Llevo meses rumiando este texto. He dudado muchas veces si debía escribirlo. Otras veces me aceleraba al recordar conversaciones e ideas que voy leyendo por aquí y por allá. Finalmente, me decidido a hacerlo, pero, eso sí, mostrando todas mis dudas, formulando más preguntas que respuestas. En tiempos de vértigo digital se lleva ser categórico, pero me temo que en estas líneas me uno a la máxima de Descartes: “Duda de todo, para poder dejar de dudar".

He sido profesor muchos años, he trabajado impulsando políticas educativas en el ministerio, llevo años colaborando y trabajando con startups y empresas tecnológicas, es decir, digamos que creo disponer de una visión bastante basta de todo este asunto relativo a la relación entre tecnología y educación, pero aun así, disculpen por el atrevimiento, dudo. Mucho. No tengo claro qué solución dar a lo que parece se está convirtiendo en un grave problema social.

¿Hay que prohibir los móviles en los colegios? ¿La digitalización de la enseñanza ha sido positiva? ¿Llegamos ya tarde para resolver los impactos negativos? Si se afronta esta cuestión, ¿estamos teniendo la conversación y el debate público en unos términos que permitan atisbar soluciones razonables y duraderas? Vayamos por partes:

  1. A veces es bueno cambiar de opinión, sobre todo, si uno descubre que estaba profundamente equivocado. Fui de los convencidos de que la digitalización de la enseñanza era un elemento fundamental en el impuso educativo. En mayo de 2009 el presidente Zapatero anunció en el debate del Estado de la Nación el inicio de un gigantesco programa que iba en esa dirección, se llamaba Escuela 2.0. Yo estaba allí, no me lo han contado, pues era el asesor parlamentario del entonces ministro de educación. Recuerdo que nada más anunciarlo mi teléfono comenzó a sonar y vibrar. Los altos cargos del ministerio me llamaban preguntando que de dónde había sacado semejante idea el presidente.

    No les quiero contar más sobre cómo se hacen las cosas en las altas esferas (tengo una novela escrita al respecto para el que desee sumergirse en esas procelosas aguas), pero el caso es que hubo que ponerse a diseñar el programa sobre la marcha. Entonces estaba seguro de sus bondades a pesar de esos inicios tan rocambolescos, hoy, sin embargo, estoy convencido de que hacerlo como se hizo fue un grave error.
  2. Hace pocos años leí varios artículos que venían a decir que los directivos de las grandes tecnológicas en Estados Unidos llevaban a sus vástagos a colegios donde no había tecnologías digitales: ni smartphones, ni tabletas, ni pantallas. Tuve que leerlo en varias ocasiones para creerlo. Pero sí, esa era la realidad, aunque tenía mucho de broma sarcástica. Entonces la pregunta del millón estaba servida: ¿son tan negativas las tecnologías digitales en la enseñanza para que no las quieras para tus hijos, pero al mismo tiempo las fábricas y vendes sus bondades para que las usen y mucho el resto de los jóvenes de la humanidad? Se me ocurren pocas paradojas de este calibre en nuestro mundo actual.
  3. Hemos pasado de la Escuela 2.0 al Manifiesto OFF. De pensar en la pantalla como la gran revolución escolar, a creer que no sólo no ayuda, sino que está detrás de muchos problemas mentales de niños y adolescentes, así como del bajo rendimiento de los alumnos que crece y crece sin parar. En suma, que ahora parece que la tecnología en las aulas ha ahondado en los problemas que arrastran los escolares desde hace tiempo: dificultades de los infantes para leer y escribir, problemas con las matemáticas, con la capacidad de concentración, etc. Parece que va a haber que innovar otra vez, pero está utilizando la segunda acepción de la RAE del término: volver algo a su estado anterior.
  4. La ciudad de Nueva York acaba de anunciar una denuncia masiva a los tribunales a todas las grandes empresas tecnológicas porque consideran que las redes sociales están detrás de la crisis de salud mental entre niños y adolescentes. Quieren que estas actividades sean consideradas como “alteración del orden público”, vamos, como si fuera tráfico de estupefacientes; de hecho, las equiparan en peligrosidad al tabaco o las armas. Así se une a una demanda colectiva que han llevado a cabo decenas de Estados norteamericanos contra dichas corporaciones. Esto comienza a parecerse a una gigantesca caverna de Platón, pero en la que en vez de sombras, se proyectan vídeos, fotografías y emojis de todo tipo
  5. El problema es que en el estadio actual de desarrollo de nuestra sociedad ¿cómo narices se puede vivir en una sociedad como la actual sin teléfonos, tabletas u ordenadores y su correspondiente legión de aplicaciones y servicios? ¿Cómo conseguir que los chicos renuncien durante unas horas al día a algo que después forma parte de toda su existencia fuera de las aulas? Claro, uno piensa que sólo un multimillonario se puede permitir tal lujo. Prueben ustedes a estar sin teléfono unos meses viviendo en cualquier gran ciudad española y verán cómo acabarían perdiendo el trabajo, las amistades y casi la alegría de vivir. Muchos decimos que estamos fagocitados por el hardware y el software, pero es más fácil decir que te vas a ir a una isla desierta que hacer tal cosa efectiva. Sí, señoras y señores, estamos atrapados y bien atrapados. ¿Y los niños y jóvenes? Pues mucho más, teniendo en cuenta que están en pleno proceso de formación. Si los adultos que se supone (aunque es mucho suponer) tenemos más capacidad y voluntad de saber lo que nos conviene estamos así, imaginen las crianzas y los adolescentes
  6. Primero elevamos a las más altas alturas civilizadoras un modelo de desarrollo de internet y ahora corremos como pollos sin cabeza intentando tapar los agujeros sociales que está provocando. La verdad es que a los humanos a veces no hay quién nos entienda. Cada vez más sólo podemos acceder a determinados servicios públicos y privados de manera online. Estamos digitalizando todo como si no hubiera un mañana, y ahora de repente decimos: ¡cuidado! Hay que evitar que los niños y adolescentes no tenga acceso en la escuela a estas tecnologías como si fueran drogas químicas. Otra gente dice que la tecnología es neutra. Es un mantra bastante común: el problema no es de la tecnología, sino del uso que le des a la misma. Por tanto, bajo este prisma todo se resuelve con educación y formación a la población.

    ¿Pero cómo hacemos esto cuando ya está todo el mundo infectado del virus? ¿Cómo formamos en el uso de herramientas y dispositivos si al mismo tiempo llegamos a la conclusión de que dichos objetos y aplicaciones son las principales culpables de lo que pasa en la enseñanza? Quizá el momento de llevarse las manos a la cabeza era cuando se estaba gestando este modelo hace tres o cuatro décadas. Ahora ¿qué hacemos? ¿Prohibir teléfonos? ¿Seguro? Díganme una prohibición que no genere mayor atracción. Pero si no los prohibimos, ya estamos viendo los resultados desastrosos. Como dicen los chicos jóvenes de ahora: me va a explotar la cabeza con todo esto.
  7. Converso con profesores, docentes de todo tipo y expertos, y hay una cuasi-unanimidad: todos observan un proceso gradual de atontamiento generalizado de niños y adolescentes, de que ya no se concentran, de que la frustración impide el más mínimo esfuerzo, que pasan de curso sin aprender, etc. Sólo nos faltaba herramientas tipo ChatGPT para que definitivamente el esfuerzo tradicional pase a mejor vida. Se insiste en la importancia de aprender a leer y comprender textos largos y complejos, y a utilizar bolígrafo y papel para escribir y aprender a expresarse, pero absolutamente toda la realidad que nos rodea te comunica con luces de alarma que si haces eso vas a sentirte no sólo frustrado, sino que te vas a quedar aislado del resto del mundo, y vas a hacer el panoli. Queremos que suelten las consolas y que utilicen hachas neolíticas. El reto es de dimensiones bíblicas.
  8. No nos engañemos, aunque hay movimientos de familias y padres que abogan por eliminar los teléfonos y las pantallas de las aulas, la mayoría de los padres ni entienden de qué va esto, y es probable que incluso estén en contra, ni tampoco probablemente tienen el tiempo ni la capacidad para ocuparse de esto, (una buena parte de los padres afrontan jornadas interminables en puestos de trabajo que también han sucumbido a esta suerte de locura contemporánea de la tecnología). Desde luego las profesiones de moda con más éxito, y por tanto con mayor capacidad de presentarse como preferibles y deseables para nuestros jóvenes, —youtubers, influencers, tiktokers y demás familia—, no ayudan precisamente a ir en la dirección contraria.
  9. Y ¿qué hacen los responsables educativos? Les he contado al principio cómo se gestan las cosas en este país, por lo que soy bastante pesimista al respecto. Se anuncian grandes titulares, reuniones al más alto nivel, se convocan grandes grupos de expertos, etc., pero me temo que esto va a ir dando bandazos. Hay intereses empresariales de las grandes tecnológicas, intereses gremiales y sindicales en los colectivos de profesores y gestores educativos, intereses políticos motivados por la ley educativa que tú apoyas o has defendido o a la que te has opuesto por sistema. Me temo que la educación y la formación ha dejado de formar parte, si es que alguna vez lo ha sido, de las grandes prioridades del país.

    Esto se toma como un asunto menor, un tema técnico, un engorro, más que un asunto de primera. O peor: nos ponemos hablar de esto para tapar el grave problema de deterioro de nuestros datos educativos y de lo que pasa en las aulas y en la sociedad. Y puede que esto sea más importante que cualquier otra cosa que hoy pueda usted leer, escuchar y ver en los miles de canales, soportes y herramientas que hemos desarrollado para estar entretenidos haciendo como que nos importan algo las cosas.
  10. En aquel gobierno del que formaba parte me encargaron trabajar duro con muchos grupos parlamentarios para alcanzar un Pacto de Estado por la Educación que sirviera para una o dos generaciones, para ponernos de acuerdo en todo lo que nos unía. Pronto me di cuenta que era (y me temo que sigue siendo) una quimera. En esta cuestión de la digitalización de la enseñanza curiosamente había un gran consenso: todo el mundo estaba de acuerdo. Ni una sola crítica, ni un sólo matiz.

    Ahora, como en la teoría del péndulo, es probable que todos se pongan en el otro extremo: la tecnología es perjudicial para los estudiantes. El caso es poder seguir tirándonos las leyes educativas a la cabeza como llevamos haciendo toda la democracia. Tonterías las justas. Ni siquiera podemos tener un debate riguroso y sosegado sobre educación y nuevas tecnologías, y otras muchas cosas más. De hecho, preferimos tener de ministra o ministro de educación a quien no le interesa lo más mínimo esta cuestión, no vaya a ser que se ponga a solucionar las cosas.