El Comentario

Turismofobia

17 agosto, 2017 00:00

El debate sobre la turismofobia ha irrumpido con fuerza. La actitud de la población local hacia los visitantes es primordial para garantizar el éxito de un destino turístico. La gallina de los huevos de oro que aporta más de 110.000 millones de euros a nuestra economía también es factor de desequilibrio para la convivencia ciudadana en determinados lugares. La violencia en algunas de las protestas registradas estos días ha sido excusa perfecta para esbozar el fantasma del radicalismo antipatriota entre quienes cuestionan ciertas políticas turísticas que anteponen los números a la calidad y sostenibilidad medioambiental.

Sociólogos y urbanistas llevan tiempo alertándonos sobre los daños que sufren determinados barrios de las ciudades, en especial sus centros, cuando su población y comercios tradicionales son desplazados y sustituidos por otros de mayor poder adquisitivo o ligados a actividades más lucrativas. Es la gentrificación. El caso de los alojamientos vacacionales ilegales es recurrente. También, la proliferación de conocidas franquicias comerciales o de restauración, de tal forma que, estemos donde estemos, a la hora de gastar nos sintamos como en casa. Despersonalización global en destino.

Los residentes del Casco Histórico de Toledo vemos como la balanza de nuestra coexistencia con los visitantes se inclina hacia ellos. Es un problema complejo que exige debates multidisciplinares amplios y con visión de futuro si no queremos que derive en irresoluble. Y también con sincera autocrítica, porque la turismofobia tiene muchas caras y en ocasiones desde dentro del sector se alimenta.

En la monumental plaza del Ayuntamiento, he escuchado a algún guía turístico contar que allí coinciden las sedes de los poderes eclesiástico, municipal y judicial, indicando que la gente va a la Catedral y a las Casas Consistoriales para contraer matrimonio y pasado un tiempo terminan en la Audiencia divorciándose. “¡Ja, ja, ja!”, le ríen algunos. A veces prosigue su relato aludiendo a la fuente de Cristina Iglesias como adefesio sin sentido u obra de mal gusto. Es cierto que este costoso y controvertido conjunto escultórico ha carecido desde su origen de una adecuada pedagogía para que los toledanos lo valoraran e incorporasen a su acervo sentimental y cultural como referencia del patrimonio artístico contemporáneo. ¿Qué impresión puede llevarse de Toledo quien escuche semejantes patochadas, en vez de correctas explicaciones que le sirvan para comprender mejor y valorar por sí mismo cuanto ve? A mi juicio, comportamientos así, aunque minoritarios, también son turismofobia.

Enrique Sánchez Lubián es periodista y publicó esta columna de opinión el pasado 14 de agosto en el periódico La Tribuna de Toledo.