Agosto negro (II). El último inspector de policía de la Barcelona republicana, Miquel Mascarell, ha vuelto para pasar otros ocho días con nosotros. Estamos en la Ciudad Condal en marzo de 1951, la República ya es solo historia, derrota y olvido y Mascarell, perdedor como tantos otros, ni es inspector ni es nada; bueno sí, sigue siendo lo que siempre fue aunque ya no lleve placa… porque continúa metiéndose en problemas, jugando a policías y ladrones en una España llena de lo segundo mientras que los primeros ahora servían al régimen.

Ocho días de marzo (Plaza&Janes) es la octava entrega que Jordi Sierra i Fabra ha escrito de Mascarell, que nunca fue rojo, ni comunista, ni radical; que sólo era una persona que creía en la legalidad, la elegida por la gente, no la impuesta por la fuerza. De este policía y de una época de España, con la Barcelona de la postguerra como escaparate, donde las trincheras permanecen intactas en la vida cotidiana de vencedores y vencidos; para los primeros porque siguen cobrándose la victoria y para los segundos porque continúan purgando su derrota.

Un retrato tan brutal como humano de lo que la guerra es capaz de hacer en unos y otros… Unos en el enaltecimiento del régimen franquista, rodeados de curas y militares, de caudillos bajo palio; y otros en mantenerse de pie con lo único que les queda en los bolsillos: la dignidad a secas que dejan las derrotas de aquellos que creen que perdieron la guerra pero no la razón: “Cada uno de nosotros que sigue vivo es una bofetada para ellos”, dice Mascarell en un momento de la novela. “Hay muchas formas de ganar guerras perdidas”, afirma en otro.

Y luego está el miedo. Miedo por tener la desfachatez de seguir viviendo. Miedo por todo, por ser el siguiente, por la próxima hostia que te va a caer, porque no se olviden de quién eras y de qué pensabas; miedo de tanto miedo que rodea entre brumas las venas abiertas de una ciudad que nunca se creyó que podía hincar la rodilla… ¿cómo pudimos perder la guerra?, se pregunta una de las protagonistas de esta última historia y se pregunta día tras día, libro tras libro, el cada vez más viejo Mascarell.

Antes que estos ocho días de marzo llegaron Cuatro días de enero (2008), Siete días de julio (2010), Cinco días de octubre (2011), Dos días de mayo (2013), Seis días de diciembre (2014), Nueve días de abril (2015) y Tres días de agosto (2016). En total, 48 días con Miquel Mascarell, 48 días en los que Sierra i Fabra retrata al mismo tiempo el calvario de aquellos que fueron leales a sus ideales y la esperanza de quienes buscan una segunda oportunidad sin tener que dejar atrás aquellos valores por los que siempre ha merecido la pena morir.

Es el caso de Mascarell. En la primera novela (Cuatro días de enero) rechaza huir de su ciudad con los restos de la República poco antes de que entren los franquistas en enero del 39; dos historias paralelas se lo impiden: una adolescente brutalmente asesinada y Quimeta, su mujer, a la que un cáncer se la va a llevar por delante en cuestión de horas. En la segunda (Siete días de julio) Mascarell regresa a Barcelona en 1947 tras pasar ocho años en el Valle de los Caídos después de haberle sido conmutada la pena capital. Su mujer y su hijo, muerto en la batalla del Ebro, le han dejado solo. Vuelve a casa para morir: cautivo y desarmado deambula por las calles sin encontrar nada en ellas que le haga poder deletrear la palabra mañana. Pero una foto, unas pocas líneas y un buen dinero le vuelven a recordar que es y seguirá siendo siempre un buen investigador, el mejor…

Después de los días de julio llegaron todos los demás –de 1948 a 1951– y es de suponer –eso deseo al menos– que aún quedan cuatro entregas por delante: las de febrero, junio, septiembre y noviembre. Hasta el momento, ahora estamos en marzo del 51, Mascarell ha rehecho su vida; se casó con Patro, una ex prostituta mucho más joven que él que le ha devuelto las ganas de seguir viviendo. Ambos se salvan mutuamente, cada uno a su manera, para seguir adelante sin olvidar las pesadas cargas que arrastran y aquellas que abandonaron en el camino.

En Ocho días de marzo, un ex policía que trabajó a las órdenes de Mascarell en los últimos días de la República y ha vuelto a España desde el exilio, le pide ayuda para desenmascarar a un traidor que los vendió a él y a otros compañeros cuando estaban presos de los alemanes en Mauthausen. Barcelona está convulsa, debido a la primera huelga del transporte contra la dictadura, y aunque le ha prometido a Patro, que está a punto de dar a luz, que ya no habrá más investigaciones… no lo puede evitar:

Soy lo que soy, y ésta es mi ciudad, le dice a su mujer.

Pareces un sheriff de esos de las película, la reprocha ella.

Y así es. Mascarell y Sierra i Fabra parecen tener la estrella pegada en el pecho y buscan la justicia para todos aquellos que nunca la tuvieron. Justicia para los anónimos derrotados que cargaron con su pena hasta el último de sus días. El autor escribe al acabar estos días de marzo: “Con este libro, lo mismo que con otros de la serie Mascarell, sólo intento hacer memoria histórica dentro del marco de una mera novela policiaca”.

Eso dice él. Yo creo sinceramente que es más, muchísimo más que eso.