Las apocalípticas imágenes de cielos de color naranja y llamas en California y Oregón están haciendo que muchos norteamericanos empiecen a caer en la cuenta de una realidad cada día más evidente: la emergencia climática existe, es tan real como todo ese humo y llamas que están viendo, e ignorarla para seguir haciendo lo mismo que hasta ahora solo lleva a que el ajuste de cuentas sea peor cada año. 

En efecto: frente a los imbéciles e irresponsables que aún pretenden afirmar que los incendios son fenómenos naturales y que se repiten cada año, la evidencia de que en pocas semanas ya ha ardido una extensión mayor que la de todo el año pasado, y que sabemos perfectamente que cada año será peor. El incremento de las temperaturas, el mismo que ha llevado a que el mítico Valle de la Muerte supere los 54.4ºC por primera vez en la historia desde que hay registros, seca la vegetación de los bosques y la convierte en auténtica yesca, lista para arder a la menor chispa. 

Pero California y Oregón son solo una muy pequeña parte de la catástrofe, simplemente más visible por estar ocurriendo en una parte del mundo en la que todo lo que pasa aparece inmediatamente en las noticias. En la selva amazónica, la superficie quemada vuelve a superar la del año anterior. En Groenlandia y en el Estrecho de Bering, la pérdida de hielo también escala con respecto al año anterior, y alcanza lo que los científicos definen como el punto de no retorno. El verano Ártico supera los 38ºC.

Las lluvias torrenciales, los huracanes y los tornados son cada vez más abundantes y frecuentes, arrasan zonas enteras, y comprometen la economía de los países.

Da igual en qué dirección mires: la actividad del hombre ha convertido el planeta en una sauna incontrolable, que además de acabar con un porcentaje cada vez mayor de la biodiversidad, amenaza ahora con acabar con nosotros mismos. Todo aquel que niegue o dude con respecto a la catástrofe climática que estamos experimentando ya no merece ningún tipo de atención o discusión: es, pura y simplemente, un idiota que se opone a la objetividad de la ciencia, y que debe ser alejado de cualquier puesto en el que pueda tomar decisiones que perjudiquen a otros. 

Todo aquel que niegue o dude con respecto a la catástrofe climática que estamos experimentando ya no merece ningún tipo de atención o discusión: es, pura y simplemente, un idiota

No se puede decir ni más alto, ni más claro: tenemos que cambiar nuestra forma de vivir, y tenemos que hacerlo ya, sin importar lo que cueste o lo que perdamos por ello, porque si no lo hacemos, lo perderemos todo. La transición a energías limpias tiene que producirse no en una década o en dos, sino en menos de cinco años. La eliminación de los motores de explosión y de los combustibles fósiles, lo mismo. El sistema económico que nos trajo hasta aquí se ha demostrado completamente insostenible, y nos está matando. 

Todos los indicadores de la actividad humana deben modificarse: medir la producción ya no vale, debemos medir absolutamente todos los efectos generados por esa producción, y eliminar toda aquella actividad que provoque efectos negativos sobre el medio ambiente. Si eso nos obliga a decrecer económicamente, tendremos que aceptarlo.

Pasar de utilizar indicadores simplistas y absurdos como el Producto Interior Bruto, a evaluar lo que hacemos en función de otros mucho más ricos y diversos como los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que deberán ser adecuadamente cuantificados. Dejar de competir entre países, para pasar a cooperar y a trabajar conjuntamente para solucionar un problema que no entiende de fronteras. 

Todo en este nuevo contexto está completamente entrelazado: no llevamos mascarilla porque hayamos tenido “la mala suerte” de que apareció un virus, sino porque hemos presionado los ecosistemas y los métodos industriales de cría de animales hasta que se convirtieron en un semillero para que infecciones zoonóticas terminasen por transmitirse al hombre. No morimos en inundaciones e incendios porque “llueve mucho” ni porque “hubo una chispa”: hemos desestabilizado el clima, y lo que ocurre, ocurre por nuestra culpa. 

Necesitamos urgentemente construir una nueva economía, basada no en la competición, sino en la cooperación. Los mercados que construimos no solo no se regulaban solos, sino que nos forzaban a producir cada vez más, a cualquier precio, por encima de todo, hasta llegar al sinsentido. Ahora, el contexto ha cambiado, y cada exceso se paga, cada año más caro. No es catastrofismo, no es alarmismo, no es hacer de Jeremías: son evidencias científicas cada vez más claras. O cambiamos, o desaparecemos. Estamos en una espiral descendente. Y cada año será peor.