La fallida elección de Nadia Calviño para la presidencia del Eurogrupo no es motivo de celebración ni de alegría pero creo que es una buena noticia para Europa. Y lo afirmo en ausencia de afiliamiento político o animadversión ideológica personal.

Antes de su nombramiento en 2018 como ministra de Economía y Empresa, Calviño ocupaba un alto puesto en la Dirección General de Presupuestos de la Comisión Europea, y anteriormente, era conocida por el desarrollo de una carrera con no pocos reconocimientos en áreas de competencia, tanto en nuestro organismo regulador como en la Comisión Europea. Inteligente, de conversación fácil y fluida, con dominio de varios idiomas, es sin duda un perfil burocrático de vocación típicamente comunitaria.

Quizás peca de tener un perfil bajo académico en economía y no se le conoce afinidad de ideas en esta materia. En su candidatura solo hubo un fallo, que no fue como muchos creen el rechazo europeo a Podemos, sino su propio presidente Pedro Sánchez.

El Eurogrupo está integrado por los ministros de Finanzas de la zona euro del que ya participaba Calviño como ministra desde 2018, por lo que era potencialmente candidata antes de la incrustación de los radicales en el Gobierno. Como parte del organismo europeo, nuestra ministra participaba de los debates sobre la situación económica, las políticas presupuestarias, el desarrollo de eventuales reformas estructurales y sobre la estabilidad financiera.

Se puede decir por tanto que su sesgo político era conocido de antemano así como la posibilidad de establecer alianzas en el seno de la comisión para virar la política económica europea hacia una tesis más cercana a la visión de Sánchez.

 Nuestra ministra participaba de los debates sobre la situación económica, las políticas presupuestarias, el desarrrollo de eventuales reformas estructurales y la estabilidad financiera

La cuestión no es analizar si ha sido un fracaso personal de la ministra o del presidente, sino entender que hay una profunda división latente en Europa sobre la aplicación de la política económica. Sobre todo en tiempos de crisis.

La presidencia del Eurogrupo ha ganado peso en la opinión pública desde la GCF. Primero, con la imposición de las tesis de los países grandes para después dejar paso a una presidencia más cercana y amable para buscar grandes consensos. Nada ha funcionado. Calviño, a pesar de contar con el apoyo -sorprendentemente- de Alemania, tampoco iba a funcionar teniendo en cuenta que la presidencia personifica una coalición de intereses.

En este caso, recaerá en un ministro de ascendencia irlandesa con la experiencia de haber vivido un rescate y una etapa de austeridad, que representa una alianza con países que todavía hoy defienden la receta de la austeridad, y sobre todo, con un discurso alejado de una mayor presión fiscal e imponer una asfixia impositiva a las empresas.

Una década después del estallido de la gran crisis bancaria y económica que asoló Europa, la bola de deuda y déficit vuelve a amenazar la estabilidad comunitaria. Según los últimos datos del FMI, se estima que la relación deuda/PIB se irá al 100% los próximos años como consecuencia del incremento del gasto público y la caída de la actividad, de forma que se espera que el gasto alcance un récord en su contribución al PIB comunitario, superando el 50%.

Calviño tampoco iba a funcionar teniendo en cuenta que la presidencia personifica una coalición de intereses

El problema no está en los datos agregados, pues la tendencia era razonablemente positiva en ambos factores como consecuencia de una mayor disciplina de los países miembros de la zona euro. Incluso en países díscolos, como Italia y España, con evidentes dificultades en su tramitación presupuestaria. La cuestión es que la tesis de España cuenta con poderosos aliados con manifiesta vocación de gasto y con recetas muy controvertidas.

Tampoco le ha servido contar con un poderoso aliado, como es el BCE, del que no se puede decir que las políticas del Eurogrupo se hayan visto beneficiadas de sus decisiones. La tesis de mantener tipos reales negativos a la vez que se incrementa la base monetaria, no está siendo capaz de generar ni inflación ni un crecimiento nominal suficiente por el deficiente funcionamiento del mecanismo transmisor monetario comunitario.

No es de extrañar, por tanto, el radicalismo del ala socialista europea hacia políticas y alianzas que le permitan retomar políticas de gasto cercanas al suicidio económico. El caso de España es evidente, pero también se aprecia en Francia o en Italia, aliados de Calviño en su elección.

Si Europa fuera realmente disciplinada y su vocación fuera de regeneración, posiblemente este peso récord del gasto público tendría sentido para remediar la crisis de balance que afecta a la zona euro. Sabiendo que la política monetaria ha fracasado, también se ha demostrado que la aplicación de agresivas políticas de gasto no es la solución, ya que en el proceso de recuperación económica no ha existido deseo alguno de dar marcha atrás en la corrección de desequilibrios.

Ha fracasado el mensaje de Sánchez en pro de un estrés presupuestario, no Calviño

Europa no puede sostener la tesis del rescate permanente que propugnan algunos países. En su momento insistí mucho en la idea de que los 'eurobonos' no son la solución para salvar a los países del eje Sur, como tampoco lo puede ser un presupuesto de gasto comunitario gratuito como a priori esconde el hecho de que dos tercios del Fondo de Recuperación sean “no reembolsables”.

Calviño no ha fracasado. Ha fracasado el mensaje de Sánchez en pro de un estrés presupuestario en un país con déficit en sus cuentas públicas y en su balanza por cuenta corriente, que necesita desesperadamente de financiación externa. Un país con una Seguridad Social en más riesgo que nunca y con prestaciones sociales al alza por mor de la crisis que asola el país. Seguramente el planteamiento de Calviño fuera suavizar el eco del ala radical del Gobierno, pero hay que ser honestos y reconocer que era una misión imposible para un ecosistema de gobiernos tan nefasto como imposible de sostener.

*** Alberto Roldán es economista y gestor.