En un reciente artículo que recientemente tuve la oportunidad de leer en la CNBC, el gestor de Ritholtz Wealth Management, Ben Carlson, reflexionaba sobre si realmente la pandemia ha sido mala para las empresas que, justo ahora, están sufriendo una mayor presión en sus cotizaciones.

Ya no son las mastodónticas variaciones de la capitalización de las FAANG producto del agotamiento del inversor o del derrumbe del Nasdaq, sino las de aquellas empresas que en la historia reciente se han visto especialmente beneficiadas por todos los cambios de hábitos de consumo que la pandemia ha acelerado.

Carlson citaba por ejemplo a Netflix. La compañía tenía 130 millones de suscriptores en todo el mundo en el verano de 2018. El precio de las acciones era de alrededor de 420 dólares obteniendo una ganancia anual de aproximadamente 900 millones de dólares.

Con poco que hacer al comienzo de la pandemia, excepto mirar televisión, la cantidad de suscriptores de Netflix se disparó llegando a más de 222 millones de hogares en 2022. En ese inter, la capitalización bursátil pasó de un mínimo en 2018 de 360.000 millones de dólares a sobrepasar el billón de dólares anglosajón en verano de 2021.

Los ingresos netos de la compañía ahora sobrepasan los 5.000 millones de dólares, sin embargo, el precio de las acciones el pasado viernes se situó por debajo de los 400 dólares, inferior a la cotización de hace cuatro años y un 43% inferior a su máximo histórico.

No le ha ido mucho mejor a otras compañías que probaron las mieles del triunfo por el hecho de convertir algo corriente y vulgar en un paradigma del nuevo consumo. Peloton, Zoom, Robinhood… cotizan con caídas cercanas al 80% desde sus máximos, todos coincidentes con las fases más duras de la pandemia.

El paradigma de lo que ocurre es que se está poniendo en precio la distinción entre una moda y un cambio. Netflix dijo recientemente que tiene dificultades para crecer, lo cual no significa que no lo haga, sino que es insostenible aumentar su base de abonados al +30% trimestral cuando sus abonados ya suponen la mitad de la población de toda América del Sur.

El mercado de acciones ha sido siempre así de ciego. Por eso los inversores inteligentes como Charlile Munger recomiendan comprar cuando la gran mayoría tiene miedo y vender cuando está eufórica.

Netflix cotiza hoy a un multiplicador de beneficios superlativamente más atractivo que hace cuatro años sabiendo que su valor de mercado es prácticamente el mismo. En jerga financiera eso se llama rerating y expone que una compañía se abarata por el doble efecto de un mayor beneficio y una menor cotización en sus acciones.

¿Es Netflix una compra? Posiblemente para muchos lo sea mientras que para otros forma parte de una moda pasajera en un acrónimo (FAANG) derruido o que hay que segregar. Lo mismo ocurre con Meta Plataforms.

La acción hizo su máximo histórico rozando los 350 dólares. Hoy sus acciones cotizan a 219 dólares. Sin embargo, la valoración sigue un camino inverso pues nunca ha estado tan barata en términos del cociente precio/beneficios.

Estamos presenciando un brutal cambio en las decisiones de inversión que se basa en un comportamiento totalmente conductual. Si la masa del mercado cambia el modo complacencia al miedo, eso es un cambio radical frente al cual conviene no ponerse en medio. Contar las bondades de un negocio que se vea afectado por la correlación de sus acciones con las grandes tendencias del Nasdaq o la tecnología, sea injusto o no, es ahora mismo como ir a predicar al desierto.

Hay muchos gestores que dedican tiempo a explicar lo irracional del castigo de muchas acciones cuando lo lógico es esperar agazapado a que aparezca el inversor marginal del miedo. Cuando ese último inversor venda, sabremos que hay que comprar como si no hubiera un mañana. Porque es entonces cuando los que estén siguiendo este patrón de rerating sabrán que es momento de actuar y de llenar las carteras. Hasta entonces paciencia.

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