“I realize now, nothing is new. This is the sign of the times” Belle Stars

Uno se levanta un domingo y lee con asombro a nuestro economista burbujero favorito, Paul Krugman, decir, sin ruborizarse, que la administración de Obama ha llevado a cabo una exitosa “guerra contra la desigualdad”. Ante el ascenso del populismo que suponen Trump y Sanders, y unas cifras económicas pobres, Krugman se inventa cosas que ni la izquierda reconoce. La propia Anna Bernasek en el New York Times lo desmiente y de hecho muestra que la tendencia de desigualdad se ha acelerado en los años de Obama y Matt Stoller lo corrobora. La desigualdad ha aumentado con Obama más que con Bush.



Veamos los datos oficiales de esa -ejem- exitosa “guerra”:



A nivel renta: Con los últimos datos, el uno por ciento de la población acumulaba el 22,46% de la renta, comparado con un 18,1% en 2009, el primer año completo de “políticas de Obama”. En índice de Gini, la desigualdad subió con Obama de un 0,468 a un 0,477.



A nivel riqueza: Tampoco se ha reducido la desigualdad, de hecho, se ha disparado. La política de cero tipos de interés e inyecciones monetarias ha hecho que la riqueza -a través de la inflación de activos financieros- sea mucho más concentrada. El 10% más rico ha pasado de tener un 71,5% de la riqueza a un 75,2%.

Encima, el aumento del intervencionismo no ha reducido la pobreza, que ha aumentado y hoy se sitúa en el 14,8% tras seis años de recuperación. En el mandato de Bush, la pobreza antes de la crisis nunca llegó al 11,7% y llegó a un máximo del 13%.



Es verdad que EEUU ha llevado a cabo una recuperación con elementos positivos y otros muy preocupantes. Pero gracias a que es una economía dinámica y sustentada en el esfuerzo individual y la iniciativa privada. El intervencionismo favorecido por la administración Obama solo ha hecho que sea la recuperación más pobre y lenta de la historia de EEUU y que la participación laboral se mantenga a niveles de 1978, cayendo en todos los segmentos de edad, mientras en Reino Unido, con demografía similar, se sitúa diez puntos por encima.



Yes, we can’t. Krugman, simple y llanamente, se equivoca.



De hecho, si algo demuestran los errores de la administración Obama es que, si se hubiera mantenido exactamente la misma política económica que con Bush Jr y Bill Clinton, la de fortalecer el proceso de recuperación reduciendo trabas, hoy la pobreza sería menor, el crecimiento real más cercano al potencial y la famosa desigualdad, menor. Como ocurrió en ciclos anteriores. Intentando “corregir” el ciclo, lo ha hecho más injusto y, lo que tenía que haber sido la recuperación más solida, tras $27 billones de expansión monetaria y fiscal, es la más débil de la serie histórica.



El falso mito de la desigualdad en España



Si nos trasladamos a España y el falso debate de la izquierda sobre la desigualdad, veremos lo que yo llamo “amnesia pre-electorial”. Hay que recordar a esos amnésicos de la desigualdad cuándo y cómo se disparó en España, tal y como muestro en “La Pizarra de Daniel Lacalle” (Deusto): la desigualdad en España (coeficiente de Gini) se situaba en el 30,7 en 2004, similar al 30,6 de los 27 países de la Unión Europea.



Entre 2004 y 2011, la desigualdad aumentó un 11% mientras gastábamos en subvenciones, planes sociales, de estímulo y todo tipo de políticas “protectoras”. Mientras tanto, en la Unión Europea (UE 27) se mantuvo a los mismos niveles de 2004.  Durante el gobierno del PSOE (2004-2011) la desigualdad se disparó de 30,7 a 34 puntos, y con el último dato de Eurostat, ha bajado a 33,7 en estos cuatro años.

Mirwemos a los datos, en riqueza y renta.



España es uno de los países de Europa con menor desigualdad de riqueza. El índice Gini (2015) para España es 0,67, uno de los menores de Europa junto con Bélgica e Italia, y muy lejos de los países europeos con mayor desigualdad en la riqueza como son Dinamarca (0,89) y Suecia (0,81).



En términos de renta, según estudios de la OCDE y el Instituto Juan de Mariana, la desigualdad en renta está en media con la Unión Europea cuando corregimos por los alquileres imputados. La desigualdad (índice Gini) de renta de España (0,297) se sitúa por debajo de Francia (0,298) y similar a Alemania o Italia.



Igualdad, no: prosperidad



El debate de la desigualdad es una excusa para intervenir. No quieren que los pobres sean menos pobres, solo que la clase media y alta sean menos ricos. Porque el intervencionismo asume que la desigualdad es un efecto perverso que puede solventarse desde la intervención estatal y no es así, se perpetúa. De hecho, se profundiza. Lo que importa es la igualdad de oportunidades, y es en eso en lo que tiene que centrarse el Estado, no en penalizar el éxito.



Pero igualdad de oportunidades no es educación de aprobado general, ni universidad con títulos como churros, ni becas porque sí. Igualdad de oportunidades es que la sociedad ofrezca a cada individuo los medios para conseguir lo que merezca con su esfuerzo. No prometer que vas a tener lo que no mereces, ni lo trabajas, ni pueden dártelo. Una cosa es una política redistributiva orientada al crecimiento y otra las que potencian la burocratización y el clientelismo. El propio Instituto Sueco de Análisis Social (en “The Paradox of Redistribution and Strategies of Equality”) lo explica.

Funcionan cuando están orientadas a facilitar el crecimiento y las oportunidades para todos, pero “cuanto más nos fijamos en dar beneficios y crear igualdad vía transferencias de dinero público a todos, es menos probable que se reduzca la pobreza y la desigualdad”.  La mejor política social es crear empleo, no crear comités. Pero claro, eso no da oportunidades para colocar amigos en un observatorio “de la desigualdad” o “de los salarios.”



Lo que ha demostrado este periodo, es que, ante una crisis, las políticas redistributivas intervencionistas solo consiguen perpetuar los desequilibrios y profundizar la injusticia, centrándose en confiscar lo que queda del desastre en vez de en facilitar la recuperación, para que sea más rápida, sólida y enriquecedora. Como decía Ronald Reagan, el éxito de los programas de bienestar social no debe medirse por lo que se gasta, sino el número de ciudadanos que no los necesita.