Las elecciones de Castilla y León han dado carta de naturaleza a movimientos/partidos provinciales de esa comunidad. Soria y Ávila tienen sus partidos provinciales, que junto con León suman tres. Si se añade Teruel existe, el Regionalista cántabro, Foro Asturias y Unión del Pueblo Navarro, serían, al menos, siete formaciones de origen provincial (Navarra, Cantabria y Asturias son comunidades uniprovinciales) las que pueden tener representación en el próximo Congreso de los Diputados, aumentando su fragmentación.

La aparición de estas formaciones está relacionada con la economía y la política. En Teruel, Soria y Ávila con la economía por supuesto. El partido leonés tiene su inicio en una petición política de separar León, Salamanca y Zamora de Castilla y León. Las formaciones de Asturias y Cantabria se basan en la defensa de su identidad. Pero también tienen su reivindicación económica. Navarra es diferente. UPN tiene como objetivo defender su personalidad frente al anexionismo euskalduna

Veamos datos:

En 2018, el PIB per cápita medio en España era de 25.771 euros. En Teruel, 25.272; en Ávila, 20.423; en León, 21.579; en Cantabria, 23.646; en Asturias, 22.709. Las cinco por debajo de la media. En Soria era de 26.626, prácticamente en la media. Navarra es otra cosa. Su PIB por habitante en 2018 era de 31.026 muy por encima de esa media española.

En 2021 la densidad de población en España era de 94 habitantes por kilómetro cuadrado. En Soria de 8; en Teruel de 9; en Ávila de 20; en León de 29; en Navarra de 63; en Asturias de 95. Las seis por debajo de la media. Cantabria tiene un poco más de la media, pero no mucho: 109.   

Se puede aventurar que una causa de la aparición política de los partidos provinciales es una reivindicación económica de territorios con poca densidad de población. Salvo Navarra que a pesar de su poca densidad de población tiene una alta renta per cápita. Estas provincias se sienten discriminadas, de ahí su opción por soluciones políticas diferentes a las nacionales clásicas.

Estas provincias se sienten discriminadas, de ahí su opción por soluciones políticas diferentes a las nacionales clásicas

Esa combinación de baja densidad de población con baja renta per cápita se da también en Toledo, Badajoz, Cáceres, Jaén… En 14 provincias o incluso más, sin contar las islas Canarias, cuyos partidos nacionalistas casi son provinciales.

Por tanto, a pesar de que la división autonómica se ha consolidado bastante, parece que la provincia, creada en 1833 por Javier de Burgos sigue muy presente en la población. La capital de cada una de ellas (que tiene el mismo nombre de la provincia, salvo Navarra y Asturias) ejerce de cabeza administrativa, económica y cultural. De hecho, las comunidades autónomas no han acabado con las Diputaciones provinciales, excepto en las uniprovinciales donde los gobiernos autonómicos asumieron sus funciones. Ni en las autonomías más reivindicativas han desaparecido. En Euskadi son los territorios históricos y en Cataluña o Galicia siguen vigentes.

En la próxima legislatura el bipartidismo seguirá difuminado y veremos negociaciones pintorescas para cuadrar los Presupuestos Generales del Estado. Habrá votos de diputados de partidos provinciales a cambio de una carretera, un puente, una subvención… Si a algunos les parece que la división autonómica es un caos, que esperen a la provincialización del Parlamento.

Si a algunos les parece que la división autonómica es un caos, que esperen a la provincialización del Parlamento

En algunas legislaciones electorales en el mundo ese peligro se reduce exigiendo un porcentaje mínimo de votos a nivel estatal para tener escaño en el parlamento. ¿Sería posible en España?

Cuando intervine en la redacción del Estatuto de la Comunidad Valenciana, introduje la norma de que para tener escaño en sus Cortes un partido debería tener al menos un 5% de votos de toda la autonomía. Una barrera para dificultar la existencia de un partido alicantino, castellonense o de la provincia de Valencia. De momento ha funcionado.

Si se hubiera establecido lo mismo en el Estado, probablemente los partidos nacionalistas no tendrían tanta fuerza. Pero, a lo mejor, no hubiera sido posible hacer una democracia consensuada como la de 1978. Todo tiene sus ventajas e inconvenientes.

Hay que cuidar no caer en el 'cantonalismo' de la primera República. Aunque la aparición de partidos provinciales en algunas de las Comunidades llamadas históricas, podría reequilibrar el poder de manera saludable. Como siempre: no hay mal que por bien no venga.

*** José Ramón Pin es profesor del IESE y fue diputado de UCD.