El Comentario

El homo sapiens, un minusválido sensorial, castigado por su prepotencia

2 noviembre, 2020 00:00

El Sarcs-CoV-2 y futuras pandemias

La actual pandemia nos ha puesto cara a cara con entidades microbianas, seres vivos o no. Piratas celulares o parásitos obligados como los virus. Todos evolucionamos a la par, al son y ritmo que marca la Naturaleza; y nos necesitamos mutuamente mucho más de lo que conscientemente admitimos. Es posible que lo mismo que habitaban nuestro planeta muchísimo antes que nosotros –hace 4.000 millones de años, frente a 5 o 7 millones para los primeros homínidos; o unos 300.000 años, si nos referimos al hombre moderno-, también nos sobrevivan y hereden nuestro planeta cuando la humanidad desaparezca. Por tanto, debemos conocerlos mejor y entendernos también mejor.

Entidades que, gracias a la capacidad de adaptación y a la selección natural fueron capaces de soportar ambientes y situaciones hostiles, así como radiaciones miles de veces superiores a las que toleraría el ser humano; como ha sucedido con el actual responsable de la pandemia de Wuhan (Sars-CoV-2 o Covid-19). Un auténtico pirata celular, cuya insaciable actividad parasitaria estamos sufriendo implacablemente. En realidad, lo que para nosotros no deja de ser una pandemia devastadora, algunos investigadores lo consideran como un ejemplo extraordinario de evolución: “en cuanto un organismo, nuevo (mutante) o no, encuentra un hábitat propicio, se multiplica en él".

Ester Lázaro, una de nuestras principales científicas expertas en microorganismos, defensora de la panspermia e investigadora del Centro de astrobiología (CSIC-INTA), estudia la evolución experimental de los virus y microorganismos.Lázaro ha añadido que, “gracias a su simplicidad y a su gran capacidad de adaptación podrían ser los herederos, los dueños y señores del planeta otrora azul”. Microorganismos que contribuyeron -y lo siguen haciendo- a aumentar la diversidad y la complejidad de la Tierra. Añade Lázaro que alrededor del 8% del genoma humano procede de virus que infectaron a nuestros ancestros hace miles de años, y cuyo material genético se ha mantenido al aportar alguna función beneficiosa.

Esta experta afirma que toda la vida que existe sobre el planeta ha sido moldeada por ellos, de una manera u otra. Se admite que constituyen el 85% de las especies conocidas. Somos, como quien dice, un recién llegado (250.000 a 300.000 años) si lo comparamos con las primitivas cianobacterias que habitaron los océanos primitivos hace unos 3.900 millones de años. Para Carl Sagan la naturaleza nos lleva una ventaja de casi 4.000 millones de años.

Después de muchos años de investigación en el campo de la Astrobiología, sabemos que estos microorganismos pueden resistir altas temperaturas y ambientes hostiles, en cambio son sensibles a la radiación ultravioleta, circunstancia ésta de gran utilidad mientras se mantenga la alerta por el Covid-19.

Los virus nos han hecho despertar de nuestra prepotencia como especie dominante y superior. A diferencia de las bacterias, éstos –al carecer de metabolismo- precisan colonizar a otros seres vivos de forma desaforada para sobrevivir, incluidas bacterias. Por esta razón se consideran parásitos obligados. Carlos Briones ha afirmado en su reciente publicación ¿Estamos solos?, que “son muy variados y puede haber diez veces más especies de virus que de organismos celulares”… “Allí donde haya vida, aunque sea microscópica, habrá virus”.

La catedrática de Microbiología de la Universidad de Alicante Josefa Antón, estudiando la microbiota de los ambientes salinos, acepta que cualquier organismo celular puede ser infectado por “sus virus”- “Pueden cambiar más rápido que sus hospedadores y adaptarse así a los mecanismos de defensa que éstos desarrollen. Esta coevolución, o evolución concertada entre especies, es tan estrecha que el resultado de la infección vírica puede ser (incluso) beneficioso para el hospedador”.

En estas circunstancias, ¿les declaramos la guerra y nos defendemos de ellos o nos hacemos sus amigos? Amils, profesor Emérito de Microbiología, propone que nos acerquemos a ellos. No son nuestros enemigos por sistema. La gran mayoría no son patógenos. La patogenia es una excepción o una singularidad; el problema es que los humanos preferimos más combatir a los microorganismos que entender a su papel en la evolución. Por ejemplo, hoy sabemos que hay patógenos de animales que sólo quieren captar el hierro de la hemoglobina; el problema es que no saben pedirlo sin dañar de forma severa. Si entendiéramos esta necesidad, quizás podríamos “repartirnos el hierro” sin ningún problema.

La cuestión, como es obvio y señala Josefa Antón, es que hay que estar preparados como en la actual pandemia. “Sin embargo, la mayor parte de virus y microorganismos no son patógenos ni hay que defenderse de ellos. De hecho, el equilibrio del planeta y de sus habitantes superiores depende de ellos”.

Sonia Zúñiga, investigadora del CSIC junto al equipo de Luis Enjuanes que trabaja sin descanso en uno de los proyectos españoles de vacuna para frenar la Covid-19, nos llama la atención como especie. Me explico, según sus palabras “al ser humano le cuesta entender que los virus son otro habitante más de la Tierra y que pueden causar una epidemia en cualquier instante”.

Lázaro insiste en sus efectos beneficiosos, como el caso de las bacterias que conforman nuestra flora microbiota “que nos ayudan a la digestión de los alimentos, en la maduración del sistema inmune y en funciones que consideramos tan propiamente humanas como manera de sentir”.

El científico Peretó, profesor en biología molecular e investigador del Institut Cavanilles de biodiversidad y biología evolutiva de la Universidad de Valencia, investiga sobre los orígenes de la vida, y considera que “el problema es pensar que el planeta es nuestro y que lo podemos destruir sin más”. Debido a esa vulnerabilidad, el ser humano, al contrario que sus vecinos los microorganismos, no se adapta al medio, sino que lo modifica a su beneficio.

“Vivimos gracias a los microorganismos y no al revés, señala Briones, “de modo que cuando nuestra especie desaparezca, algunas bacterias y virus adaptados a nosotros también desaparecerán, pero otras especies microbianas y pluricelulares seguirán existiendo. La vida es muy fuerte y persistente.”

Y si nos fijamos en una de las especies animales vectoras de estos virus, los murciélagos, tenemos mucho que aprender de ellos: Inmunidad y longevidad, me voy a explicar. Cuando el ser humano se convirtió en agricultor y ganadero durante el Holoceno (hace unos 11.000 años, la Revolución del Neolítico) y empezó a convivir con los animales domésticos, lo hizo también con sus enfermedades: lepra, peste, tuberculosis, tifus, difteria, sarampión, gripe. Estas enfermedades saltaron desde las cabras, cerdos y vacas.

En nuestros días, el coronavirus que ha causado el Covid-19 es un claro caso de salto de especie animal, lo mismo que ha sucedido con otros virus como el del SIDA o el Ébola. Debemos saber que el virus sin su huésped no está vivo. Los expertos en microbiología sostienen que aproximadamente el 60% de las enfermedades infecciosas son zoonóticas (de origen animal). Estas enfermedades, en ocasiones, transmiten genes de unas especies a otras; a esta incorporación de material genético transversal se conoce como “transferencia horizontal”. Y los virus, paquetes de genes envueltos en una cápsula de proteínas, son los responsables de esta transferencia de material genético entre especies.

Si bien cada especie está definida por su genoma, este capital genético se expande y contrae como un acordeón a lo largo de la evolución. A estos genes (saltarines) que pasan de una especie a otra se denominan “transposones”, y los murciélagos son maestros en la gestión de estos transposones. Sin embargo estos mamíferos poco queridos por ciertas connotaciones tenebrosas, no son los únicos. Otros, a los que queremos más están llenos de retrovirus endógenos porcinos.

Debemos reivindicar la Ciencia y la Investigación para aprender a convivir con estos potentes microorganismos y no destruir sus ambientes naturales. Aprovechar la biodiversidad para buscar terapias, invertir más en I +D y evitar caer como sociedad en lo que se denomina un “Brexit anticientífico”.

La falta de inversión en ciencia en los últimos años debido a los recortes sufridos desde la crisis del 2008, y la que sufrimos en nuestros días, y no solo en ciencia, sino en educación y sanidad, están lastrando la investigación y los avances en la actualidad. “En España sobran talentos”, ha apuntado Cavadas, gozamos de investigadores muy bien formados que, pese a la escasez de medios, siguen fervientemente con sus investigaciones y de ellos dependemos.

La investigadora del CSIC Sonia Zúniga, se encuentra muy satisfecha de los avances que están teniendo lugar en el campo de las vacunas para hacer frente a la actual pandemia (Covid-19). Tranquila y convencida del buen trabajo desarrollado en el Centro Nacional de Biotecnología del Centro Superior de Investigaciones Científicas, está convencida de que la vacuna de este equipo liderado por Enjuanes tardará más, pero será mejor.

Otros ensayos quizá más adelantados, anuncian resultados prometedores. Tal es el caso de las vacunas Moderna, AstraZeneca, alguna china y especialmente la de Oxford, donde trabaja algún compatriota nuestro; sin embargo no serán mejores, ni más eficaces, aunque servirán para frenar al virus. Si tenemos presente que una vacuna de estas características e importancia lleva de media 10 años para su desarrollo, no son razonables los plazos de los que se habla en los medios (declaraciones a día 8 de octubre de 2020). Eso no quiere decir en principio que “no se vayan a respetar las líneas rojas para su aplicación a la población general”.

Zúñiga destaca de la vacuna que está desarrollando con el Dr. Enjuanes es la única en el mundo basada en el virus tal cual. Es decir, primero han recreado el virus en el laboratorio a partir de la información de su genoma. A continuación deben eliminar elementos del mismo que pueden estar involucrados en que cause una enfermedad severa (atenuación del virus) y aquellos que facilitan su diseminación. Al poseer más componentes del virus, la respuesta inmune que se espera no es solo frente a uno de sus elementos. Además no se suministrará por vía parenteral intramuscular, sino por inoculación nasal u oral, de manera que se logra una inmunidad de mucosas, que es más completa al frenar no sólo la enfermedad, sino que se impide o reduce el riesgo de infección (transmisión o contagio). Por todos estos motivos, nuestra vacuna (CSIC) tardará más, y será de las más completas.

Nuestra investigadora ha anunciado que si las investigaciones y fases siguen su curso esperado, con menor tasa de complicaciones, la vacuna podrá estar disponible para el invierno de 2021 o el primer semestre de 2022. Es complicado anticipar plazos. Ya se han observado en otras vacunas alguna encefalitis en humano. Esto siempre sucede para este tipo de vacunas ha señalado recientemente el Dr. Cavadas, que ha coincidido con este grupo en la estimación del tiempo necesario (unos dos años) para lograr una vacuna lo más segura posible. Lo que deseamos es que la incidencia de estas complicaciones al pasar a la 3ª fase de ensayos con humanos sea lo más baja posible.

Antes de que dispongamos de una vacuna segura, los antivirales podrán frenar la enfermedad y la infección en parte, para reducir los daños sobre la humanidad y nuestra economía. Pero tendremos que aprender a convivir con este virus lo mismo que con la gripe hasta alcanzar una situación si cabe, similar a la que vivíamos antes, aunque conscientes de nuestra vulnerabilidad. Y no olvidar que la mejor vacuna somos nosotros.

Para Ester Lázaro, “sólo conociendo cómo se multiplican estos agentes podremos diseñar estrategias de defensa”, y reivindica la investigación como una forma de frenar las pandemias como la que estamos viviendo con el Sarc-CoV-2. El biólogo y Premio de la Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, Edward O. Wilson, en su libro “El sentido de la existencia humana”, expone el reto que tenemos como Humanidad. Más o menos viene a decir que las innovaciones evolutivas y tecnológicas que nos hicieron amos y señores del mundo viviente también nos convirtieron en minusválidos sensoriales. Por esta razón, ignoramos casi toda la vida de la biosfera que hemos estado destruyendo de forma descuidada. Hasta tal punto llegó nuestra falta de sensibilización por nuestro entorno que en lo que respecta a las plantas y el mundo vegetal, efectivamente, nuestro cerebro ha evolucionado para “no verlas”, porque no suponen un peligro para nuestra supervivencia, a diferencia de lo que sucede con los animales, y tanto más cuanto más grandes, o no tanto sí están dotados de venenos. Este cambio evolutivo es lo que se ha dado en llamar “la ceguera verde”.

El cambio climático ha conllevado alteraciones sustanciales en el reloj biológico de las especies, decimos que se ha roto el sincronismo biológico que permite que unas especies se beneficien de otras en determinados momentos de su desarrollo, y los virus no son una excepción. Por este motivo, si pensamos en nuestra supervivencia sería mucho mejor que conociésemos mejor al resto de los organismos con los que compartimos nuestra existencia y este maravilloso planeta. En este caso al SARC.Cov-2 y al resto de los virus, así como a otros agentes patógenos responsables de futuras pandemias. Ya Stephen Hawking nos puso en aviso hace más de dos décadas –en estos días el Dr. Cavadas-, sobre el riesgo que correrá la humanidad de sucumbir ante determinados virus responsables de pandemias, una de sus más preocupantes predicciones. Hoy, una realidad.

Personalmente tengo que admitir que comparto la profecía de mi colega el Dr. Cavadas, que ha afirmado: “cuando surja (es cuestión de tiempo y sobrepoblación) un virus con la letalidad del MERS por ejemplo, y la transmisividad de éste u otro, el problema será serio”, lo mismo que la del profesor de Cambridge merecedor (póstumo) del Nobel de Física del 2020, S. Hawking.

Para finalizar, la veterana primatóloga Jane Goodall-que desde hace 6 décadas ha dedicado sus estudios a los chimpancés-, en estos días a sus 86 años ha alertado de la vinculación entre la pandemia global y la destrucción de los ecosistemas naturales. “Lo triste –dice sobre el Covid-19—es que lo trajimos nosotros. Hemos sido muy irrespetuosos con el medio ambiente y los animales. Hemos invadido su mundo y eso ha permitido que un virus cruce la barrera de las especies”.

Jesús Romero. Médico traumatólogo