Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué compramos un determinado producto y no otro? ¿O utilizamos un servicio concreto y no otro? Cada vez más nos planteamos este tipo de preguntas y resuena en nuestras conciencias el impacto que pueden tener nuestras decisiones en nuestro entorno. Esto se está trasladando al ecosistema, a partir de la llamada ‘economía del propósito’: una corriente que propone ir más allá del puro beneficio monetario para vincularse con el impacto social y medioambiental. 

Hace ya tiempo que se ha superado la idea de que el crecimiento económico es el único motor para lograr el bienestar social. Es aquí donde entra en la ecuación el nuevo concepto de innovación con el apelativo de ‘inclusiva’, porque en el siglo XXI la disrupción "va mucho más allá de la idea de ‘destrucción creativa’ popularizada por Schumpeter y se asemeja más a una ‘construcción creativa colectiva", puntualiza José María Zavala, investigador de la Fundación Cotec. "Todo cambio (no solo tecnológico) basado en conocimiento (no solo científico) que genera valor (no solo económico) es innovación". Con esta ambiciosa definición, acuñada por esta fundación, se subraya la clave de este modelo de innovación en el que lo social no está necesariamente reñido con lo rentable, pero ninguno debe primar sobre el otro.

La búsqueda del propósito es, precisamente, el punto de inflexión entre el sistema inclusivo y aquel que simplemente replica un modelo para maximizar el beneficio económico a costa de otra variable. Esto debe reflejarse en los procesos de transformación digital que se están llevando a cabo en el tejido empresarial y que ya son "una realidad social que va a una velocidad de vértigo", por lo que la clave está en «orientar, dirigir y usar esa transformación en una dirección u otra al preguntarse qué propósito tiene la innovación y cómo se quiere utilizar", subraya Antonio González, CEO de Impact Hub, una red internacional de espacios de coworking, eventos y programas. 

Es una disyuntiva que se refleja en los datos de la Encuesta de percepción social de la innovación de Cotec: mientras el 49% de la población cree que la disrupción tecnológica aumenta la desigualdad social, casi un 60% cree que la tecnología reducirá la brecha laboral entre hombres y mujeres. Una de cal y otra de arena. "El error está en identificar la innovación únicamente como motor del crecimiento económico y no como motor de impacto social", señala Zavala, para quien la solución pasa por «promover e incentivar un modelo con carácter social, inclusivo y sostenible". La disrupción tecnológica está inserta los procesos económicos y sociales de una comunidad, por lo que si esa sociedad no muestra determinación contra las injusticias y la desigualdad social y de derechos, la innovación que surge corre el riesgo de reproducir esas pautas. Esto es lo que hay que evitar.

"De alguna manera la innovación tecnológica tiene que favorecer y romper barreras de aquellas personas que no pueden acceder a algo en concreto. Es una revolución que afecta realmente a toda la sociedad, por lo que cuando se desarrolla tecnología tiene que tener unos principios, es decir, tiene que estar humanizada", puntualiza Rafael Chelala, abogado y profesor de Deusto Business School. "La transformación digital no puede consistir ni en sacar a la persona para meter a la máquina ni en programar a la máquina olvidando a las personas, sino que tiene que estar al servicio de las personas", detalla el abogado, para quien la esencia de este modelo de innovación inclusiva está en cómo se humanizan los desarrolladores, porque es la tecnología la que nos ayuda como sociedad a progresar a ritmos exponenciales, siempre que sea "inclusiva al ser humano y no al contrario, porque en ese caso estaríamos dando un paso atrás".

Lo privado y lo público

En este sentido, se está produciendo un cambio y, "aunque aún es minoritario", el modelo inclusivo está creciendo fuerte y es "una tendencia imparable porque es necesaria", indica González. En los próximos años, apunta, se va a dar "un auténtico cambio de paradigma en las formas organizativas de las empresas, en el futuro del trabajo y en todo lo relación con la acción económica en la sociedad". Los protagonistas que están impulsando esta transformación están siendo los emprendedores, los pequeños inversores y agentes como las incubadoras y las aceleradoras… Aunque  ya se están incorporando las empresas, que están interiorizando la búsqueda del impacto social de estos nuevos modelos.

Así, Zavala matiza que, aunque las empresas son entes privados, "sociológicamente hablando, son actores públicos". De hecho, cada vez son más las que optan por la autorregulación, la autoevaluación y la adscripción a códigos de conducta y esquemas de responsabilidad social corporativa, por lo que "se puede decir que existe un compromiso por parte de las entidades privadas para controlar su impacto en la sociedad, pero eso no es suficiente", incide. 

Sin embargo, el punto débil de esta ecuación sigue siendo la administración, que "aún no ha entrado del todo en juego", lamenta González, aunque se les presupone una vocación de servicio en vez de búsqueda de beneficios. "Falta que cojan protagonismo y sean catalizadores. Falta una vocación, una voluntad y una ambición mucho más amplia" por su parte. Y no debería perderse más tiempo, porque, como explica Chelala, "el ritmo de la tecnología es muy difícil de parar: o te subes o te quedas fuera"

El profesor de Deusto Business School matiza que quedarse fuera del proceso de innovar es en sí mismo una forma de exclusión. "Esto se percibe con la gente mayor, entre la que no existe una comprensión de la tecnología, lo que genera frustración". Así, Ana Freire, investigadora en la Universitat Pompeu Fabra y Premio Ada Byron joven 2019, insiste en que hay personas que «tienen miedo de la tecnología por si desaparecen trabajos, pero es necesario dar a conocer todo lo que nos puede aportar la implementación» de estas innovaciones. Por ello, apuesta por abrir y divulgar el conocimiento, «todo aquello que nos puede aportar la tecnología como humanos y como sociedad».

Entonces, ¿cómo conseguir que el tejido empresarial interiorice un modelo inclusivo? La educación es, sin duda, uno de los tres pilares que debe sustentar este cambio. González de Impact Hub subraya que es necesario dotar de competencias adecuadas al mundo en el que vivimos y apostar por conceptos como el de ‘aprender a aprender’ para que cuestionarnos todo en todo momento. En segundo lugar se requiere una política de emprendimiento que nos ayude como sociedad a enfrentarnos a un entorno laboral y vital en transformación para poder "influir, iniciar, cuestionar y buscar nuevas soluciones". El tercer pilar sería más individual al enfocarse más en el propósito y en la responsabilidad de ejecutarlo. "Cuestionar tus actitudes y conductas en tu puesto de trabajo, cómo contribuyes a este cambio de forma responsable y consciente en busca de ese impacto".

La transformación digital con la diana puesta en el propósito es lo que nos ayudará a traducir la innovación en una palanca de inclusión. "La innovación per se no marca una dirección, sino que es un instrumento que acelera el cambio al generar nuevas respuestas", destaca González. Sin embargo, estas respuestas pueden orientarse bien hacia un modelo que incremente la desigualdad, la competitividad, mal entendida, e incluso la capacidad de destrucción del planeta, o bien se pueden aplicar a modos de trabajo colaborativos y a proyectos con un impacto social. ¿Cómo seguir este camino y no el primero? Es una pregunta que, paradójicamente, se responde con otra cuestión que nos hacemos al iniciar un proyecto que voluntad innovadora: ¿para qué queremos esa innovación?

Humanizar para innovar