aire crecen sin parar. Las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono crecen y recuperan el terreno perdido por la falta de actividad durante la pandemia. Las emisiones aumentan por culpa de las necesidades energéticas, del transporte terrestre y marítimo, de la aviación y de la industria. 

Las olas de calor en sitios como India, Pakistán y el sudeste asiático son cada día más frecuentes, más fuertes y más duraderas

¿Estamos ante un desastre imposible de evitar, y ante el fin de la civilización humana sobre la tierra en cuestión de pocas décadas? Tecnológicamente, no tendría que ser así. Hace ya mucho tiempo que contamos con tecnologías capaces de sustituir a la que nos ha traído hasta aquí, los combustibles fósiles. Simplemente, es un problema económico y de egoísmo desenfrenado: nadie quiere prescindir de determinadas cosas. 

La tecnología nos permite, por ejemplo, eliminar el dióxido de carbono de las emisiones o directamente de la atmósfera, una tecnología por la que algunos gobiernos están apostando y que sería enormemente prometedora… si no fuera porque, automáticamente, es utilizada para justificar un retraso en la reducción de esas emisiones. "Como ahora podemos retirar dióxido de carbono de la atmósfera, ya no corre tanta prisa reducir las emisiones…"

Es falso. Mentira. En ningún caso las tecnologías de eliminación compensan la inacción en la reducción de emisiones. Las emisiones tienen que reducirse en cualquier caso, y eso no puede condicionarse a la actividad económica, porque siempre habrá actividad económica que pretenda justificar esas emisiones.

Como bien sabemos todos y cada uno de los profesores de escuelas de negocios, los sectores en declive son capaces de generar grandes facturaciones, y la industria del petróleo no es aún siquiera una industria en declive, cuando la subsistencia del género humano necesitaría urgentemente que lo fuera. 

¿La gasolina sube? Eliminemos impuestos o subvencionémosla para que baje. ¿El gas sube? Impongámosle un límite artificial para que no lo haga. En la práctica, ese tipo de medidas son simplemente hacerse trampas al solitario, que se evidencian unas pocas manos más adelante: no solo no sirven para nada, sino que además, retrasan el momento de la verdad: el de obligar a toda la sociedad a reducir su consumo de combustibles fósiles.

Si la gasolina o el gas suben, es una señal evidente no de que debamos subvencionarla hasta el límite —como de hecho llevamos décadas subvencionando absurdamente a la industria del petróleo— sino de que debemos eliminar nuestra dependencia de esa tecnología, lo antes posible, y por traumático que pueda parecer. 

La supuesta necesidad de compatibilizar la lucha contra la emergencia climática con la economía está llevando a un absurdo conceptual mayúsculo: por seguir manteniendo unas condiciones de vida determinadas, estamos logrando acelerar el final de la civilización humana, algo que no parece importarle a nadie porque, simplemente, resulta una amenaza inimaginable para la mayoría. 

Podemos evitar la inmensa mayoría de las emisiones con solo plantearnos unos cuantos cambios

Tenemos fuentes de energía perfectamente funcionales capaces de hacer que un hogar no precise de energía externa durante todo el día, pero es más fácil simplemente no hacer nada y seguir igual. Podemos evitar la inmensa mayoría de las emisiones con solo plantearnos unos cuantos cambios, pero nadie parece interesado en hacerlo, porque eso implicaría hacer las cosas de otra manera, y nadie parece estar dispuesto a ello. 

En la práctica, merecemos nuestro triste destino. Un destino horrible, apocalíptico y siniestro que podría perfectamente evitarse. Pero, aparentemente, estamos demasiado ocupados como para planteárnoslo. 

La gran realidad es que utilizamos cada avance tecnológico no para luchar contra esa emergencia climática, sino precisamente para lo contrario: para retrasar las acciones necesarias. El verdadero problema del dióxido de carbono no es que no podamos evitarlo, sino que no nos da la gana de hacerlo. El verdadero problema no es el dióxido de carbono: somos nosotros.