El día 4 de noviembre de 2020, además de ser el día después de unas elecciones presidenciales norteamericanas que van a tener un enorme impacto ya no sobre los Estados Unidos, sino sobre el mundo en su conjunto, es el día marcado para la salida de ese país del Acuerdo de París.

Un brutal error protagonizado por un presidente irresponsable, que demuestra lo peligroso de ese cáncer de la democracia llamado populismo: si votas a un payaso por su popularidad en un concurso televisivo, terminarás haciendo precisamente eso, payasadas impresentables y muy peligrosas, con las cosas que verdaderamente importan. 

Si por algo es importante el resultado de las elecciones norteamericanas es precisamente por eso. El año 2021 es el decisivo para muchas cosas: el 2020 que termina, a pesar del bajón de actividad que ha supuesto la pandemia, va a ser el año más caluroso desde que existen registros, el de la batalla final para protegernos de la emergencia climática.

Los gigantescos depósitos de metano en las tundras y fondos oceánicos polares han empezado a liberarse en lo que supone el mayor y más peligroso de los ciclos de realimentación que desencadenan la catástrofe medioambiental. 

Sabemos que proteger la naturaleza que queda es esencial para evitar futuras pandemias, pero sabemos también que el impresentable inquilino de la Casa Blanca durante los últimos cuatro años se ha dedicado a eliminar todas las protecciones medioambientales creadas por sus antecesores, a meter todos los estudios medioambientales recientes en un cajón, y a eliminar todo incentivo para la indispensable descarbonización de la economía.

El mismo idiota que eliminó partes del Obamacare que han llevado a miles de norteamericanos a morir durante la pandemia, ha conseguido que ahora, en esos Estados Unidos que abandonan el Acuerdo de París, contaminar sea gratis. 

Que los EEUU deshagan el error y vuelvan al Acuerdo de París es fundamental, es una parte de ese necesario arreglo de desperfectos

Que los Estados Unidos deshagan el error y vuelvan al Acuerdo de París es fundamental, es una parte de ese necesario arreglo de desperfectos tras cuatro años para olvidar.

Es por eso que la inmensa mayoría de los directivos de empresas tecnológicas, que tienen algo más de visión acerca del futuro que el común de los mortales, han apoyado la campaña de Joe Biden: no solo porque saben que cuatro años más de Donald Trump serían mortales para todo el planeta, sino también porque, a menor escala, el liderazgo tecnológico de su país está en juego: la próxima gran área de crecimiento no es otra que la tecnología medioambiental. 

Lo sabe hasta el papa, que últimamente ha llegado incluso a pedir que se retiren las inversiones de las compañías que no muestren un compromiso inequívoco con el medio ambiente, o la nueva oleada de capitalistas de riesgo comprometidos con la lucha contra la emergencia climática y dispuestos a invertir en la prevista expansión de las energías renovables.

Donald Trump se ha pasado los últimos cuatro años bombardeando la verdadera esencia de los Estados Unidos, saboteando sus instituciones y creando las bases para un auténtico Armaggedon. Cuando The Economist titula Por qué tiene que ser Biden, no lo hace por darse al partidismo, ni por perder lectores entre la masa de idiotas e ignorantes que toman partido por Donald Trump: lo hace porque sabe que lo que está en juego es mucho más que los próximos cuatro años, y mucho más que el futuro de los Estados Unidos. 

En Europa, muchos inversores llevan tiempo introduciendo una cláusula de sostenibilidad en sus inversiones que asegure que sus participadas, en todo momento, tomarán partido en sus decisiones por la contribución a los objetivos medioambientales.

Si quieres ganar dinero en el futuro, ya sabes: todo lo que va a contar va a tener color verde, va a estar relacionado con las energías renovables, con la descarbonización o con la sostenibilidad. Y más nos vale, además, que así sea. 

Es una cuestión de simple sentido común, ese sentido del que Donald Trump ha demostrado durante toda su vida carecer. Pero por mucho que haga Europa o por mucho que Xi Jinping anuncie que será neutra en emisiones a mediados de siglo, nada será posible si la mayor economía del mundo no se compromete. 

Tras cuatro años de desperfectos y barbaridades, ahora toca arreglar el desaguisado.