La historia de la Ciencia y la Tecnología está llena de hombres y mujeres que hicieron grandes cosas. Un ejemplo. El transistor cumple 75 años, me recordaba hace poco el físico Luis Fonseca, director del Instituto Nacional de Microelectrónica, centro de referencia en la investigación de micro y nanotecnologías, un sector que anda revuelto con el anuncio del PERTE de los microchips realizado por el presidente del Gobierno en el Wake Up Spain¡   

Walter Brattain, John Bardeen y William Shockley son considerados los padres del transistor, ese aparatito que es capaz de controlar el movimiento de los electrones y, por tanto, de la corriente eléctrica. Los tres -el primero un físico experimental y los otros dos teóricos-  trabajaban a las órdenes de su director de departamento, Mervin Kelly, en Bell Telephon Labs, la empresa de la que luego surgió el gigante AT&T.

Aquel departamento era conocido como el Laboratorio del infierno de la Bell y allí se impusieron el reto de buscar materiales alternativos a las obsoletas válvulas de vacío en la amplificación de señal a miles de kilómetros. Así es como nacieron los semiconductores, fabricados en aquel momento a partir de germanio, predecesor del archiconocido silicio. Era la Navidad de 1947 y arrancaban una revolución silenciosa y una nueva era, la de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.  

William Shockley abandonó la empresa poco después. Se fue a Palo Alto, en California, y fundó la suya a partir de aquella invención que nunca emocionó a la industria. Había nacido Sillicon Valley y el silicio se convirtió en la rock star de los microchips. Dos de sus colaboradores, Bob Noyce y Gordon Moore, fundaron Intel Corporation, el gigante de la industria, tal y como relata el catedrático de Electrónica de la Complutense de Madrid Ignacio Mártil en su libro "Microelectrónica. La historia de la mayor revolución silenciosa del siglo XX". Brattain, Bardeen y Shockley recibieron el Nobel de Física en 1956 por descubrir el efecto transistor.  

Aquella revolución ha cubierto distintas etapas hasta llegar a lo que hoy es una auténtica guerra, la batalla empresarial y geopolítica de los semiconductores, necesarios para producir dispositivos electrónicos de todo tipo: desde electrodomésticos, ordenadores, consolas, a armamento o automóviles. La ruptura de la cadena de suministro de los semiconductores es la pesadilla recurrente de múltiples países y empresas que temen todavía una catástrofe mayor, un auténtico invierno nuclear en la industria si el terremoto de la guerra de Rusia contra Ucrania acaba provocando algún tipo de sismo con epicentro en China y efectos en Taiwán.

Sabido es que Taiwán y  Corea del Sur concentran el 70% de la fabricación mundial de semiconductores, la parte del proceso que más tiempo y dinero cuesta en la industria tecnológica. Y la menos rentable, si se la compara con el diseño. La consultora AlixPartners ha estimado que la llamada crisis de los semiconductores ha tenido un coste de 180.000 millones de euros para las empresas sólo en 2021. ¿Antesala del invierno nuclear?  

Pero atención con lo que viene. Porque The Wall Street Journal se hizo eco hace algún tiempo de un vaticinio del consejero delegado de Rivian, RJ Scaringe, quien, en una visita a una filial de su compañía en EEUU, advertía de que la crisis de los semiconductores va a ser un mero “aperitivo” de la que se le puede venir encima al sector del automóvil con las celdas de baterías en las próximas dos décadas. Y dio un dato. La producción actual de celdas apenas cubre el 10% de la demanda prevista de vehículos eléctricos para la próxima década.

De ahí que tanto la Comisión Europea como los estados y las empresas europeas anden, cada uno en su papel, en la construcción de una cadena de suministro segura, estable y no dependiente de terceros para la fabricación de baterías. De esto hemos hablado ya en pasados NANOclubs. Y de ahí que marcas como Volkswagen Group (VWG) vayan tomando decisiones de calado en sus procesos de electrificación, que no sólo tienen que ver con la salvaguarda de sus cuentas de resultados, sino con adaptar países enteros a las nuevas formas de movilidad.   

Por eso, acudí con enorme curiosidad a la puesta de largo del proyecto de gigafactoría de VWG en Sagunto. Y, como esperaba, extraje algunas conclusiones de todo lo dicho ese día por Herbert Diess, presidente del grupo alemán, y por Thomas Schmall, responsable de tecnología del comité ejecutivo de VW y presidente del Consejo de Administración de Seat.

Schmall presentó una primera (y muy llamativa) diapositiva en la que destacaba una palabra: CHE-MIS-TRY. La escribo así, a la manera en que Pepu Hernández nos metió en vena el BA-LON-CES-TO en la resaca de la victoria de España en el mundial de Japón. Porque la QUÍ-MI-CA propició el viaje desde el transistor a los nanochips y sobre ella se va a construir necesariamente el nuevo templo del automóvil eléctrico, según explicó el ingeniero alemán.   

En su intervención en los solares del Parc Industrial de Sagunto, apenas guarecido por una carpa engalanada para la ocasión, Schmall explicó que el proyecto de VWG y las 62 empresas que le acompañan en su proyecto (10.000 millones de euros) abarcará toda la cadena de valor de las baterías, desde la minería necesaria para la extracción de materias, a la fabricación de los componentes de las celdas, su ensamblaje e, incluso, el reciclado. Pero insistió varias veces en la clave de la CHE-MIS-TRY y en la importancia de invertir en investigación y desarrollo.  

Pareciera que le tomaba la palabra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cuando en su discurso mostró confianza en que la gigafactoría de Sagunto sea “pilar central” de un gran hub europeo de baterías con sede en la Comunidad Valenciana. Y que éste, más allá del sector de la automoción, trabaje en soluciones técnicas para poder almacenar energía. Sánchez citó la necesaria colaboración de las universidades y citó expresamente, como centros de referencia, al Instituto de Ciencia Molecular (ICMol) de la Universidad de Valencia, al Instituto de Tecnología Química (ITQ) de la Universidad Politécnica o al Instituto Tecnológico de la Energía (ITE). 

Jorge Romero, uno de los expertos en electroquímica del ICMol, se muestra optimista sobre el camino recorrido en la investigación y el potencial de alternativas a las baterías como los llamados capacitores híbridos, que combinan un alto potencial en densidad energética -la relación entre la capacidad del sistema y su peso- y un menor riesgo para la seguridad del usuario que las baterías de litio actuales. Por no hablar de los problemas que tiene trabajar con materiales como el níquel -controlado por Rusia y con el precio disparatado- o el cobalto, fuente de explotación infantil denunciada en países como República Democrática del Congo. Además, los capacitores se cargan y descargan rapidísimamente. Tanto que Lamborghini ha apostado por ellos para algunos de sus superdeportivos, que necesitan una rápida entrega de potencia para satisfacer las sensaciones que buscan sus compradores.  

Visto que uno de los grandes valores del proyecto de VWG es la investigación y el desarrollo -en QUÍ-MI-CA sobre todo, pero también en otras áreas- bien harían el presidente del Gobierno y el de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, en presionar para que el centro de I+D de la gigafactoría de Sagunto se quede lo más cerca posible. Ello multiplicaría el valor de la enorme inversión de 10.000 millones de euros que se va a movilizar.