La era del dinero barato en la eurozona llega a su fin de forma abrupta. El Banco Central Europeo (BCE) ha sorprendido este jueves con una subida de tipos de 0,5 puntos porcentuales, la primera en 11 años, con el objetivo de frenar la inflación desbocada enfriando la economía.

El incremento es el doble de los 0,25 puntos que había anunciado la presidenta, Christine Lagarde, en la anterior reunión de junio. Al final se han impuesto los 'halcones' nórdicos, que reclamaban una acción mucho más contundente ante el actual descontrol de precios. "Esta decisión se basa en la valoración actualizada del Consejo de Gobierno de los riesgos para la inflación", reza el comunicado hecho público al término del encuentro.

Al mismo tiempo, el BCE ha aprobado el nuevo mecanismo para mantener bajo control las primas de riesgo de los países altamente endeudados: Italia, España, Portugal y Grecia. La nueva herramienta se llama Instrumento para la Protección de la Transmisión y permitirá al BCE comprar bonos de estos Estados sin restricciones en cuanto a los volúmenes cuando esté en riesgo la transmisión de la política monetaria.

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El aumento del precio del dinero se produce en un momento particularmente difícil para la eurozona, golpeada por la guerra en Ucrania y la crisis energética, a lo que hay que sumar las turbulencias políticas en Italia. El movimiento del BCE amenaza con agravar la ralentización económica que ya sufre en continente.

Con esta subida, el tipo de interés general pasa del 0% al 0,5%. La facilidad marginal de crédito (lo que pagan los bancos por la financiación a un día) aumenta al 0,75%; mientras que la facilidad de depósito (la remuneración de los bancos por aparcar su dinero en Fráncfort) se incrementa del -0,5% al 0%. Es decir, el BCE acaba de un plumazo con los años de tipos negativos, cuyo impacto ha sufrido particularmente la banca.

La decisión de este jueves no es el fin de la historia, sino el principio de una senda gradual y sostenida de subidas de tipos en los próximos meses. Para septiembre, el Consejo de Gobierno había anunciado un nuevo incremento de al menos 0,5 puntos si las tensiones inflacionistas no se relajan. Sin embargo, ahora renuncia a establecer compromisos previos que puedan verse desbordados por los hechos: la subida se decidirá en cada reunión en función de los datos.

El BCE se ha visto forzado a actuar ante el descontrol de los precios en la eurozona, empujados al alza por la crisis energética, la subida de los alimentos y la guerra en Ucrania. La inflación marcó un nuevo máximo histórico del 8,6% en junio, una cifra que cuadriplica el objetivo del 2% del BCE.

Los países bálticos están en números alrededor del 20%. Entre los grandes de la eurozona, España es el que tiene una inflación más alta (10%), por delante de Italia (8,5%), Alemania (8,2%) y Francia (6,5%). Bruselas prevé que la inflación toque techo durante el tercer trimestre de 2022 y empiece a bajar a finales de año a medida que las presiones derivadas de las restricciones de suministro y los precios de las materias primas se disipen.

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El BCE va con retraso respecto a otros bancos centrales, en particular la Reserva Federal de Estados Unidos, que aprobó una gran subida de 0,75 puntos en junio y prepara otra similar para la semana que viene. Un desfase que ha empujado el euro a la baja y hacia la paridad con el dólar, lo que preocupa particularmente en Bruselas por el riesgo de inflación importada.

Sin embargo, la decisión de Lagarde se produce en un contexto especialmente complicado debido a la fuerte ralentización del crecimiento provocada por la guerra en Ucrania y la crisis energética. Un frenazo que podría desembocar en recesión si Vladímir Putin corta totalmente el suministro de gas a Europa. A ello hay que añadir la crisis política desencadenada en Italia por la caída de Mario Draghi, que ha vuelto a tensionar las primas de riesgo de los países periféricos altamente endeudados.

La última vez que el BCE subió tipos fue en julio de 2011 y su presidente entonces era el francés Jean-Claude Trichet. Este aumento se considera como uno de los mayores errores de Fráncfort, puesto que contribuyó a agravar la crisis de deuda que azotaba entonces a la eurozona. Draghi revirtió este incremento nada más llegar al cargo en noviembre de 2011, pero la crisis no se resolvió hasta su promesa de hacer "todo lo que sea necesario" para salvar el euro.

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Lagarde teme que la subida de tipos ahora desencadene un escenario similar de crisis de deuda. De ahí su insistencia en poner en marcha un nuevo instrumento antifragmentación que permitirá al BCE salir al rescate de países altamente endeudados como Italia, España, Portugal o Grecia, comprando sus bonos.

El nuevo Instrumento para la Protección de la Transmisión (TPI, por sus siglas en inglés "se sumará al conjunto de herramientas del Consejo de Gobierno y puede activarse para contrarrestar dinámicas de mercado no deseadas o desordenadas que constituyan una seria amenaza para la transmisión de la política monetaria en el conjunto de la eurozona", dice el comunicado.

"El volumen de las compras en el marco del TPI dependerá de la gravedad de los riesgos para la transmisión de la política. No se han establecido restricciones ex ante para las compras", asegura el BCE. Lagarde deja claro de nuevo que su compromiso con el euro "no tiene límites".

En cualquier caso, el Consejo de Gobierno deja claro que "la primera línea de defensa" será la reinversión flexible de la deuda adquirda en el marco del programa de emergencia contra la pandemia (PEPP). Es decir, el BCE comprará más deuda de Italia y España con el dinero de los bonos alemanes u holandeses que lleguen a vencimiento.

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