Argentina en el año 2001 se convirtió en lo más parecido al infierno en vida. De un día para otro, sin que nadie por lo visto se lo oliera, quebró el sistema bancario y los aterrorizados ciudadanos vieron cómo se desvanecían sus ahorros. La odisea de los giles, película que ha arrasado en Argentina donde ha obtenido más de dos millones de espectadores, nos cuenta la historia de la revancha de unos de esos millones de argentinos que se sintieron estafados por un sistema en el que la corrupción campa a sus anchas. Son los “giles”, epítome de ese “ciudadano honesto y común” que todos nos sentimos de manera más o menos injusta porque inocente nunca hay nadie, los currantes de toda la vida en este caso en pie de guerra contra aquellos que se aprovecharon de sus sueños y esperanzas.

Dirigida por Sebastian Borensztein, vuelve a colaborar con Ricardo Darín, estrella absoluta del filme, después de otros títulos como Un cuento chino (2011) o Capitán Kóblic (2016), en una película hecha a la medida del carisma del astro. Con ese tono good feeling que tanto gusta al público que podríamos calificar de rousseaniano por cuanto considera que el ser humano es en su esencia bueno, la película nos cuenta la historia de unos pueblerinos que se gastan todos sus ahorros para montar una cooperativa que dé trabajo a la comunidad y ven cómo estos se evaporan durante el famoso corralito. No solo eso, los pobres cooperantes también son estafados por un desalmado banquero y un compinche que aprovechan el caos para llevarse sus 150 mil dólares. Un año después, por casualidad, se enteran del lugar secreto en el que podría estar escondido el dinero que les birlaron y urden un plan para recuperarlo.

Las tramas con ladrones patosos son un subgénero en sí mismo que en la época clásica dieron filmes como Atraco a las tres (José María Forqué, 1962) o la mítica Rufufú (Mario Monicelli, 1958) o en tiempos recientes filmes tan divertidos como Un golpe con estilo (Zach Braff, 2017) en la que eran unos abuelos los improbables delincuentes. En el caso de La odisea de los giles, adaptación de una novela de Eduardo Sacheri, trata un asunto tan grave como la ruina de los argentinos a través del sarcasmo y la comedia. Ese pueblo remoto del filme recuerda un poco al de otra película argentina tan exitosa como El ciudadano ilustre (Gastón Duprat, Mariano Cohn, 2016) aunque aquí la mirada es más amable y “buenista”. 

En tiempos de revueltas en toda Latinoamérica donde vemos escenas de violencia y caos por el descontento de esos "giles" del título, Borensztein consigue una película luminosa plagada de chistes sobre el peronismo que funciona como una fábula con unos personajes que se sienten estafados por los poderosos con los que resulta muy fácil identificarse. Por momentos la película tiende hacia un cierto ternurismo un tanto empalagoso pero siempre logra levantar al vuelo gracias al carisma de sus actores (sumen a Darín otro grande del cine argentino como Luis Brandoni), la comicidad juguetona y jocosa de algunos giros como las constantes alarmas con las que atormentan al villano o una trama bien hilada en la que el cine también puede ejercer esa labor de justicia poética que también le corresponde. 

@juansarda