Desde niño, Pablo Alborán (36 años) ya vivía inmerso en un universo donde la sensibilidad y la música se mezclaban con naturalidad y su infancia en Málaga sembró las raíces de su talento.
Nacido en el barrio del Limonar, sus primeros años transcurrieron en una casa familiar donde sus padres, su padre arquitecto y su madre de origen francés, le brindaron un entorno estable y cultural.
Su primer contacto real con la composición data de apenas siete años, cuando creó una canción titulada Malva, dedicada a su madre y nacida a partir de la memoria de un vestido que le recordaba.
Más que un pasatiempo, ya entonces la música representaba para él una forma de expresar emociones profundas, de dar forma a un mundo interior que estaba empezando a descubrir.
Sus progenitores detectaron rápidamente su inclinación y le animaron a tomar clases de guitarra. "Me puse a ver vídeos antiguos que tenía por casa y, de repente, veo que con dos o tres años ya estaba tocando la guitarra y haciendo teatro con mi hermano", recordaba Alborán en una entrevista en El Mundo.
Junto con su hermana, con quien vivió su infancia y que, en palabras del artista, "fue como una segunda madre", Alborán creció rodeado de afecto y confianza.
Uno de los recuerdos más reveladores que ha compartido públicamente llegó recientemente en una entrevista con Marc Giró, cuando recordó una de sus percepciones más inocentes de niño.
Contó que, al llegar a casa un día sintiéndose mal, pensó de forma sincera que "tenía la regla", una idea fruto de haber crecido en un ambiente mayoritariamente femenino.
Ese tipo de anécdotas revelan la sensibilidad y la inocencia de un niño que ya comenzaba a mirar el mundo con ojos propios, mezclando curiosidad, emoción y un precoz sentido de introspección.
Años más tarde, quienes le conocieron durante su adolescencia recuerdan a un joven muy maduro para su edad, que pasaba horas componiendo canciones, inmerso en su propia burbuja creativa.
Su camino artístico empezó a tomar forma real cuando, además de guitarra, recibió clases de canto en un centro cultural de la provincia de Málaga.
Su profesora recuerda con admiración su timidez inicial, cómo no levantaba la mirada al suelo mientras cantaba y cómo, en esa primera clase, tocó Desencuentro con una madurez inesperada: "Se me caía la baba... no daba crédito a lo que escuchaba".
Esa mezcla de talento natural y sensibilidad fue la chispa que lo impulsó a continuar componiendo, a diario, con ganas, con emoción.
Cercano, reservado y con la música como refugio, Alborán siempre ha destacado el valor de la educación y del respeto al crecimiento personal.
En 2021, al ser nombrado embajador de UNICEF España, declaró que "la educación es un puente directo a la libertad".
Los recuerdos de Alborán
Esa convicción, nacida también de su crianza, le dio una base para valorar más allá del talento: la autenticidad, la conciencia, la sensibilidad.
La infancia de Pablo Alborán no fue la de un niño buscando atención, sino la de alguien que buscaba su propia voz.
Mientras otros jugaban en el parque, él transformaba silencios en acordes, inseguridades en composición.
Esa niñez íntima, modesta, llena de música y ternura, le dio algo muy difícil de encontrar: raíces fuertes y alas para volar.
Hoy, cuando suenan sus canciones, se intuye ese niño sensible tocando Malva en Málaga, intentando expresar lo que sentía sin filtros.
Ese niño sigue ahí, latente, en cada nota y su historia recuerda que detrás de cada gran voz hay un origen humano, humilde y lleno de sueños.
