Elizabeth Holmes, la fundadora y CEO de Theranos, ha sido declarada culpable de cuatro cargos de fraude, inocente de otros cuatro más, y está a la espera de una continuación del juicio por otras tres acusaciones en las que el jurado no ha logrado llegar a un acuerdo. Se enfrenta a penas que podrían llegar a los veinte años de cárcel, y aunque es poco probable que el juez lleve la sentencia a su límite superior, dado que carece de delitos previos, tampoco cabe esperar, dada la magnitud de una estafa cifrada en casi mil millones de dólares, que se aleje demasiado de esa magnitud.

¿Quién es Elizabeth Holmes y qué es Theranos? Aunque la compañía es relativamente poco conocida fuera de los Estados Unidos porque nunca llegó a comercializar ningún producto o servicio fuera de sus fronteras, hablamos del que es, posiblemente, el caso más significativo de llevar la ambición en Silicon Valley a los límites más alocados del llamado “fake it till you make it”, o “disimula hasta que lo consigas”: una compañía sin producto, que afirmaba ser capaz de hacer análisis de sangre enormemente precisos y capaces de detectar desde el cáncer a la diabetes a partir de una minúscula gota de sangre, que logró engañar a inversores de muy alto perfil y a compañías como Walgreens, con miles de establecimientos en los Estados Unidos, para anunciar de manera grandilocuente acuerdos y logros que, en realidad, no existían.

Finalmente, tras casi quince años siendo capaz de mantener el engaño y con su fundadora en portadas de revistas y viajando por el mundo en jets privados, todo se derrumbó como el castillo de naipes que realmente era: las máquinas desarrolladas por la compañía no funcionaban y no eran capaces de obtener ninguna analítica fiable, la mayoría de las muestras se procesaban en laboratorios externos y, en muchos casos, los resultados eran simplemente inventados.

Elizabeth Holmes afirmaba ser capaz de hacer análisis de sangre precisos y capaces de detectar el cáncer y la diabetes a partir de una minúscula gota de sangre

¿Qué ocurrió? La historia, en muchos sentidos, se parece a la de otras compañías que sí lo han logrado: una fundadora enormemente ambiciosa, que abandona Stanford sin terminar sus estudios para fundar la compañía que, según la historia que ella misma contaba, iba a revolucionar el panorama de la salud.

En la práctica, un intento de aplicar algo que ocurre habitualmente en tecnología, en donde es habitual encontrar ganancias de eficiencia, mejoras de calidad o disminuciones de costes enormes gracias al desarrollo y aplicación de drásticas economías de escala y experiencia, pero mal hecho. O fundamentalmente, hecho sin tener en cuenta los límites de la realidad y de la ciencia, que obviamente existen. En la práctica, y por mucho que las técnicas analíticas hayan mejorado mucho a lo largo del tiempo, un análisis de sangre requiere una cantidad muestra y unos tiempos determinados, y pretender que esa cantidad o esos tiempos va a poder llevarse al mínimo  no es cuestión de tecnología, sino de magia. Y contrariamente a la tecnología, la magia no existe, y se basa fundamentalmente en ilusiones y trucos.

El resultado, al principio, es una evidente disonancia cognitiva: mientras en la cabeza de los fundadores e inversores está una compañía capaz de hacer millones de analíticas precisas gracias a unas máquinas prodigiosas, colocadas en miles de tiendas en todo el mundo y de revolucionar el cuidado de la salud, en la realidad lo que hay son unas máquinas que no funcionan, unos análisis encargados a otras empresas “solo mientras no logramos mejorar las máquinas”, y un montón de mentiras.

Tras la fase de disonancia cognitiva, llega otra peor: “vale, no funciona, pero estamos metidos en esto hasta el corvejón, así que sigamos mintiendo porque si no, la vamos a liar parda”. El resultado es una bola de nieve que se arrastra ladera abajo llevándose todo lo que encuentra: inversores, socios, usuarios y analistas de todo pelaje que en algún momento se creyeron la historia que contaba Elizabeth Holmes.

Es un intento de aplicar algo que ocurre habitualmente en tecnología: intentar ganancias de eficiencia o disminución de costes gracias a economías de escala y experiencia, pero mal hecho

La línea entre la promesa de un potencial determinado y la mentira descarada puede ser fina, pero existe. Y en la corte de los milagros de Silicon Valley, por mucho que el mito afirme que la tecnología puede conseguirlo todo, los límites de la ciencia también aplican. Elizabeth Holmes es un claro caso de ello: crear una narrativa y hasta una imagen completamente falsas (hasta impostaba una voz más grave que la suya), y pensar que los problemas tecnológicos son algo que simplemente se solucionarán con el tiempo.

Pero aunque algunos personajes en Silicon Valley se hallan hecho enormemente ricos gracias a ellas, las economías de escala no son magia: obtenerlas es el resultado de muchísimo trabajo, insistencia y aplicación de experiencia. Vender potencial está bien si ese potencial tiene una posibilidad racional y razonable de llegar a cumplirse, pero no lo está si está basado tan solo en una fantasía irreal. Para analizar las cosas, hay que saber  algo sobre ellas.

Ahora, lo normal será que se utilice el caso de Elizabeth Holmes para tratar de escarmentar la ambición de Silicon Valley y señalar que, simplemente, no todo vale, ni en Silicon Valley, ni en ningún sitio. Pero sobre todo, quedémonos con el resultado: de los cargos que se le imputaban, Elizabeth Holmes ha sido condenada por los fraudes a sus inversores, pero declarada inocente por los fraudes a unos usuarios que pagaron por unos análisis que no funcionaban. Por si quedaba alguna duda de a quién protege la justicia y quienes son los tontos útiles…