En la semana bursátil norteamericana, las cosas no pueden pintar peor: el lunes, el Dow se dejó más de 600 puntos, y el S&P 500 cayó por debajo de 4.000, su valor más bajo en un año. Los avisos son cada vez más evidentes: en los últimos tres días hábiles, el valor de los gigantes tecnológicos ha descendido en más de un billón de dólares (un billón 'de los de verdad', un millón de millones de dólares). 

La compañía más valiosa del mundo, Apple, ha perdido 220.000 millones de dólares. Microsoft, 189.000 millones de dólares; Amazon, 173.000; Alphabet, 123.000, y Tesla, cuyos inversores temen la dilución que puede representar para la atención de su CEO la operación de toma de control de Twitter, 199.000 (siempre en millones de dólares).

Meta, antes conocida como Facebook, ha perdido 75,000 millones sobre la que ya había sido la mayor pérdida de su historia hace pocos meses y hasta ha reducido drásticamente sus perspectivas de incorporación de personal. Y otra tecnológica importante, Netflix, acumula una demencial caída difícil de justificar de más de un 70%. 

Para las compañías tecnológicas que se incorporaron recientemente al mercado, la situación es igualmente desastrosa, si no más: empresas como Coinbase, Rivian o Robinhood, que salieron a bolsa en los últimos meses, cotizan por debajo del 70% de su precio de salida. 

El castigo a las tecnológicas es brutal, y no es fácil saber si se trata de una corrección o de algo más importante. Por un lado, hablamos de compañías que, a lo largo de los últimos dos años, durante la pandemia, crecieron mucho más que el resto del mercado, en gran medida llevadas por fuertes incrementos del consumo de sus productos.

El castigo a las tecnológicas es brutal, y no es fácil saber si se trata de una corrección o de algo más importante

En el entorno de tipos de interés bajísimos de los últimos años, las tecnológicas se dedicaron a invertir, a crecer y a fichar más empleados. Ahora, no son pocos los que consideran que están enormemente sobredimensionadas. La capacidad de los almacenes de Amazon excede con mucho su demanda, y la compañía, que multiplicó la construcción de número de almacenes y prácticamente duplicó el de empleados durante la pandemia, se está viendo fuertemente castigada. 

Por otro lado, el signo de los tiempos también cambia. Lo que hasta ahora eran compañías que operaban en mercados muy poco legislados y con un fuerte vacío regulatorio en el que podían hacer básicamente lo que querían y prácticamente definir las normas a su antojo, se enfrentan ahora a la tendencia opuesta: los políticos, llevados por las protestas de muchos de sus electores, quieren regularlas y ponerlas bajo control como si fueran presa de algún tipo de furor del neoconverso.

En muchos sentidos, nos enfrentamos a un péndulo que recuerda peligrosamente el que ya vivimos en el 2000 con el llamado dot.com crash. Modelos como los basados en la publicidad hipersegmentada, que son el sustento de muchas de estas compañías, parecen entrar en fuerte crisis a medida que los ciudadanos se dan cuenta de que nunca tolerarían el tipo de tratamiento que experimentan en la red si lo sufrieran fuera de la red. En muchos sentidos, ya lo dijo claramente el regulador europeo: que todo aquello que sea delito fuera de la red, lo sea también dentro de ella. 

Las criptomonedas, que muchos consideran como el futuro del dinero y que son ya utilizadas como reserva de valor por numerosas empresas, por bancos y hasta por gobiernos de medio mundo, están también experimentando el mayor castigo de su historia.

El bitcoin, sin duda la criptomoneda con un mayor nivel de adopción y que menos incertidumbres representa ya, está por debajo de la mitad de su máximo histórico, y la caída es todavía mayor para las monedas más pequeñas, consideradas más como apuestas que como una alternativa mínimamente madura.

Con los tipos de interés subiendo y el mercado huyendo de todo aquello que signifique riesgo, el 40% de los inversores en criptomonedas están ahora en pérdidas, en medio de lo que muchos consideran un 'invierno de las cripto'. Y que podría redundar en una especie de 'operación de limpieza' del mercado, con la depuración de los miles de variaciones del esquema lanzadas durante los últimos años y la consolidación en aquellas que realmente tienen interés por su diseño y un nivel de adopción sólido.

¿Qué estamos viviendo? Probablemente, un movimiento pendular, que como en tantas ocasiones anteriores, terminará poniendo las cosas en su sitio y haciendo que aquellas compañías y tecnologías que realmente generan valor sigan generándolo en una situación de mercado diferente, con una coyuntura menos expansiva, tipos de interés al alza y más inflación. 

En la práctica, considerar que se podía construir todo un modelo económico sostenible sobre la idea de una especie de mercado persa fuera de todo control, en el que los datos de los usuarios eran la moneda de cambio y estos, además, carecían de control alguno sobre ello, era sin duda una idea destinada al desastre.

Tras unos cuantos años de desenfreno, todo indica que ahora, coincidiendo con peores vientos económicos, las cosas van a cambiar, y como siempre, solo sobrevivirán -y saldrán reforzados- los que estén mejor preparados para adaptarse.