Llevamos ya casi nueve meses de pandemia. Pronto, podremos mirar hacia atrás y ver cómo el último año de nuestras vidas, el maldito 2020, se ha esfumado completamente sin dejar nada más que mucho tiempo metidos en casa, muchas pérdidas de todo tipo (económicas, personales y hasta de vidas de seres queridos), y mucha, muchísima desesperación ante una situación que todos percibimos como fuera de nuestro control, pero que nos afecta en prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas. 

Tras nueve meses, y con la ciencia tratando de avanzar a toda velocidad, es el momento de abandonar optimismos irracionales y de ser realistas: lo que viene no va a ser muy diferente. Lo que en febrero y en marzo nos parecía una situación excepcional, ya no lo es: desgraciadamente, es ya lo normal en nuestras vidas. Vivir en un planeta azotado por una pandemia se ha convertido en parte de la normalidad.

¿Qué implica esto? En primer lugar, abandonemos toda esperanza de que en pocos meses, la situación cambie. No va a ocurrir. Deja de hacer planes para los próximos puentes y prepárate para unas Navidades con reuniones reducidas a los convivientes habituales, por mucho que eso te parezca una tristeza.

La pandemia va a seguir entre nosotros durante mucho, muchísimo tiempo, e incluso cuando su incidencia haya disminuido, se convertirá en una enfermedad endémica, que nos seguirá obligando a tomar precauciones de manera habitual.

 Lo que en febrero y en marzo nos parecía una situación excepcional, ya no lo es: desgraciadamente, es ya lo normal en nuestras vidas

¿Qué quiere decir "tomar precauciones"? Decididamente, no lo que muchos creen. Las mascarillas seguirán entre nosotros porque son la mejor manera de evitar una infección, y cada vez que se encuentre a alguien que afirme que no sirven para nada, hágase un favor: descártelo por idiota, e ignore completamente cualquier consejo que le dé o cualquier cosa que le diga.

Además, la mascarilla no basta con llevarla: hay que usar las adecuadas (no, una tela sin más no vale: no hablamos de un accesorio de moda, sino de un instrumento de filtración que tiene que tener unas características determinadas), y sobre todo, usarlas bien: con la nariz por dentro y en todo momento.

Cada vez que te sacas la mascarilla para comer o beber algo en un bar o en cualquier interior, te estás poniendo en peligro. Cada vez que se te baja inadvertidamente y tu nariz queda expuesta, o que tú mismo la dejas fuera "porque te agobias", es completamente absurdo que la lleves, porque te estás poniendo en la situación de inhalar partículas de aerosoles que contienen el virus. 

No, el virus no "cabalga por el aire en solitario", y por eso las mascarillas no tienen que filtrarlo: lo que tienen que filtrar son partículas de aerosoles respiratorios, que en un interior poco ventilado, pueden permanecer en suspensión durante horas.

En el exterior estamos muchísimo más seguros. Pero claro, estamos en invierno, el grajo vuela bajo, y empieza a hacer un frío del carajo. No te confíes: en cuanto estés en un interior con personas de cuyos contactos no puedas responder, estás en peligro. Es lo que hay. 

¿Qué quiere decir "no poder responder de los contactos de alguien"? Eso mismo. ¿Tus amigos del alma? ¿Cómo te van a contagiar, con lo majos que son? Pues sí. No es nada personal, es biología.

Te contagiarán si no puedes asegurar que son enormemente sistemáticos en sus precauciones, si conviven con hijos que van al colegio, o si ven a familiares que no han sido rigurosos. Ese concepto de "círculo extendido" es algo que, obviamente, aún no ha entrado en la cabeza de muchos, y así nos va. 

Déjate de fregarlo todo compulsivamente: la transmisión del virus a través de superficies estaba enormemente exagerada, y es muy poco probable que te infectes por tocar nada. ¿Vacunas? De nuevo, abandona optimismos absurdos.

No tendremos vacunas verdaderamente efectivas hasta dentro de muchos meses y, cuando las tengamos, no garantizarán más que una inmunidad relativamente breve

No tendremos vacunas verdaderamente efectivas hasta dentro de muchos meses y, cuando las tengamos, no garantizarán más que una inmunidad relativamente breve, acentuada por el hecho de que convivimos con muchos estúpidos negacionistas que deberían ser radicalmente excluidos de la vida en sociedad y que no querrán ponerselas. 

Con el tiempo (pero no este año) iremos mejorando en los tratamientos, aprenderemos cómo medicar a los enfermos y reducir la mortalidad y los efectos secundarios de la infección, e iremos avanzando en su profilaxis.

Los test se convertirán en algo habitual: tendremos pruebas baratas que podremos hacernos en casa en minutos, y podremos empezar a pensar en invitar a amigos, hacerles una prueba al entrar en casa, y disfrutar de una noche con sin mascarillas y con abrazos y besos como antes. 

Y sobre todo, tendremos que ponernos con la tarea más importante de todas: modificar nuestro sistema económico y nuestra forma de vivir para que una cosa así no vuelva a ocurrir, y para evitar el próximo gran problema, muy relacionado, y llamado emergencia climática. Ahí está el verdadero desafío. Así que, por favor, seamos realistas.