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Lecturas para un confinamiento V: Antón Chéjov

25 abril, 2020 00:00

Una de mis lecturas recurrentes esAntón Chéjov. Cualquiera que haya seguido mínimamante este blog de lecturas se habrá dado cuenta de que ha sido una presencia constante. Recupero aquí unas cuantas de esas lecturas sin tocar apenas nada con la esperanza de que a alguien le ayude a acercarse a su obra.

Perfil biográfico

Uno de tantos. Para éste camino no necesitábamos las alforjas de la cuidada edición de ochenta y tres páginas de la editorial Acantilado por mucho que en rojo y negro nos lo envuelvan.

Compré con ilusión el libro de Natalia Ginzburg titulado Antón Chejov publicado por “Acantilado”. Todo lo que lleva el nombre del autor ruso me interesa. Con Chéjov ocurre como con tantos autores. Cuanto más lees más quieres saber de ellos, aunque nunca quede satisfecha esa curiosidad por entender el misterio que les rodea. Da la impresión de que su vida te dará las claves del misterio de su escritura. Pero casi siempre acaba uno defraudado.

Ya comenté aquí el maravilloso “Leyendo a Chéjov” de Janet Malcolm que logra una mirada muy personal en su mundo y su obra con el pretexto del viaje a la Rusia actual. Nada que ver con este “perfil biográfico” realizado con la frialdad académica de quien escribe un prólogo. En realidad buen número de los acercamientos a Chéjov que he leído en las páginas preliminares de sus obras son bastante mejores que estas ochenta y tres páginas de la editorial Acantilado, a la que si algo no hay que reprochar es su cuidada presentación material y si los nueve euros que cobra por el folleto.

No había leído ninguna obra de esta autora que según relata la solapa era italiana y murió en 1991 tras una vida dedicada a la narración y al teatro. Espero que toda su obra tenga ese tono chejoviano de “intuición de las constelaciones familiares y de las pasiones calladas” que se le atribuye en la solapa del libro y que tiene buena culpa de que yo lo haya comprado y leído, porque lo que es en esta desde luego está muy lejos de lograrlo.

Tres introducciones al teatro y las narraciones de Chéjov en ediciones españolas muy asequibles, están muy por encima de la pretenciosa edición de “Acantilado”, que junto con obras fundamentales recuperadas de autores olvidados, convenientemente “envueltos” para legitimar su vuelta al mercado, de vez en cuando nos obsequia con algún chicharro de ocasión. Cito introducciones: la edición y traducción de Isabel Vicente en Ediciones Cátedra Letras Universales de las cuatro obras fundamentales de teatro; La introducción de Richard Ford a “Cuentos imprescindibles” en Debolsillo y el prólogo de Heino Zernask en “El beso y otros cuentos”de Edhasa .

Por último y por el mismo precio les regalo unas líneas de Josep Pla sobre Antón Chéjov sacadas del volumen 33 de su obra completa (Página 521) que traduzco del catalán: “Chéjov vivió una cantidad irrisoria de años. Nacido en 1860 en Tangarog, en el sur de Rusia, murió en 1904 en el balneario alemán de Badenweiler. Vivió cuarenta y cuatro años justos. Tuvo una cantidad fabulosa de enfermedades, desde la tisis a hemorroides. Profesión: médico. Dejó una obra considerable y una dramaturgia prodigiosa. Sus cuatro obras fundamentales de teatro se representan hoy, cada día por todas las partes del mundo donde exista un teatro de verdad… Lo que me impresionó desde el principio fue la simplicidad de la escritura, el cuidado exacto de los detalles, el interés fabuloso por la habitualidad de la gente -exactamente de la gente modesta, pequeña, gris, misteriosa (sin misterio apreciable), aduladora, envidiosa, que nace vive y muere. La escritura es tan normal, tan cercana a la pequeñez de las cosas de la vida que a mi me parece que el escritor ruso ha contribuido como ninguno a la destrucción del barroquismo literario y que lo ha hecho de una manera casi inconsciente y por razones de honorabilidad personal, es decir por un afán de autenticidad y verdad que se le han impuesto personalmente”.

Leyendo a Chéjov

Un libro de viajes y lecturas sobre el alma literaria y la tierra de Antón Pavlovisch Chéjov (1860-1904) penetra con una mirada apasionada en algunas de las claves de la obra del maestro de cuentistas y dramaturgos.

Janet Malcolm. "Leyendo a Chéjov. Un viaje crítico”, Alba editorial 2004. O cómo trasladar la pasión por un autor a través de la lectura de su obra mientras se recorre la geografía real sobre la que se desarrolló su vida. El paso por Yalta, Melijovo o Tangarov se alterna con la lectura pausada de algunas de sus obras y el testimonio de unos contemporáneos leídos desde la realidad de la Rusia y la Ucrania actual. No faltan tampoco las alusiones a los autores que más han amado a Antón Chéjov desde el ejercicio solitario de la lectura, ni el intento de recrear la cotidianeidad tan querida por Chéjov con las historias de los hombres y mujeres sencillos que acompañan a la autora en su viaje.

La relación de Chéjov con la actriz del Teatro del Arte que dirigía Stanislavski Olga Knipper, y que parcialmente se recoge en “Cartas a Olga” Pársifal Ediciones 1996, aparece una y otra vez a lo largo del libro con toda la fuerza de la contradicción de los protagonistas.

El gran acierto de la autora es ante todo conseguir impregnar a su relato con las armas que Chéjov utilizó a lo largo de su vida. Seres anodinos que viven una vida aparentemente vacía impregnados por la vulgaridad de la existencia y que acaban mostrando la esencia de la que esta hecha el ser individual más allá de esa abstracción que otros presentan como humanidad. El valor del desencanto y de las ilusiones fallidas como el arma que aniquila la ficción para instalar a los personajes en la realidad mas cruel.

Cuando Máximo Gorki decía que “en presencia de Antón Pávlovich todos sentían un deseo inconsciente de ser más sencillos, más sinceros, más ellos mismos” se acercaba a expresar lo que Janet Malcolmha conseguido con este libro, en el que no podía faltar el juego entre la ficción y la realidad magistralmente interpretado por Raymond Carver sobre la muerte de Chéjov recogido en “Tres rosas amarillas”. Anagrama 1989.

Siempre Chéjov

Cuatro obras de Chéjov editadas por Cátedra Letras Universales. He repasado los paisajes interiores que describe en La Gaviota, El tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos. Personajes a los que la vida ha horadado en su interior y que siguen viviendo una existencia apenas alterada por el tiro que un personaje exaltado se descerraja fuera de escena o por la última fuga de las ilusiones que día a día se pierden.

La nostalgia, la esperanza apenas mantenida y frustrada una y otra vez son dos de los temas que mantienen a unos personajes que bajo la capa de unas conversaciones insípidas e intrascendentes dejan fluir las corrientes subterráneas que les mantienen en pie. ¡Qué esfuerzo para alcanzar una supuesta sencillez!

Nunca nada es como parece. Tras el hombre anodino se esconde la misma pasión que mueve a los héroes de la tragedia griega. Insatisfacción, frustración, melancolía. Lamento apenas velado de las notas de un violoncelo exprimido hasta el quejido inevitable de unas cuerdas exprimidas hasta el agotamiento. Tardes de verano en las que la amenaza de tormenta es tan natural como el monótono, gris y exasperante, a veces, discurso de los personajes. Languidez y calma.

El mérito de Chéjov está en hacer que tras la monotonía y la aparente insustancialidad aparezca nítido y transparente el verdadero pensamiento de cada personaje y la línea que invisible los une: la insatisfacción por su propia existencia.

Nina en La Gaviota dice que no le tiene miedo a la vida dada su fe en el arte. Su optimismo es contradicho por el discurso subterráneo que proclama que no hay escapatoria y que nos deja un sabor amargo en la memoria.

No hay un solo personaje que se encuentre satisfecho con la vida que ha tenido detrás de sí ni de la que le acecha tras el futuro.

Chejov a Gorki: “¿Sabe usted? Cuando me hallo ante un maestro, me siento incómodo al verle encogido, mal vestido. Me parece que en cierto modo también soy culpable de su penuria”. Página 70 de la introducción.

Vania y Sonia “trabajan sin descanso, para la felicidad ajena, para el bienestar de Serebriakov y de su esposa. Tal es el destino de los hombres pequeños”. Sólo tienen una razón en su vida que le dedican a otros. En realidad esa dedicación está tan justificado como el más puro ideal que pueda representar una creencia religiosa o de otro tipo. La decepción proviene de la que transmiten esas personas en cuanto que se hurga en su conocimiento. Lo mismo ocurriría con cualquier otro ideal en el que se pusieran tantas ilusiones. Es la fuerza de la vida que impone su implacable y desesperada lógica. Son dos personas que decepcionan a Sonia y Vania, pero ocurriría lo mismo si la ilusión hubiera sido puesta en un ideal abstracto. Es la actitud del náufrago que pretende agarrarse al futuro sin presente como tabla de salvación.

Algunas lecturas de Chéjov se han hecho en clave marxista de las viejas clases que viven su irremediable ocaso ante su propio desconcierto. Según esa lectura lo que daría sentido al hombre nuevo sería la nueva sociedad que él mismo está creando y en la que todas las preguntas hallan la justificación en ese nuevo amanecer.

En la película Quemado por el solNikita Mihailov dinamita el esquema mediante el traslado de una situación tipicamente chejoviana a la realidad de la aniquilación en los tiempos de la paranoia staliniana. Mihailov ha dado una vuelta de calcetín a la situación y aquellos rusos que suspiraban en el centro del tedio en 1900 arrastran el mismo desconcierto mientras se tientan la camisa e intentan dar respuesta al ¿qué hacer? de Vladimir Ilich.

Voinitski y Astrov sueñan con otra vida, pero ninguno de ellos sabe, como todos los personajes de Chéjov, por donde tirar. Nunca hay respuestas en Chéjov aunque cuando en la época soviética se le somete al manoseo pertinente todo marcha hacia la degradación inevitable de una clase y lo inevitable de la revolución.

Vania y su “vivir, vivir, descansaremos…”. Paisajes de la mayor desolación interior. Sonia y Vania que deciden arrastras sus existencias con la lógica implacable de la vida que se impone sobre las ilusiones. Desesperanza tras un discurso que podría firmar el hombre que se empeña en creer y tener el asidero de la vida eterna.

Sólo en Tres hermanas falta la relación de los personajes con una naturaleza que transmite el estado de ánimo a través de una meteorología que se traslada al interior de cada personaje. Siempre el hombre rodeado por el curso natural de los días: un jardín al atardecer, el bochorno de una noche de verano, la tormenta que amenaza y se desata con toda su aparatosidad, la placidez de una mañana estival… Todos esos paisajes exteriores marcan la pista hacia el devenir natural inevitable de los sentimientos y el comportamiento humano. El hombre sometido a la ineluctabilidad de su propia naturaleza.

Chéjov. Escenas de una vida

Como resulta que no hay una buena biografía de Chéjov publicada en español que uno conozca, anda uno rastreando continuamente todo lo que se publica en torno a él. Lo último fue este Chéjov. Escenas de una vida de Rosamund Bartlet en siglo XXI de España Editores 2007, publicado en el 2004 en el Reino Unido con motivo del centenario de su muerte.

En la contraportada se nos dice que “esta nueva y extraordinaria biografía enriquece ahora el panorama editorial español como la única y más completa disponible en castellano del escritor ruso” y uno se deja llevar, y piensa que por fin podrá resolver todo ese cúmulo de dudas que tiene desde que en vena se metió el alcaloide Chéjov.

El interés se acrecienta cuando el prefacio parece prometer al lector que le desvelará alguno de esos misterios que uno siempre se ha planteado ante su obra: “La imagen convencional de Chéjov como una persona reservada y poco comunicativa concuerda ciertamente con la estructura de sus obras literarias, si bien él mismo admitió en algún momento tener un temperamento iracundo y una actitud nerviosa”… ”De los muchos clichés de los que ha sido objeto siempre la biografía de Chéjov (el sombrío escritor ruso endeble, con quevedos, etc.), el más persistente de todos ha sido quizás su carácter esquivo. Este es un aspecto en el que parecen coincidir la mayor parte de las biografías: Chéjov guardaba las distancias, era solitario, callado, reticente, sobrio y estaba imbuido de cierta frialdad…”. Y es que uno mientras lee a Chéjov siempre tiene la necesidad de saber más de su persona. Es alguien a quien necesitas acercarte, porque aunque no diga nada de sí mismo parece reclamar la atención del amigo con el que te tomas una copa mientras le dejas que hable de nada de lo que en realidad quiere expresar.

¿La frialdad de Chéjov? ¿Frío Chéjov? A uno se le hace un poco cuesta arriba ese término para calificar al autor de Vanka. Aquel que a los diez años haya estado lejos de su casa y sea capaz de leer Vanka sin derramar unas lágrimas que hable del frío y de los icebergs que flotan en el río de la vida de Chéjov.

La idea de Rosamund Bartlett es poner un telón de fondo a cada una de las peripecias de la bioexistencia se desarrollan con un trasfondo que acaba impregnando cada una de sus obras y que aporta al Chéjov hombre un paisaje imprescindible para comprender su obra.

También es verdad que uno se queda un poco defraudado por ese caminar de un autor sobre un paisaje y sigue esperando, que alguien le desvele el misterio de su arte y de su vida. También siente envidia de los que algún día dedicaron su tiempo a estudiar ruso y hoy pueden acceder a esos treinta volúmenes de sus obras completas publicadas por la Academia de las Ciencias de Rusia de los que doce pertenecen a sus cartas.

Uno, después de leer el libro de Rosamund Barttlet puede prometer, que si alguna editorial se animara a traducir la biografia publicada en América por Donald Rayfield en 1997, al menos se aseguraría un lector en este que suscribe. El éxito editorial es otra cosa.