Cuando en 1796 el británico Edward Jenner demostró con éxito el efecto de su antídoto contra la viruela, que hoy se considera como la primera vacuna de la Historia, no sabía la auténtica revolución para la salud mundial que estaba provocando. Siglos después, mientras que en las zonas menos desarrolladas del mundo disponer de vacunas para las enfermedades más básicas es una cuestión de vida o muerte, en el primer mundo cogen fuerza los movimientos en contra de los procesos de inmunización, especialmente en enfermedades percibidas como poco peligrosas como el sarampión o la varicela.

Conscientes de la necesidad de aplacar las reticencias, los argumentos contra el rechazo "sin fundamento médico" hacia las vacunas ha protagonizado buena parte de la jornada que la multinacional farmacéutica GSK ha compartido esta semana con medios de comunicación de toda Europa, entre ellos INNOVADORES, en la sede de uno de los tres laboratorios de I+D que tiene en el mundo.

"Solo el acceso al agua potable rivaliza con las vacunas en su capacidad para salvar vidas", asegura Anna Prugnola, responsable de educación médica en la compañía británica, la primera fabricante de vacunas a nivel mundial. Cuatro de cada diez niños en el mundo han sido inmunizados con sus productos, pero ahora, "la gente culpa de las enfermedades o ciertos malestares a la vacunación por un efecto de asociación temporal", argumenta, algo que no sucede con el resto de medicamentos. 

Los adyuvantes, los vectores virales o el ARN programable han sido los grandes habilitadores de la nueva generación de vacunas. Sin embargo, hay todavía un campo en el que estas tecnologías no pueden llegar a desarrollarse con éxito. "Es el caso de las infecciones crónicas, de los patógenos intracelulares o el cáncer", cuenta a INNOVADORES Ennio de Gregorio, responsable de investigación y desarrollo de este centro, del que han salido desarrollos tan importantes como la única vacuna disponible para bebés contra la Meningitis de tipo B.

En el caso de esa palabra tan temida y cada vez más escuchada, el investigador es tajante: "Una vacuna universal que cure el cáncer no existe y no funcionaría". No obstante, la medicina personalizada abre todo un campo de esperanza. "No podemos tener distintas formulaciones en las vacunas para cada persona, pero sí adaptarlas a targets concretos", cuenta. Y esta posibilidad tendría un gran impacto en las vacunas terapéuticas, esto es, las que sirven para mitigar o combatir los efectos de una enfermedad que ya se padece. 

¿Cómo? Estudiando las particularidades del cáncer del paciente a través de la secuenciación profunda e identificando los neoantígenos específicos de cada persona. Una vez detectadas las mutaciones en las proteínas del tumor, estas se pueden utilizar para hacer las adaptaciones oportunas a las vacunas para que sean más eficaces. "Este concepto ya se ha probado en modelos preclínicos y muchas compañías lo están persiguiendo". ¿Qué implicaciones tendría esto para la industria farmacéutica? "Si haces eso, ya no venderíamos un producto, sino un proceso. Pasaríamos de manufacturar a vender un servicio", explica.

Así, en los hospitales debería haber una sala dedicada a estudiar los distintos tipos de cáncer, descubrir sus antígenos y entonces hacer fórmulas concretas recombinantes para cada uno de ellos. "Esto cambiaría por completo el modelo de negocio de las empresas farmacéuticas. Es una opción real", dice. Pero para llegar hasta ahí la industria primero tienen que pensar "cómo conseguir un negocio sostenible sin vender productos. ¿Podemos establecer un centro para todos los hospitales de un país? ¿Hay que crear nuevos laboratorios? ¿De dónde vendrían los beneficios?", se pregunta el experto. "Son preguntas que la gente de negocio está investigando y, si eso pasa, será una gran revolución".

Retos sociales

El envejecimiento de la población y la resistencia a los antibióticos, por su abuso, son dos de los grandes retos que presenta la medicina del futuro. "Hay que afrontarlo: tendremos gente mayor cogiendo cada vez más infecciones causadas por sistemas resistentes a los antibióticos", sentencia el especialista. Así, el aumento de la población mayor hará que más gente acuda a los hospitales, donde tendrán más oportunidades de enfermar, pero será más difícil tratarles. "Tendremos mucha gente enferma al mismo tiempo y los antibióticos crearán más resistencia", por lo que será necesario desarrollar nuevos productos que traten todos estos problemas. 

Parójicamente, los grandes desprotegidos serán los más pequeños de la casa. "Las vacunas no resuelven el problema de cómo proteger a los recién nacidos", cuenta. Hay enfermedades muy graves, como la tos ferina, que ya han desaparecido gracias precisamente a la vacunación. Las madres están protegidas pero los bebés no desarrollan los anticuerpos de forma natural y las inmunizaciones no hacen efecto hasta al menos cuatro o cinco meses después del nacimiento. ¿Cómo los protegeremos de las enfermedades que para nosotros no existen? "Es una paradoja. Pero el éxito de las vacunas también puede hacernos vulnerables".

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