¿Y si dejamos de hablar de vez en cuando de digitalización y hablamos más de formación? Ya sé que comenzar así este texto es un poco provocador y nada contra corriente, pero creo honestamente que estamos asistiendo a esa típica situación en la que el uso avasallador de un término decreta el fin del análisis casi por decreto, invalidando de alguna forma el debate de fondo.

Lo que pretendo decir es que si todo es digitalización, entonces nada lo es. Uno lee los informes y declaraciones gubernamentales y piensa que si consiguiéramos alcanzar apenas el diez por ciento de los objetivos esgrimidos por líderes públicos y privados seguramente España acabaría dando un salto cualitativo importante que nos propulsaría al liderazgo de la civilización occidental.

Sin embargo, no estoy seguro de que vayamos por el buen camino. Me explicaré a continuación.

Digitalización. No puedo pensar en otra palabra a la que se le haya dotado de tanta fuerza transformadora y de tanta carga simbólica en los últimos años -“sostenibilidad” es probablemente la otra-. Su potencia demiúrgica nos abruma por momentos. Se anuncia a bombo y platillo en cada comparecencia de prensa, en cada artículo de opinión que pretenda estar a la última, en cada proyecto europeo que se quiere presentar, en cada conversación entre directivos, en cada PowerPoint que se mueve por aquí y por allá.

Se invoca el acto, la digitalización, y también el verbo, digitalizar, como si su mera enunciación obrara un milagro. Es la palabra performativa de moda. No hay manera de dar un paso por la calle y no encontrártela en cualquier parada de autobús, en cualquier escaparate de la esquina. De hecho entras en una peluquería o en un bar y también allí están hablando de digitalizar, si me permiten la ironía. Con ello quiero señalar que la digitalización se ha convertido en un mantra que se usa como comodín para cualquier cosa, con lo cual pierde, a mi modo de ver, su indudable capacidad transformadora. No es la primera vez que ocurre.

En el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, España Puede (desde luego al que ha dado a luz al nombre habría que darle un premio o una medalla), se habla mucho de digitalización. En concreto la palabra “digitalización” se cita 97 veces, y la expresión “digital” 147, en un documento que tiene 221 páginas no está nada mal. Aún con todo no llega a la cúspide de la expresión “resiliencia”, ese bálsamo de fierabrás que nos va a curar de todos los males, que es citada nada más y nada menos que en doscientas cuatro ocasiones; una cifra esta de 204 que, en singular coincidencia, alcanza también la palabra “transformación”.

No me digan que esa igualdad en el uso de estas expresiones fetiches no tiene algo de misticismo aritmético y de belleza matemática, quizás ahí reside el valor oculto de este Plan que no acaba de suscitar un especial entusiasmo.

Mucho nos tememos que buena parte de este tsunami gramatical vaya a quedarse en la superficie de las cosas, sin conseguir buena parte de los objetivos que se persiguen. A saber: mejora del bienestar, producir más, redistribuir mejor.

Una de las sorpresas, al menos para un economista heterodoxo como el que escribe estas líneas, es que de este tipo de documentos oficiales están desapareciendo las nociones y expresiones clave que siempre hemos enseñado en las aulas de economía, aquellos que los viejos maestros nos señalaron como conceptos claves que explican la base del bienestar material.

La palabra “producción” sólo se cita 19 veces en el susodicho documento, sin embargo todos somos conscientes de que si no producimos más y mejor en el futuro nos haremos más pobres en el futuro. La palabra “redistribución” sólo se cita ¡dos veces!, algo incomprensible para un plan concebido por un gobierno que se dice progresista. Incluso las palabras “renta” (29 veces citada) y riqueza (ocho), apenas tienen cabida en un plan llamado por sus creadores a ser la mayor oportunidad histórica de transformación de la economía española. No sé qué pensará el lector al respecto, ya no digo cualquier economista profesional, pero desde luego a mí me escama.

Pero volvamos a la digitalización. Los que más saben de esto siempre nos dicen que la digitalización más exitosa no es la que meramente incorpora herramientas tecnológicas, sino la que innova para producir cosas que antes no se hacían, la que transforma procesos para ser más eficientes y hacer más y mejor con menos, la que genera nuevos productos y servicios, la que permite llegar a más personas, la que genera más bienestar. En definitiva, la tecnología apenas es una herramienta que se pone al servicio de un objetivo superior como es repensar los modos de producción, de consumo y de redistribución. Se trata de generar más renta y más riqueza utilizando menos recursos, siendo más eficientes.

Siguiendo esta argumentación, puede observarse una creciente complacencia en el uso de la palabra digitalización, como si su sola enunciación nos fuera a traer la gloria divina en forma de multiplicación de los panes y peces. Todos conocemos “procesos y planes de digitalización” que no han transformado nada, que han sido ineficaces, que han despilfarrado recursos, y sobre todo han generado más problemas que aportado soluciones.

Siempre recuerdo que en los albores de internet y al frente de un gran “Plan de Digitalización” (entonces lo llamábamos de Modernización) de un Ayuntamiento de una gran ciudad, un día una funcionaria me llamaba insistentemente desesperada porque el ratón de su flamante nuevo ordenador no le funcionaba. Cuando fui a verla y después de varios intentos infructuosos comprobé, casi de casualidad, que el ratón no estaba conectada a la CPU (sí, estas cosas existían hasta hace nada). Era la primera vez en su vida que usaba un ordenador, y aprendimos pronto que no era su culpa, ni su responsabilidad, sino que era la nuestra. Nosotros, los que habíamos urdido el plan, hablábamos de dar servicios digitales a miles de ciudadanos, pero nos habíamos olvidado de algo tan sencillo como dar una adecuada formación a esa persona. Acabó ocurriendo que no sólo esta persona, sino buena parte de sus compañeros nunca confiaron en nuestro maravilloso Plan de Transformación y Digitalización, y acabó en un cajón durmiendo el sueño de los justos.

Seamos conscientes de esto, por más obvio que parezca. Aunque los mensajes oficiales nos hablan de que nadie se va a quedar atrás, los centenares de miles de personas afectados por el bloqueo de los escasos y deficientes servicios del Servicio de Empleo Estatal, de la Seguridad Social, o de numerosas administraciones locales y regionales, o de los incesantes ataques de ciberdelincuentes que se están produciendo a numerosas administraciones dejándolas sin servicios, pueden estar mirando a estos planes con absoluta displicencia cuando no indisimulado pasotismo.

Hace un año, el gobierno se anunció un plan de dotación de equipos para las familias y estudiantes que se vieron aceptados por el cierre de colegios e institutos, y los escasos equipos están llegando ahora que está finalizando el curso, pero ¿qué pasa con la formación de los profesores y docentes para adecuar sus herramientas pedagógicas a la enseñanza online? ¿Alguien ha hecho una auditoría del estado en el que se encuentran las arquitecturas de la enseñanza digital en las Comunidades Autónomas? Conozco a profesionales especializados que lo han hecho y se han echado a temblar al conocerlas.

Cuando se habla de dedicar a la digitalización de pymes 4.000 millones de los 70.000 que se van a movilizar en el conjunto del Plan entre 2021 y 2023 ¿de qué estamos hablando exactamente? ¿Alguien ha hecho algún tipo de evaluación de las políticas públicas que ya venían gastando dinero en digitalizar pymes y que no han transformado nada en nuestros sectores productivos? Cuando se habla de un plan de competencias digitales con 3.500 millones, ¿alguien se ha preguntado no sólo por el cuánto sino por el cómo se va a hacer? ¿Alguien ha echado un vistazo a los miles de cursos de formación en materia de digitalización que pululan por webs de todo tipo para ver su escasa solvencia?

Si nos vamos a gastar el dinero en la forma en la que nos lo veníamos gastando, es evidente que vamos a transformar poco esta sociedad que se va quedando atrás en tantas cosas. Corremos el riesgo de acabar gastando el dinero en lo que algunos han llamado “rotondas digitales”, invertir en infraestructuras sin tener en cuenta a las personas, sus capacidades, sus niveles de formación y sus diferentes aproximaciones a los cambios transformadores. Espero estar profundamente equivocado, pero me temo que el Plan habla más de digitización, que de digitalización, y no, no crean que es un mero debate semántico.

Asistimos a un uso abusivo de un término fetiche, excesivos discursos triunfalistas sobre la gran oportunidad que tiene España de digitalizarse a través de esos fondos - incluso dirigentes políticos nos hablan de que España va a liderar los modelos de digitalización y de algunas de sus tecnologías punteras como la Inteligencia Artificial o el uso humanista de datos, cuando estamos a años luz de las potencias líderes en estas materias-, pero desde luego, si yo pudiese, dedicaría todo el dinero de digitalización a formación y educación, cambiando radicalmente los modelos de aprendizaje reglados y no reglados (¿Qué pasa con la universidad? ¿Cómo se van a cambiar las políticas activas de empleos?), enseñando como se hace en los BootCamps que están revolucionado el aprendizaje de herramientas y competencias digitales, aprovechando a los excelentes profesionales que ya trabajan en el ecosistema de innovación para que sean los verdaderos evangelistas de lo que hay que hacer para cambiar a mejor nuestras administraciones, nuestras pymes, nuestras empresas y el conjunto de la sociedad.

En suma, confiando en el talento que ya tenemos para reproducirlo y multiplicarlo.

***Agustín Baeza es director de Asuntos Públicos de la Asociación Española de Startups y coordinador del Grupo de Economía Digital en APRI (Asociación de Profesionales de las Relaciones Institucionales)