Hubo un tiempo en el que no se podía pisar la calle sin motivo justificado. Y no me refiero a los estados de excepción del franquismo, sino a los meses más estrictos de confinamiento del año pasado. Desde entonces, aunque la aventura de hacer la compra, pasear e ir al trabajo se ha ido normalizando, viajar entre municipios, comunidades y países ha sido una auténtica pesadilla.

Por eso (y por las pérdidas económicas asociadas al turismo), no es de extrañar que expertos y responsables políticos de todo el mundo lleven meses planteando y probando medidas para recuperar la normalidad viajera. Pero esta mezcla de estrategias ha dado lugar a situaciones rocambolescas, como cuando hace menos de dos meses los residentes de la Comunidad de Madrid no podíamos visitar pueblos vecinos mientras veíamos cómo el centro de la capital se llenaba de franceses sedientos de bares y terrazas.

Por suerte, la Unión Europea acaba de dar un paso clave para armonizar los derechos de movimiento de sus ciudadanos con el lanzamiento del Certificado Digital Covid-19. Aunque España no empezará a usarlo hasta el 1 de julio, la herramienta está disponible desde el martes entre siete países de la UE.

Mucho ha llovido (y muchos han muerto) desde que empezamos a oír propuestas para crear un sistema de este tipo, cuyas primeras aproximaciones yo misma tildé de "ideas de bombero". En ese momento no había vacunas, por lo que la única forma de sentirse libre del pecado infeccioso era habiendo superado la enfermedad. Sin embargo, tampoco teníamos ni idea de cómo funcionaba ni cuándo duraba la inmunidad.

Tales incertidumbres hacían que la medida supusiera más riesgos que ventajas. Además, el hecho de que el requisito inicial fuera el haber pasado el virus podría haber provocado que algunos descerebrados decidieran contagiarse a propósito a cambio de la promesa de recuperar la libertad de movimiento. Pero todo esto ha cambiado gracias a la llegada de las vacunas y al mayor conocimiento sobre cómo ataca el coronavirus.

Por supuesto, los actuales pasaportes Covid tampoco están exentos de polémica. Dado que todos los ciudadanos somos iguales y tenemos los mismos derechos y deberes, resulta chocante que se apruebe un certificado que depende de algo a lo que nadie puede acceder libremente. La decisión de quién se vacuna y quién no la tienen los gobiernos, por lo que son ellos los que tácitamente deciden quién tiene pasaporte y quién no.

Resulta chocante que se apruebe un certificado que depende de algo a lo que nadie puede acceder libremente

Afortunadamente, la UE ha resuelto este pequeño 'apartheid' sanitario incluyendo una PCR negativa como garantía equivalente a la vacuna. Es decir, que gracias a esta prueba podré disfrutar de los mismos derechos de movimiento que los vacunados, aunque a mí no me inmunicen hasta dentro de varios meses.

Eso sí, a nadie se le escapa que, para variar, este enfoque perjudica a las personas de rentas más bajas que no puedan permitirse una PCR. Pero supongo que es el pequeño peaje a pagar (por ellos) para reflotar la economía y permitir que la mayoría podamos recuperar la normalidad.

Más allá de las cuestiones de justicia social, a nivel técnico la propuesta de la UE tiene bastante buena pinta. A diferencia de las enormes polémicas que rodearon a las mayoritariamente fallidas aplicaciones de rastreo de contactos que el año pasado se lanzaron por todo el mundo, el Certificado Digital Covid-19 de Europa confiere homogeneidad entre países, salva las brechas digitales y ofrece bastante privacidad.

Aunque el certificado sea digital por defecto, resulta un acierto que los usuarios puedan descargarlo e imprimirlo en papel, una opción imprescindible para las personas que no disponen de teléfono inteligente. Y en el tema de los datos, además de recoger únicamente los estrictamente necesarios, los países visitados no podrán almacenar ningún tipo de información sobre los certificados, solo podrán comprobar su validez.

Pero, aunque el almacenamiento queda restringido a los países emisores, siempre cabe la posibilidad de que las autoridades hagan un mal uso de los datos o sufran una brecha de seguridad. Además, la UE tampoco aclara cómo se ejecutará dicho almacenamiento ni qué tratamiento pueden hacer los países sobre la información de sus ciudadanos.

Queda claro que al igual que todas las demás medidas para acabar con la pandemia, los pasaportes Covid tampoco son perfectos. Pero, como dicen los expertos, la lucha contra el coronavirus debe seguir el modelo de agujeros del queso suizo: ninguna estrategia funciona en solitario, sino que es la combinación de muchas la que marca la diferencia.